Su vivo presente parece alejarle del glorioso pasado. Di Stefano sigue tan juguetón, «gamberro» y travieso como cuando sacaba de sus casillas a Visconti, Serafín o a la mismísima Maria Callas. Cuando atisba sobre la mesa el pequeño cuestionario que a modo de chuletilla lleva el entrevistador se queda horrorizado. «¿Todo eso?», dice incrédulo instantes antes de despatarrarse sobre el sofá del hotel y resignadamente decir: «venga, dispare, terminemos con este calvario cuanto antes».
¿Sabe que mucha gente le relaciona con el famoso futbolista argentino que usa su mismo nombre?
Sí, claro. Pero ese Alfredo es un personaje que no me cae nada simpático. Hace muchos años coincidimos como invitados en un programa muy popular de la televisión italiana que dirigía Mario Riva, quien me hizo exactamente la misma pregunta que ahora me haces tú. Ya entonces el nombre de Di Stefano el futbolista aparecía en titulares enormes y el mío, así, chiquitito, chiquitito, que apenas se veía. Casi había que coger una lupa para poder leer: ‘Di Stefano cantó anoche «Tosca»; mientras, el mismo periódico podía dedicar tres páginas explicando cómo había metido Alfredo Di Stefano su último gol.
Se dice que usted tuvo que retirarse de los escenarios debido a que su voz se agotó de cantar el repertorio tan variado y extenso que marcó su carrera, así como por no mimarla, maltratándola con esos eternos cigarros puros que forman ya parte de su imagen…
Todas esas cosas son tonterías. ¿Quiere que hablemos del fenómeno de la voz en serio?. No, no creo que sea éste el lugar. Hay mucha gente que habla, y habla, y habla sin conocer nada de ópera ni de voces—. ¡El mundo esta lleno de maestros de canto de pacotilla!. La vida activa de un cantante de ópera no tiene porque durar cuarenta o cincuenta años; dentro del intérprete, del cantante, hay un alma que alimenta la voz, que además quiere vivir y disfrutar, nutrirse de la vida para animar sus interpretaciones. Y, además, es una voz cuya evolución no mantiene la misma línea ascendente que la del artista.— ¿Quiere saber por qué me quedé realmente sin voz? No fue por los puros ni por cantar Bellini, Puccini, Bizet, Donizetti, Verdi, Massenet o lo que hiciera falta. ¡No!. Fue por una enfermedad que tuve en los bronquios a principios de los años sesenta, producida por un extraño polvo que desprendían las alfombras de una casa que compré en Milán en 1963, como consecuencia del maldito sistema de calefacción que tenía la casa bajo el pavimento. Las alfombras, al recalentarse, desprendían ese polvo que tanto daño me hizo.
Quiere decir que fue un sistema de calefacción lo que terminó con la voz del gran Giuseppe Di Stefano?.
¡Hombre!, terminar, terminar… tampoco es eso. ¡No ve que le estoy hablando!. Pero le diré otra cosa: en la temporada 1963-64 fui a cantar a la ópera de Chicago, en donde actuaba todos los años. De repente me di cuenta que no podía cantar, que tenía la voz muy seca. Al día siguiente, ocurrió exactamente lo mismo. Era imposible cantar allí. Comenzamos a ver que podía ocurrir, al final nos percatamos de que habían sustituido el tradicional sistema de calefacción de radiadores de agua caliente por el de insuflar aire caliente a la sala, que lo seca todo. ¡No podía cantar más!.
Pero siguió actuando aún unos años…
Yo nunca he sido un artista que me muriera por cantar, por estar aquí y allí. Siempre he querido disfrutar la vida y no ser esclavo de nada. Hasta que pude abordar un determinado repertorio, lo canté. Luego, cuando ya no me era posible, canté opereta, en España, en México… siempre he disfrutado con todo y, desde luego, no me arrepiento de haber hecho de todo.
Le molesta que le reconozcan como el «Tenor de la Callas»-?.
No, claro que no. Es un cumplido, un piropo enorme.
¿Cómo surgió la pareja artística Callas/Di Stefano?
