El deporte empezó a utilizar el trabajo mental en los años 80, y hoy forma parte de la rutina de muchos deportistas de todos los niveles, porque es clave para alcanzar el máximo rendimiento. Trabajar la mentalidad en la música clásica tiene incluso más sentido, ya que a la exigencia técnica se le une la expresión artística. Por eso muchos músicos clásicos ya consideran este trabajo como la clave para rendir en el momento de la verdad.
Por Joseba Olano
El verdadero virtuosismo y el verdadero potencial de un músico no empiezan en los dedos o en las cuerdas vocales, sino en la mente.
Pero hoy en día se comete el error de pensar que lo único importante es prepararse bien, y lo demás vendrá solo.
Y sí, estudiar y prepararse es necesario. Pero no es suficiente. Porque da igual las horas de preparación si se disipan en el momento de la verdad, porque el cuerpo se tensa, el corazón se dispara y la mente se nubla.
Pero, ¿cuál es la verdadera diferencia entre interpretar en casa o en el escenario?
No es la partitura, es la misma. Es la cabeza.
La diferencia es cómo la mente vive la presión. Porque no es el escenario el que la crea. Es la mente la que la fabrica. Por eso, lo que marca la diferencia entre tocar con el freno puesto y brillar es la mentalidad.
La presión no siempre se nota en la cara, pero por dentro puede ser un torbellino. Desde pánico escénico, nervios, desconcentración, hasta olvidos, y pérdida de nivel y expresividad.
Pero no para todo el mundo. Hay músicos que se crecen, disfrutan y la presión les saca lo mejor.
Por tanto, es posible.
Pero el error que algunos siguen cometiendo es creer que la mentalidad se tiene o no se tiene. Como si la confianza fuera un don, como si algunos nacieran con ella y los demás tuvieran que conformarse con ‘tocar bien en casa’.
Y claro, pensando así, no es raro que más de uno acabe creyendo que si tiene nervios es porque no está hecho para el escenario. Pero no es así, eso es una trampa.
Para comprobar que la mentalidad es clave no hay que irse al Musikverein de Viena. Basta con escuchar lo que me dicen una y otra vez los músicos que acuden a mí, y me dicen que con nervios su nivel se queda en un 70 u 80 %. No son estimaciones medibles, pero es lo que sienten, y lo sienten de verdad. A veces es incluso menos, porque cambia según la persona y el momento.
Lo que no cambia es esto: nunca he visto a un músico que con nervios interprete igual o mejor que en casa. Eso simplemente no ocurre.
Y no puede ocurrir, por una cuestión neuroquímica.
Cuando una persona es afectada por la presión, nervios o miedo escénico, su estado interno cambia a nivel bioquímico. Su sistema nervioso simpático libera hormonas como el cortisol, y se activan respuestas neuroquímicas que afectan la memoria y la expresividad. En esta situación, disminuye la actividad en la corteza prefrontal, crucial para la concentración, interrumpiendo la comunicación entre el cerebro y el sistema motor, afectando habilidades finas como la coordinación de un pianista o la afinación de un cantante.
Y lo mismo durante la preparación. Estudiando una obra con estrés, la presión y la falta de confianza pueden reducir la plasticidad sináptica en el hipocampo, limitando la capacidad de procesar información y resolver problemas. El cerebro no asimila igual, no graba. Es como intentar afinar un violín mientras suena una alarma de incendio.
Por eso un músico con nervios escénicos, aunque sean pocos, no puede lograr en el escenario el mismo nivel que en casa.
Esto no es exclusivo de los músicos. No hace falta estar en el Teatro Real ni en una prueba de orquesta para entenderlo. Compruébalo:
¿Puedes leer tranquilo, concentrarte, o tener una conversación coherente cuando estás muy enfadado?
Probablemente no. Pues al músico con nervios le pasa igual.
Y no es un tema de estar más o menos cómodo, va de que el cuerpo y la mente estén alineados para rendir. Nadie ve como un capricho tener el piano afinado, ¿verdad?
Hoy, cada vez más músicos clásicos no consideran desbloquear la mente como un capricho, sino como una necesidad.
Y cuando lo hacen, mejoran la interpretación. Ganan presencia. Disfrutan. Y el público lo nota.
Al igual que los deportistas, los músicos también compiten, y mucho. Por un puesto, por un concurso, por destacar, por no fallar, por no decepcionar. Y todo eso mientras se exponen, mientras aguantan el juicio, la comparación, la mirada del compañero, y la autoexigencia y el perfeccionismo que no perdonan ni un error.
Solo ellos saben lo rigurosa y exigente que es la música clásica.
Pero también profundamente gratificante.
Porque cuando una persona vive su profesión de manera plena, su vida entera es mejor. Porque la música no es solo un trabajo; es una vocación. Quien ha sentido esa chispa, sabe a lo que le quiere dedicar su esfuerzo y su pasión.
Y da igual si está en primera fila como solista internacional, o en el último atril. He trabajado con todos: pianistas, cantantes, profesores, músicos premiados y músicos agotados. Y todos ellos tienen una cosa en común: ninguno de ellos le tiene miedo al esfuerzo. Claro que quieren descansar y vacaciones, pero las horas de práctica en soledad no son su gran problema.
Lo que de verdad les mueve es otra cosa.
Lo que realmente quieren es expresar su nivel real, sea cual sea, compartirlo, conectar y disfrutar de lo que realmente importa: la música.
Y cuando no pueden, por la presión o los nervios, algo se rompe. Nadie se muere de eso, pero se apagan un poquito cada vez. Y ahí aparece la resignación, vivir la profesión como una rutina, como un trabajo en sentido de obligación. Y en casos extremos, incluso, al abandono.
Hay músicos que acaban tocando bien, pero sintiéndose vacíos por dentro. Y eso no lo arregla ninguna ovación.
Por eso, los músicos saben que el verdadero alto rendimiento no es parecer libre y confiado por fuera. Es serlo por dentro. Y eso solo ocurre cuando se libera bloqueos, dudas, inseguridades o la necesidad constante de validación externa.
Pero nadie te enseña a preparar la mentalidad para conseguir esa libertad. Se ha dado por sentado que cada uno debe arreglárselas como pueda. Y si alguien sufre nervios o bloqueos, parece que tiene que vivirlo en silencio, como si se tratara de un problema inconfesable. Se ha convertido en un tabú. Y eso, en un mundo donde la expresión lo es todo, es una contradicción brutal.
Pero hay algo que lo cambia todo. Y es entender que no se trata de ‘ser valiente’ o de ‘aguantar más’. Se trata de preparar la mente como se preparan las partituras. Con método. Con intención. Y con resultados.
Porque los nervios, los miedos, la desconexión, o la pérdida de nivel y de disfrute bajo presión, no son el problema. Son el síntoma. Y cuando se aprende a reprogramar esos patrones que se activan al subir al escenario, todo cambia.

