Por Eugenia Montero
El pasado 3 de mayo se conmemoró el 130 aniversario del nacimiento del compositor José Padilla. Dicha celebración, que tuvo lugar en la Sala Europa del Parlamento Europeo en Madrid, estuvo presidida por, entre otras personalidades, el director de orquesta Víctor Pablo Pérez y el escenógrafo y director del Teatro de la Zarzuela, Daniel Bianco.
‘José Padilla es un extraordinario músico de cine y un magnifico orquestador, pero tendemos a celebrar siempre lo de fuera olvidando lo nuestro. John Williams, Ennio Morricone, sí, pero también la presencia importantísima, la música bellísima de Padilla en el cine’.
Víctor Pablo Pérez, director titular de la ORCAM
Un proverbio chino dice: ‘Cada vez que nace un gran artista, una estrella cae del cielo’. José Padilla, compositor, pianista, director de orquesta, editor, productor, empresario, dibujante, autor del texto de obras teatrales y canciones, personalidad absolutamente fascinante, tuvo junto a él esa estrella que voló desde el cielo iluminando su destino.
«Su música llena de color, su talento estremecedor», escribió Le Figaro en París. «Música en tecnicolor», dice en la radio Iñaki Gabilondo al hablar de El amor eres tú, que acompaña a Nicholas Cage en la película de Ridley Scott Los impostores. Música entre el Romanticismo, que Padilla afirmaba que influyó en sus composiciones, y el Impresionismo, que irrumpe con fuerza y le rodea en sus primeros años en París.
José Padilla apenas fue al cine, no le quedaba tiempo, lo que hizo intensa y apasionadamente fue estudiar, componer y viajar llevando su música. Quizá esos viajes, ese dejar por el mundo lo que desde su alma llevaba a las notas, como el pájaro que pasa cantando y sus trinos son después recordados, han impulsado que sea el músico español de mayor presencia en el cine internacional. Desde 1916 hasta la actualidad los más importantes directores de cine buscan su música. Ridley Scott, Woody Allen, John Turturro, Martin Brest, Blake Edwards, Akira Kurosawa, Theo Angelopoulos, Federico Fellini, Ermanno Olmi, Mario Amendola, Jean-Luc Godard, Arturo Ripstein, Ernst Lubitsch…
José Padilla decía: «Yo escribo desde el corazón». Un crítico en Buenos Aires escribió: «Con motivos de tango, José Padilla ha creado una inspirada página musical en la que ha interpretado casi pictóricamente el misterio de la metrópoli bajo las estrellas…». Su plasticidad, que podemos llamar cinematográfica, quizá sea la clave de su presencia en el cine.
Ninotchka de Ernst Lubitsch, cuyo eslogan era: «Greta Garbo sonríe»; Ocho y medio, autobiografía de Fellini, con su mundo de recuerdos y fantasías; la también felliniana Ginger y Fred, con Giuletta Massina y Marcello Mastroiani. Norainu de Akira Kurusawa con Toshiro Mifune. Viaje a Cithera, en la que el director griego Theo Angelopoulos recrea el mito de Ulises y la música de José Padilla es el contrapunto de la escena final.
La leyenda del santo bebedor de Ermanno Olmi que explicaba: «La música de Padilla vino a mí». Una película en estado de gracia que obtuvo el León de Oro de la Mostra de Venecia y el David di Donatello para Rutger Hauer.
All night long con Barbra Streisand y Gene Hackman. Zelig, dirigida e interpretada por Woody Allen. L’amore nasce a Roma de Mario Amendola, en la que Claudio Villa canta Fontane, melodía italiana de José Padilla, en esa simbiosis de su música y el país al que está dedicada. Chacun cherche son chat de la que su director, Cédric Klapisch, contaba: «Cuando estábamos filmando la película fuimos a un café donde un grupo cantaba Ça c’est Paris. Yo lo reflejé».
Héroes frágiles de Emilio Pacull, película documental que cuenta un momento de la historia de Chile del gobierno de Salvador Allende y de su consejero y amigo Augusto Olivares, su padrastro, marido de su madre. Ella recuerda el día que le llevó un ramo de violetas. Era su despedida, después se suicidaría a la 1 de la tarde de ese 11 de septiembre de 1973. Y, con la terrible evocación, la inmortal creación de José Padilla.