Fue el destino. Yo tenia un contrato con la casa de discos DECCA, donde también estaba la Tebaldi. Me daban sólo un 5% de royaltis. Exigí que me lo subieran al 10%. No quisieron y entonces les dije que buscaran otro tenor, que yo me iba. Fue entonces cuando aterricé en EMI, cuya estrella era María Callas. Así, casualmente, nació la pareja de la época.
De entre las numerosas óperas completas que grabó con la Callas, ¿con qué registro se quedaría?.
No sabría decirle uno preciso. Todas las de Puccini. «La Bohème» que grabamos en 1956 es una absoluta maravilla, como la «Tosca» de 1953, «Manon Lescaut»… Tenga en cuenta que todo lo que hacia la Callas era maravilloso. Ella podía cantarlo todo, nadie ha comprendido que tenía tres voces, ¡quizá cuatro!. No tenía que forzar en absoluto la voz para cantar todo lo que cantó, desde el belcanto a Wagner. También dicen de ella que perdió la voz por abordar tantos roles. No, la perdió porque se cansó y por la tremenda cantidad de píldoras que tomaba para dormir. ¿Me entiende?.
Siempre se ha especulado sobre un hipotético idilio entre usted y la Callas. Muchas veces se ha insinuado que su famosísimo vínculo artístico fue más allá de la escena… Usted nunca se ha manifestado claramente al respecto ¿Se llevará el secreto a la tumba?.
No puedo hablar de estas cosas. Pero, ¿qué es la amistad?. Yo siempre le digo a mi esposa que lo más bonito que puede decir un marido a su esposa es que ella es su mejor amiga. María Callas era una mujer enferma. Había vivido con Onassis, un especialista en sopranos, porque su primera soprano había sido Claudia Muzio, con la que tuvo un romance en Argentina… era un hombre feo, asqueroso, ¡pero tenía dinero!, barco, vestidos, joyas… todo eso que deslumbra tanto a ciertas personas.
Luego volvieron juntos para realizar la triunfal y cuestionada gira mundial de despedida durante la temporada 1973 y 1974, en la que llegaron a recibir muy duras críticas durante las actuaciones en Alemania.
¿Se distanció la Callas de usted cuando se marchó con Onassis o su relación aguantó el envite?.
Mire, hablar de todo esto no es fácil para mi. Yo estaba casado, por lo que era muy difícil mantener nuestra amistad sin el vínculo del canto. Cuando cantábamos juntos era divertido, porque trabajábamos, estudiábamos, hablábamos de música, hacíamos proyectos en común… ¡Estábamos inflados de ilusión por nuestras carreras!. Cuando lo dejó todo para marcharse con Onassis comenzó otra vez con las terribles píldoras para dormir, ¡tomaba un montón de ellas!. Nos distanciamos. Fue entonces cuando conocí a mi actual mujer que es también cantante. Fue ella la que me dijo, aquel 16 de septiembre de 1977 que la Callas había muerto. Estábamos en Hamburgo, cantando juntos. Me fui inmediatamente a París. ¡Nos queríamos!. La vida es así: te acerca, te aleja de las personas. ¡Pero los cantantes nunca hemos sido buenos amantes!: primero nos amamos a nosotros mismos, y después también.
¿Existe actualmente una voz como la de Di Stefano?.
Lo importante no es la voz, es la manera de comunicar, el ser un hombre normal, que habla normal, como estoy hablando ahora contigo. ¡Esto es lo difícil!.
¿Quizá Roberto Alagna?
¿Alagna? ¿Macarrones Alagna?. No, por favor… ¡Estamos hablando de cantantes! ¿Quiere saber el nombre de un gran cantante contemporáneo?.
Adelante…
Álvarez…
Si, Carlos Álvarez, se ha prodigado con un enorme éxito por grandes escenarios.
¡Qué diablos Carlos Álvarez! ¡Estamos hablando de tenores y no de barítonos!. El que yo le digo es el tenor argentino Marcello Álvarez. Una verdadera maravilla. Tiene que escucharlo.
¿Los tres tenores?
Basta. ¡Finíííto!.