Dentro del contexto educativo resulta de vital importancia prestar atención al repertorio que elegimos, siempre entendido este como una herramienta puesta a nuestra disposición para facilitar el progreso de nuestros estudiantes. De cómo utilicemos ese repertorio dependerá su efectividad a largo plazo
Por Juan Mari Ruiz
En las programaciones didácticas de los conservatorios encontramos, además de conceptos como competencias, objetivos o criterios y procedimientos de evaluación y de calificación, una gran variedad de obras distribuidas entre los distintos cursos que conforman cada ciclo, ya sea elemental, profesional o superior, siguiendo el criterio de aplicar en cada momento un grado de dificultad adecuado a las destrezas que cabe esperar que alcancen los alumnos en un determinado nivel. Aunque hay que tener en cuenta que lo particular de nuestras enseñanzas es que, a diferencia de la educación general, no se trata de trabajar temas relacionados entre sí pero que son a la vez relativamente independientes, sino unos pocos grandes temas generales en los que poco a poco se va profundizando a lo largo de los años. Por ejemplo, en una clase de Historia en el instituto se puede explicar cada una de las épocas en relación con las que las precedieron o explicando cómo influyeron en las siguientes, pero todas ellas pueden en cierta medida constituir un tema más o menos aislado que se puede trabajar por separado. En cambio, al estudiar un instrumento no aparecen temas realmente nuevos más allá de las primeras etapas del aprendizaje y todo el trabajo se basa en profundizar en estos cada vez con un mayor grado de precisión y exigencia.
¿Para qué nos sirve el repertorio en el aula?
Las obras que escogemos para nuestro alumnado constituyen una importante piedra de toque con la que verificar que se van consiguiendo los objetivos que nos hemos marcado en cada uno de estos temas y se van adquiriendo con soltura las destrezas deseadas, pero no deberíamos olvidar que no constituyen un fin en sí mismas, sino que forman parte de todo el repertorio didáctico que podemos utilizar en clase, junto con los estudios y el trabajo básico de la técnica. Es cierto que en ellas confluye todo el trabajo previo y es en donde este encuentra una aplicación directa en el plano musical e interpretativo, pero, a fin de cuentas, ¿cuántos de los estudiantes que las estudian van a tener en su vida la oportunidad de tocarlas en público de forma profesional, como solista y en un concierto retribuido?
Quizá nunca se tocarán estas piezas en un gran auditorio, pero es probable que, si todo va bien, llegue el día en que el estudiante acceda a la vida profesional, en la que deberá tocar otro tipo de repertorio dentro de una agrupación, y probablemente en un papel distinto al del solista. Desde este punto de vista cabe plantearse si no sería mejor trabajar estos papeles, que alguien podría considerar como secundarios pero que resultan ser los más habituales para la mayoría de los profesionales, en lugar de las grandes obras del repertorio, o pensar de qué sirve dominar el Concierto de Mozart si nunca se va a tocar con una orquesta.
Es muy probable que el alumnado nunca llegue a tocar en un concierto profesional y acompañado por una orquesta las obras que está estudiando, pero estas, bien escogidas y trabajadas, son una magnífica herramienta para comprobar sus progresos.
Pero, por otra parte, las distintas posibilidades de tocar en una agrupación y las necesidades particulares de cada alumno son lo bastante variadas como para que resulte imposible abarcar todo el repertorio que quizá se llegue a interpretar o incluir en la programación todos los problemas que puedan surgir con sus correspondientes propuestas de solución. Según el instrumento de que se trate se puede tocar en una orquesta o en una banda, de solista o de tutti, se pueden dar recitales o ser el acompañante de otros instrumentistas, pero también se puede tener una gran facilidad innata o necesitar un refuerzo en cualquier aspecto a lo largo de la etapa formativa o incluso de la carrera profesional. Todo ello tiene un punto en común: es necesario dominar el instrumento de una forma suficiente que permita hacer frente a las dificultades técnicas y estilísticas que requiera cada uno de los distintos papeles que se puedan llegar a desempeñar y para resolver las dificultades que puedan aparecer. Por eso es tan importante analizar y conocer de primera mano qué es lo que nos puede aportar el estudio de cada uno de los ejercicios y obras que practicamos e interpretamos.