¿Qué es el entrenamiento mental?
Primero, dejemos claro lo que no es.
No es respirar hondo, ni imaginar cosas bonitas, ni repetirte frases que no te crees, ni intentar concentrarse más, ni fingir que no te importa, ni escarbar en la infancia y ‘sacarlo todo’, ni tener a un terapeuta diciéndote que ‘todo está dentro de ti’. Ni mucho menos imaginar a la gente desnuda, que también lo he oído.
Tampoco es poner cara de seguridad mientras por dentro todo tiembla. Ni tampoco ‘intentar estudiar mejor la próxima vez’.
Eso no entrena nada, solo disfraza. Esas prácticas se desvanecen en la puerta del escenario o en el compás antes de un solo. Como intentar insonorizar una habitación con hueveras, o tapar una fuga de agua con cinta adhesiva.
Es normal que la gente pruebe lo que puede. Nadie nos enseñó otra cosa. Llevamos siglos afinando instrumentos, pero dejando la mente desafinada. Y no, no hace falta ser un gurú ni leerse a Platón. Hace falta un enfoque que vaya al grano, que toque la raíz, y que funcione de verdad.
Porque el entrenamiento mental no se nota en las frases bonitas. Se nota en los resultados.
Te cuento un caso reciente. Una pianista brillante, con talento y horas de práctica, pero en el escenario no salía lo que tenía dentro. Había hecho de todo: libros, charlas, consejos… pero seguía atrapada por los nervios, las dudas y ese bajón de nivel que aparece justo cuando menos quieres. Me contactó para ganar confianza y superar esos bloqueos. Estaba a punto de no presentarse a un concurso internacional porque sentía que no iba a estar a la altura.
Tras un trabajo de mentalidad a fondo, identificamos qué se activaba en su cabeza antes de tocar, y cambiamos los patrones y reprogramamos su respuesta emocional. ¿Resultado? Eliminó los nervios y empezó a disfrutar con naturalidad y subió su nivel interpretativo. Y no solo se presentó a ese concurso, sino que lo ganó.
Y lo importante no es el premio —que, sin duda, fue merecido—, sino que, por fin, pudo expresar su verdadero nivel y disfrutarlo.
Eso sí que es un cambio de verdad. Sin dudas, ni frenos, ni luchar contra sí misma. En la página www.lamentedelmusico.com tienes más ejemplos de estos cambios.
En el deporte lo tienen claro: determinación, confianza, fe en que lo que entrenas va a salir, recuperarse tras un error y mantener la concentración. Lo entrenan porque sin eso, no llegan.
En la música es igual. Después de analizar más de 2500 sesiones con músicos clásicos, llegué a la misma conclusión: no falla la preparación, sino la mente.
Pero los retos del músico son diferentes. Un futbolista entrena su mente para confiar en su pierna y no rendirse. Un músico tiene que ejecutar pasajes endemoniados, clavar las notas agudas, tener matices minúsculos, mientras se siente juzgado por la orquesta, por el tribunal, por el público. Y todo eso expresando un arte.
Cada situación es única. No hay una receta genérica ni un consejo mágico que valga para todos. Si lo hubiera, nadie estaría teniendo problemas en el escenario. Lo que hace falta es saber exactamente qué le pasa al músico, y cómo cambiarlo, para que pueda responder justo cuando más se juega.
Sin embargo, en mi experiencia el mayor obstáculo para muchos músicos clásicos no es ninguno de los que te he contado aquí. Es otro.
El verdadero reto es creer que es normal rendir menos en el escenario, o que bajo presión no se puede disfrutar ni alcanzar el nivel que se logra en casa.
Esa es la auténtica maldición.

Porque cuando un músico acepta eso como normal, deja de intentar cambiar su situación. Empieza a pensar que la pasión que sentía de joven era cosa de novato inconsciente.
Pero la realidad no miente. La realidad muestra que músicos que antes temblaban en audiciones ahora se sienten en casa al pisar el escenario. Profesionales que vivían angustiados antes de cada concierto ahora lo viven con ilusión. Personas que recuperan el amor por la música y su profesión. Ese es el verdadero éxito.
Estudiar música durante horas sin desbloquear la mente es como comprar una televisión de última generación… pero no conectarla a internet: no se aprovecha su potencial.
Pero cuando el músico logra la mentalidad adecuada, se abre la puerta a una nueva forma de hacer música: con excelencia, con exigencia, pero también con auténtico disfrute.
Porque cuando la mente se libera, el músico no solo toca mejor. Se reconcilia con el escenario, y con la razón por la que empezó a tocar.






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