La Victoire en couleur, cuyos directores fueron Georges Stevens, al que vemos en las imágenes vestido de soldado, y el entonces comandante Willy Wilder. Estos directores de Hollywood recogen el París de esos años y la entrada triunfal el Día de la Liberación mientras se escucha entre la alegría y el fervor de esos días Ça c’est Paris.
¿Qué tiene la música de José Padilla constantemente unida a momentos estelares y los sentimientos más profundos del ser humano? Quizá la respuesta es sencilla y al mismo tiempo compleja: va del corazón directamente al del público. Su música nace de un estudio y un trabajo permanente (el genio es una larga paciencia) pero su motor, siempre, es el sentimiento.
Una película mítica
Al hablar de la música de José Padilla en el cine recordamos una película mítica de 1916, y el inicio de la unión de su música con el cine: La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América. Coproducción entre Francia y España, costó, en 1916, más de un millón de pesetas. Las productoras eran la francesa Films Cinématographiques de Émile Bourgeois y Charles Drossner, y la española Argos Film, de los hermanos Ricardo y Ramón Baños.
El compositor se pone a trabajar en la partitura para una película que se anuncia como la más importante en este incipiente y fantástico mundo del cine. Se entrega a esta creación en la que la música se convierte en la palabra del largometraje mudo. Viento, madera y percusión para la llegada de Colón a la tierra desconocida; flauta y violines para la representación de sus habitantes inocentes y casi desnudos; violonchelos y contrabajos para las intrigas y los secretos; y, de nuevo, los violines para expresar el amor.
José Padilla se aísla de todo para componer la partitura de La vida de Cristóbal Colón y su descubrimiento de América. El diario La Vanguardia escribe: «¿Dónde está José Padilla? Lo encontramos en su piso de la calle de Los Ángeles, rodeado de partituras…».
El periodista Argiles cuenta en una revista especializada dedicada íntegramente al compositor que, después del estreno, cuando la película llega a Buenos Aires, su presentación es acompañada por una orquesta de sesenta profesores dirigidos por el compositor.
El amor eres tú y Los impostores de Ridley Scott
Los impostores es un ejemplo del destino mágico de la música de José Padilla. El compositor forma en 1928 una orquesta compuesta por músicos franceses, italianos y belgas con la que hará una gira mundial. En noviembre de ese año presenta la orquesta a la prensa en el Florida, la sala de moda en París. La prensa escribe:
«El compositor José Padilla ha conseguido un gran éxito en la presentación a la prensa parisiense de su orquesta, con la cual va a emprender una gran campaña […] Padilla nos ha mostrado un conjunto de extraña complejidad y de una variación asombrosa. Su orquesta, dirigida de mano maestra, podrá dar triunfalmente la vuelta al mundo…».
En esta gira llegan a Egipto. En el Cairo, Padilla se siente deslumbrado: la milenaria cultura le inspira una música que nace sobre las ondulaciones del Nilo, ante la esbeltez de las palmeras, las pirámides y la esfinge que contempla impasible el tiempo creando mágicas imágenes ante el compositor.
Después, Venecia, el mismo año en que se inicia un festival de cine precursor de la actual Mostra de Venecia. Mientras pasea con su mujer, su amada Lydia, en una góndola por los canales, entre sonrisas y emoción, le regala la partitura de El amor eres tú, la música que nació en Egipto bajo la luz dorada de ese país, mientras el gondolero, al escucharles hablar en español, empieza a cantar Valencia.
Años después, Ridley Scott empezó a preparar su película Los impostores. Cuando le enviamos el disco Padilla Mediterráneo, el director lo recibió en fin de semana, se lo llevó a su casa, lo escuchó, y al volver a los estudios lo escuchó de nuevo con el equipo técnico. El amor eres tú, una de las obras de este disco, es la música que Scott eligió para una escena clave interpretada por Nicholas Cage. El estreno mundial de Los impostores se celebró fuera de concurso en el 70 aniversario de la Mostra de Venecia. Esa música que José Padilla había dedicado y regalado a su mujer en Venecia, junto a la gran plaza llena de palomas que se abre cada año al paso de las estrellas de cine, volvió unida a una película de Scott. El amor eres tú, Venecia, Los impostores… Una historia, un arco que se extiende en el tiempo, y va aún más allá.
