
La precariedad en la música clásica es un desafío que exige nuevas soluciones. La Escuela Superior de Música Reina Sofía impulsa la Incubadora, un espacio donde jóvenes músicos transforman ideas innovadoras en proyectos viables. Una iniciativa clave para profesionalizar el sector y abrir nuevas oportunidades.
Por Laura Vázquez Fragua y Esther Viñuela Lozano, coordinadoras del Área de Desarrollo Profesional de la Escuela Superior de Música Reina Sofía
El tejido empresarial cultural en España se caracteriza por su fragilidad. ¿Cómo sabemos esto? Por la predominancia de autónomos y microempresas con escasas posibilidades de escalabilidad, es decir, que los negocios o proyectos culturales no tienen capacidad para crecer y aumentar sus ingresos. Según el Anuario de Estadísticas Culturales 2024, en 2023, el 69,6 % de las empresas culturales no contaban con asalariados, y el 25,5 % tenían entre 1 y 5 empleados. Además, el 71 % de estas entidades operaban bajo la forma jurídica de personas físicas, lo que refleja estructuras empresariales frágiles y dependientes de una sola persona.
Esta vulnerabilidad se acentúa con una elevada tasa de mortalidad empresarial en el sector cultural. En 2021, las actividades de creación, artísticas y espectáculos registraron una tasa de mortalidad del 10,2 %, superando la media nacional del 7,3 %. Asimismo, la tasa de supervivencia a tres años en este sector fue del 46,6 %, inferior al promedio nacional del 54,9 %. Estos datos indican que más de la mitad de las empresas culturales desaparecen antes de cumplir tres años, evidenciando su fragilidad y dependencia de ingresos inestables.
El fortalecimiento del sector cultural es esencial no solo para garantizar su sostenibilidad, sino también por su impacto en la economía y el bienestar social. En términos económicos, la cultura aporta significativamente al PIB (Producto Interior Bruto). Según los datos más recientes, en 2022 representó el 3,3 % del PIB nacional (el turismo representó el 11,6 %), generando empleo directo e indirecto en múltiples industrias vinculadas, como el turismo, la educación y las industrias creativas. ¿Tendría el turismo la misma aportación al PIB si no existiera el sector cultural?
Para que el sector cultural pueda consolidarse y ser competitivo en un mercado en constante cambio, es fundamental integrar habilidades de autogestión, innovación y profesionalización en la formación de los profesionales de la cultura.
En este contexto, la Escuela Superior de Música Reina Sofía ha implementado iniciativas para fomentar el emprendimiento entre sus estudiantes. Desde 2016, ofrece el Programa de Emprendimiento e Innovación Social, que proporciona acompañamiento profesional y apoyo económico para proyectos que abordan desafíos sociales de diferentes características. Este programa busca que los músicos en periodo de formación desarrollen una mentalidad emprendedora, conectando su arte con el mundo que les rodea.
Para dar un paso más, la Escuela ha lanzado la Incubadora, un espacio creado para que jóvenes talentos de la música clásica lleven sus ideas innovadoras al siguiente nivel. La Incubadora está diseñada para impulsar proyectos emprendedores con propuestas de valor claras, listas para ser testeadas, mejoradas y lanzadas al mercado para maximizar su impacto. Se apoyan iniciativas que vayan más allá de la música, abordando desafíos sociales o identificando oportunidades con modelos de negocio sostenibles y escalables. La música clásica puede (y debe) ofrecer más salidas laborales dignas, sin que todo dependa de las oposiciones o de las pocas plazas en orquestas.
La Incubadora de la Escuela se ha inspirado en modelos de otros sectores. El programa se organiza en torno a mentorías con un acompañante a lo largo de todo el curso y un hackatón donde los participantes trabajan con especialistas en modelo de negocio, propuesta de valor, análisis de la competencia, marca personal, comunicación y alianzas estratégicas. Este proceso no solo ayuda a aterrizar ideas, sino que también permite a los músicos desarrollar una visión más amplia de su carrera, viendo su arte no solo como una pasión, sino como un proyecto viable y con impacto.
Llegado este punto, cabe preguntarse si, por un lado, nuestro sector debe adquirir competencias de emprendimiento, pero, por otro lado, si sería necesaria una reforma estructural del sistema laboral y fiscal que apoye mejor a los artistas autónomos y pequeñas empresas culturales como ya existe en otros países europeos. Debemos trabajar en ambos sentidos: en equiparnos mejor como profesionales, pero también en colectivizarnos para que la administración pueda llevar a cabo las reformas que necesitamos.
Otra manera de vivir de la música clásica es posible, pero tenemos que inventarla. No se trata solo de tener talento musical, sino de saber cómo moverlo, cómo hacerlo sostenible y cómo convertirlo en un proyecto con futuro. La profesionalización del sector es clave para dejar atrás la precariedad y construir un ecosistema en el que los músicos tengan más oportunidades.
Porque, al final, de lo que se trata, es de que cada músico pueda encontrar su propio camino, sin depender solo de las salidas ‘tradicionales’. Y si la música clásica quiere seguir viva y ser relevante para la sociedad, necesita profesionales preparados no solo para tocar, sino también para innovar, emprender y crear nuevos espacios para su arte. La Incubadora es un paso en esa dirección, y con iniciativas como esta, el futuro de la música clásica puede ser mucho más amplio de lo que imaginamos.
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