Por José Luis García del Busto
En fin, deliberadamente hemos dejado como colofón de este apresurado repaso al género poemático sinfónico la cita de quien acaso sea su más egregio representante, el bávaro Richard Strauss quien, imbuido de la mejor tradición compositiva alemana, aborda este género desde sus primeras obras orquestales y logra, en unos años, no sólo renovarlo sino afirmarlo con un ramillete de auténticas obras maestras: Don Juan, Till Eulenspiegel, Muerte y transfiguración, Así habló Zaratustra, Una vida de héroe, Don Quixote, las Sinfonías Alpína y Doméstica, etc. Por los mismos años finales del pasado siglo, un compositor como Mahler construye a menudo genuinos poemas sinfónicos como movimientos de sus sinfonías, siendo un prototipo el Totenfeier que pasó a ser primer tiempo de la Segunda. Y hasta el mismísimo Schoenberg, con obras como Noche transfigurada o Pelleas y Melisande se inscribe en la nómina. El modelo straussiano de poema sinfónico (y, en esto, siguiendo fielmente el modelo de Liszt) es una proclama de fantasía y libertad compositivas.
En agosto de 1829, en el curso de un viaje por las Islas Británicas, Félix Mendelssohn visitó Escocia y, desde allí, con el mar revuelto que acrecentaba el regusto de aventura romántica, se desplazó en barco a las Hébridas para conocer sobre todo la deshabitada isla Staffa y sus misteriosas cuevas de basalto, sobre las que se cernían leyendas como la del héroe celta Finn MacCool, llamado Fingal. Pronto abocetó Mendelssohn el arranque de la que sería su Obertura op. 26, compases que envió por correo a su familia como única descripción posible de aquella maravilla (nótese la definición de «poema sinfónico» que hay implícita en esta actitud). Cuando la obra estuvo completa, la tituló Die einsame Insel (La isla solitaria), pero, en la primavera de 1832, poco antes de estrenarla en Londres, la revisó y le dio un doble título- Obertura Las Hébridas o La gruta de Fingal.
El curso musical sigue con fidelidad el molde de un primer tiempo de sonata o sinfonía. Escucharemos directamente el primer tema, misterioso, muy dinámico, con una frase principal breve, escueta, nerviosa y magníficamente definida, que implica el descenso de una octava en un solo compás. El segundo tema, expuesto por el fagot y la cuerda baja, no está muy alejado del espíritu del primero, pero se caracteriza por su estiramiento cantable. Como conclusión de la sección expositiva sobreviene un tutti orquestal fortísimo. Comienza la sección de desarrollo con llamadas de los vientos a los que contesta siempre la frase principal del primer tema. Hay un breve paso por el segundo tema y por momentos conviven ambos diseños, aunque se imponen en el desarrollo las variantes de la frase principal. Destaca un pasaje con carácter de scherzo, siempre con la misma idea temática, en donde cabe admirar la excepcional levedad orquestal que convirtió a Mendelssohn en un indiscutible maestro en este tipo de expresión sinfónico. El acceso al clímax sonoro conduce a la reexposición ortodoxa, aunque no literal. El segundo tema brillará ahora cantado por un clarinete. En la contundente Coda, la célula temática principal resuena en el clarinete tras dos secos acordes fortísimos de toda la orquesta, y vuelve a sonar para conducirnos a un apacible final.