A finales de los años 90 yo estaba en París, tenía una cita en el Boulevard Malesherbes. Al llegar al bulevar, tres personas pasaban por la acera: en el centro un hombre vestido de negro, el pelo gris peinado hacia atrás, y una pequeña barba enmarcando el rostro. Creí que era Cuixart, el gran pintor catalán que hizo una maravillosa colección dedicada a José Padilla. Fui a abrazarle y, al estar cerca, comprobé que no era Cuixart. El desconocido, con una apenas esbozada sonrisa, me miró con curiosidad. Pasó el tiempo, se celebró el estreno de Los impostores. La prensa, la radio, la televisión, se hicieron eco del estreno. El corresponsal de Televisión Española desde la Mostra hablaba de su presentación: «Música de José Padilla para una película de Ridley Scott…». Se escuchaba la música y aparecían escenas del rodaje con Ridley Scott dirigiendo. Entonces descubrí que aquel hombre que había confundido con Cuixart en París era Ridley Scott.
Otra personalidad inglesa estuvo unida a Padilla. En Londres, José Padilla conoció a Edgar Wallace, el escritor de novelas policíacas, guionista de King Kong, con el que hace la música de un gran espectáculo, Rome. La belleza, la luminosidad, el hondo sentimiento de El amor eres tú se convierten en el leitmotiv de esta obra.
La música, como la vida, es un continuo volver a sus orígenes. Un manto de Penélope que teje y desteje su destino.
Plagios, una forma oculta de homenaje
Luces de la ciudad, película en la frontera entre el cine mudo y el sonoro, posee una música que expresa las ausentes palabras, llena el silencio, lo moldea con sus sentimientos y nos cuenta lo que un texto no alcanza a desarrollar. La música de José Padilla es el leitmotiv que representa a la florista. Cada vez que ella aparece, o cuando el vagabundo la evoca, se escucha La Violetera, completa, fragmentada o jugando con motivos de la creación de Padilla. Intervienen en la película como extras escritores españoles que se encontraban entonces en Nueva York: José López Rubio, Edgar Neville, etc., cuyos nombres aparecen en los títulos de crédito.
En un musical de gran éxito en Broadway, Little Miss Bluebeard, que se mantuvo un año en cartelera, se interpretaba La Violetera, cuya célebre música fue la primera que da la vuelta a Europa. La primera que da la vuelta al mundo es la universal Valencia, también de José Padilla.
Xavier Cugat contaba en Barcelona que es el violinista que toca en este film. Chaplin había ido a la sala en la que actuaba en Nueva York y después de escucharle tocar La Violetera se acercó y le dijo: «La música que acaba de tocar me ha dado la idea para mi próxima película».
Raquel Meller recordaba que cuando actuó por primera vez en Nueva York, después de verla interpretar La Violetera, Chaplin le dijo que le había inspirado su próximo film y le ofreció ser la protagonista.
El escritor cubano, Pedro Cabrera Infante, contaba en uno de sus libros:
«En el pleito que el autor de La Violetera puso en París reclamando su autoría, Chaplin contó que tenía la costumbre de tararear esta música en la ducha, y el juez le dijo:
—Que usted cante una música en la ducha no le da derecho a hacerla suya».
Luces de la ciudad, título casi igual a Luces del centro, que José Padilla estrenó años antes en Buenos Aires, se estrena en 1931 en el Dominion Theatre de Londres. En la fiesta posterior al estreno y en el baile que se celebra en el Hotel Carlton, el actor, con un impecable frac, imbuido de su engaño, abre el baile con la música de La Violetera de José Padilla. El compositor está esos días en Londres dando unos conciertos en el London Coliseum y alguien le informa de la apropiación. Cuando termina sus actuaciones, se marcha a París y, en ese mismo año de 1931, inicia un pleito que termina el 9 de julio de 1934. El juez dicta sentencia:
«La Violetera ha sido grabada completa cuatro veces y quince veces parcialmente […] El uso no autorizado de La Violetera, convertida en leitmotiv por el uso repetido durante toda la película, constituye uno de los principales elementos de acción y de evocación […] El uso repetido de La Violetera proporciona a la película una armonía que la revaloriza […] En ningún caso se llevará a confusión respecto a su autoría en créditos, programas, prensa, etc.».
Decía Benjamín Franklin: «La leyenda es la mitificación de la historia». La historia de La Violetera en Luces de la ciudad se ha convertido en leyenda, ejemplo del ego de algunos artistas, del deseo de ser el eje del universo creativo.
Hoy, podríamos decir que este plagio es un homenaje desde el deseo inalcanzable de ser el autor de esa música. Ravel la ponía como ejemplo de obra maestra en sus clases de armonía y composición, y decía con apasionada admiración: «Hubiera dado mi mano derecha por haber firmado La Violetera».
La admiración y el reconocimiento de Ravel impulsan, después de asistir a un estreno del compositor español, Rapsodia andaluza, en el Teatro de los Campos Elíseos, cuando está iniciando su célebre Bolero, que escribe, en agosto de 1928, a Joaquín Nin: «Quiero hacer algo al estilo Padilla».
Una escena de película en la corte de París
La Violetera ha sido objeto de otros plagios y otros pleitos. La vista de uno de ellos, celebrada también en París, fue como una escena de película. En 1936, la Paramount produjo una película con dos actores célebres, Carole Lombard, una bellísima actriz casada con Clark Gable, el protagonista de Lo que el viento se llevó, que murió tempranamente, casi recién casada, en un accidente de avión. Y George Raft, inicialmente bailarín de salón, intérprete de películas de cine negro.
La película se llamaba Rumba y en París se estrenó con el título de La derniere rumba. José Padilla se entera pasados más de diez años del plagio: utilizan motivos de La Violetera bajo el título de The rhythm of rumba, que Carole Lombard y George Raft bailan a ritmo de rumba.
Nuevo pleito en París que da comienzo en 1949 y José Padilla gana en 1953. La audiencia fue decisiva. José Padilla solicita a través de su abogado permiso para llevar un piano y que pueda tocarlo. El juez acepta y, en un mayo parisino, el mes en que nació José Padilla, se celebra la audiencia. En el estrado está el juez; los letrados, cada uno en su lugar; el secretario, transcribiendo la exposición de los abogados. Y el piano en un ángulo, como en un concierto. El abogado de José Padilla expuso, abriendo los brazos:
—Señoría, mi representado, este español reconocido en Francia, Legión de Honor de nuestro país, reclama Justicia. Justicia en mayúsculas, la que nunca Francia ha negado a nadie, para su creación arrebatada. Por ello, hemos solicitado de su ilustrísima la presencia de este piano como instrumento revelador de una realidad indiscutible: José Padilla es el creador de La Violetera y de tantas otras obras dedicadas a Francia que todos hemos celebrado. Como Ça c’est Paris, representación de París en el mundo, tocado por las tropas en su entrada triunfal el Día de la Liberación.
El letrado hace una estudiada pausa, respira hondo, y con acento declamatorio, pregunta:
—Señoría, ¿permite que mi cliente, el compositor José Padilla, autor de la célebre romanza española, La Violetera, estrenada en el famoso Olympia de París, toque el piano para ilustrarnos?
El juez, puesto que el piano está en la sala, acepta.
José Padilla se levanta de su asiento, se inclina ante juez, y se sienta al piano como en un concierto, con la expresión y la costumbre adquirida de sus actuaciones. Cierra un instante los ojos, quiere trasladarse a otro lugar, un imaginario teatro, y toca La Violetera como fue creada, con su delicado y especialísimo encanto, para después, en un giro inesperado, tocar La Marsellesa a ritmo de polca, de vals y, finalmente, como en la película objeto del pleito, de rumba.
Tiemblan las últimas notas y José Padilla queda inmóvil mientras los asistentes, después de unos instantes de silencio, aplauden. José Padilla pasa la mano por un mechón rebelde de sus cabellos, se levanta lentamente, y una vez erguido, con la imponente presencia de su figura, dice:
—Señoría, como habrá podido comprobar, La Marsellesa es, siempre, La Marsellesa. Lo mismo ocurre con La Violetera, sea cual sea el ritmo con que se interpreta.
La maestría, el dominio de José Padilla al piano, son importantes, también su habilidad al tocar La Marsellesa como ejemplo. Está aún reciente la guerra, son los años de Petain, el nacionalismo está unido a la bandera francesa y su interpretación mueve el entusiasmo patriótico de todos. El juez impone silencio, pero su decisión está ya, seguramente, tomada.
José Padilla vuelve a ganar un pleito en el París de la posguerra, igual que en los años anteriores a esta, por el plagio repetido de su creación. Surge de nuevo una piadosa comprensión: un plagio es un oculto homenaje al compositor. El que plagia hubiera deseado crear esa música, y la hace suya sin que importe la forma.
Esencia de mujer es una de las mejores películas de Martin Brest, El Relicario forma parte de la banda sonora y el leitmotiv es La Violetera. Esencia de mujer es como un juego de espejos. Pensando en el nombre de la productora, City lights, no podemos dejar de recordar la antigua película de 1931. El protagonista es también ciego. Y, algo les acerca, el perfume, el perfume hecho con elementos diversos en los que siempre hay una flor. El vagabundo protector se convierte en un joven e ingenuo estudiante. ¿No es la misma fábula en la que el amor adquiere otra dimensión?
Y La Violetera acompañando al protagonista, igual que a la florista, en las escenas clave del film: cuando el comandante Slate está con una mujer; cuando empieza a conducir el Ferrari, uno de los sueños que le han llevado a Nueva York, por las calles solitarias y se escucha La Violetera que, inesperadamente, se funde con El Relicario en una particular y simbólica corrida entre el ciego y ese sueño sobre ruedas que para él significa el Ferrari. Un Relicario acelerado de acordeones y violines. Y La Violetera, contrapunto y apoyo de la historia, mientras el coche se aleja y Al Pacino camina despacio en su regreso a casa, y se inclina al encontrarse con la niña, mientras aparece la palabra: «Fin», y La Violetera sigue sonando con la luz de su eterno encanto.
Cuando Al Pacino, en la gran noche de los Oscar, sonreía y hablaba emocionado apretando entre sus manos el Oscar, tenía, en esas manos, un sueño logrado interpretando a un ciego acompañado por la música, él de ascendencia italiana, de José Padilla, un compositor español que vivió también en Italia y fue admirado en la tierra siciliana de los ascendientes del actor. Esencia de mujer ganó el Globo de Oro, el Premio de la Crítica, siete nominaciones al Oscar, y fue récord de recaudación.
Rey Midas de la música
A José Padilla le llamaban el Rey Midas de la música. Decían que convertía en oro todo lo que tocaba. De alguna forma sigue siendo así, y todo el que se acerca a su obra parece tocado por algo mágico, muchas de las películas con su música son grandes éxitos, han obtenido recaudaciones millonarias, premios, prestigio y una notoriedad que las convierte en iconos del cine.
A John Turturro, magnífico actor capaz de entrar en la piel de cualquier personaje, le gusta también dirigir. En Aprendiz de gigoló, John Turturro es director y guionista de esta película en la que interpreta a un florista. En la banda sonora escuchamos La Violetera. Aprendiz de gigoló forma parte del encantamiento que rodea, al igual que la vida de José Padilla, su música en el cine.
En Nueva York hay un grandioso teatro para 3552 espectadores que se llama Valencia. Diseñado por el arquitecto John Eberson, fue impulsado por el magnate fundador de la Metro Goldwyn Mayer, Marcus Loew, admirador de José Padilla y de su música. Valencia (The wonder theater) es hoy un monumento protegido que conserva exactamente igual el fantástico teatro.
En este templo de la cinematografía, John Turturro iba con su padre a ver películas y descubrió su vocación por el cine. Hablando de recuerdos unidos a su infancia, John Turturro exclamó: «Un nuevo giro mágico en esta historia».
En Valencia, una reciente película presentada en Nueva York por el director de cine australiano Antonis Paraskevas, la música de Padilla es el leitmotiv del film.
En La Dernière Chevauchée, primera coproducción entre Francia y Marruecos en 1947, José Padilla demuestra una vez más su capacidad para entender y expresar el espíritu de un lugar. Antes de componer la banda sonora, viajó por distintas ciudades marroquíes, fue al desierto y estuvo con los hombres azules. El resultado es una música de hondo exotismo con un lírico leitmotiv que confirma las palabras del director de orquesta, Víctor Pablo Pérez: «José Padilla es el más grande melodista del siglo XX».
José Padilla fue un compositor apasionado cuyos latidos escucharemos, plenos de vida, en su creación en el cine, el arte que, quizá, mejor refleja la vida. La música es un camino con muchos senderos, José Padilla los recorrió todos para dejarnos en cada uno algo de su alma transformada en magia, encanto, sueños.
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