Pongamos un ejemplo claro de la diferencia entre el rol de solista de un instrumento y de tutti de ese mismo instrumento: si se va a tocar el citado Concierto de Mozart acompañado de una orquesta, o cualquier otro, es imprescindible encontrar un sonido amplio y bien proyectado que tenga protagonismo sobre el conjunto, pero si en lugar de como solista de esta obra se va a tocar el papel de segundo en una sinfonía lo que se va a necesitar es un control absoluto de los matices más suaves y dominar con seguridad el registro grave, que es en el que se deberá tocar con una mayor frecuencia y que probablemente es el que más problemas puede presentar y en el que podemos quedar en evidencia.
Las necesidades no son las mismas, pero la cuestión es que, en la mayoría de los casos, las obras que se preparan para los recitales de fin de estudios son los grandes conciertos del repertorio solístico, cuando las exigencias profesionales de la vida laboral real pueden ser muy diferentes. Un recital debería abarcar de forma equilibrada todas estas necesidades a fin de que podamos comprobar que se han adquirido todas esas habilidades, porque cualquier instrumento posee un repertorio más que suficiente para poder trabajarlas y mostrar que se dominan. El virtuosismo puede ser una parte importante de la formación del instrumentista, pero también lo son la delicadeza y el conocer distintos estilos y funciones del instrumento. Esta idea se puede aplicar a todos los niveles educativos, no solo a los más avanzados. Basta con adecuar el nivel de dificultad a cada uno de ellos encontrando unas obras adecuadas que nos ayuden trabajar con eficacia y a comprobar que progresivamente se van consiguiendo esos objetivos.
Por eso resulta de vital importancia atender a la utilización que hacemos del repertorio a estudiar a lo largo de toda la etapa formativa que, como hemos dicho, no siempre va a coincidir con el que interpretaremos en nuestra vida profesional pero que, si es variado y equilibrado en cuanto a nivel de exigencia y contenidos técnicos y musicales, nos va a ayudar a dominar nuestro instrumento en todas sus facetas. El objetivo durante todo el período en que se realizan los estudios es ir adquiriendo las habilidades que necesitaremos más adelante, y es labor del profesor saber extraer del repertorio que ha decidido incluir en su programación aquellos aspectos que cada obra le permitirá trabajar. Además, tendrá que saber explicar a sus estudiantes por qué van a trabajar ese repertorio, de qué manera lo harán, en qué les va a ayudar y qué trabajo complementario van a hacer para poder dominarlas con facilidad.
Recordemos que cuando utilizamos la palabra’repertorio’ nos referimos principalmente a las obras, ya sean sonatas o conciertos para solista o pasajes de orquesta, pero también incluimos en este término a los libros de estudios e incluso a los ejercicios de técnica que podemos utilizar, ya sean extraídos de un método o creados por nosotros mismos.
Probablemente, con cualquier obra podríamos trabajar todos los aspectos que influyen en tocar nuestro instrumento, incluso con una en apariencia muy simple —llevándolo al extremo, nada impide limitar el estudio a una serie de escalas trabajadas con distintas articulaciones, ritmos, velocidades e intervalos—, pero un aliciente que nos ofrece el disponer de un repertorio amplio es dar variedad al estudio, con lo que se facilita que el alumno mantenga su motivación a la vez que se inicia en el conocimiento e interpretación de diferentes estilos respetando los usos y convenciones musicales de cada época.
Un repertorio amplio también nos permite dirigir nuestra atención hacia cada detalle concreto que queremos trabajar, eligiendo para ello alguna obra o estudio que lo aborde de forma clara, pero mientras lo estamos estudiando resulta fundamental que dirijamos la atención de manera efectiva a ese detalle y que a la hora de dar por bueno el trabajo de la obra —o de calificarla si se trata de un examen— lo tengamos en cuenta de una manera especial y por encima de todos los demás aspectos que también están presentes en la obra pero que no son nuestro objetivo principal en este momento.
Cómo organizar el trabajo
Si queremos acertar con la obra o el estudio a elegir no está de más tener preparado un listado previo el que incluyamos todos aquellos temas que afectan directamente al hecho de tocar nuestro instrumento. No debe ser una lista muy larga y con muchos conceptos en apariencia independientes entre sí, es preferible agruparlos todos en solamente unos pocos apartados amplios de los que deriven en diferentes niveles todos los demás hasta llegar a los detalles más sutiles, a modo de las ramas de un árbol del que partiendo del tronco y de las gruesas ramas más bajas van surgiendo otras progresivamente más finas.
Por ejemplo, en un instrumento de viento los dos grandes apartados técnicos podrían ser únicamente el control del sonido y la digitación. Con el primero hacemos sonar el instrumento y con el segundo obtenemos todas las notas. Es un esquema demasiado simple, es cierto, pero estas no son más que las dos grandes ramas que salen del tronco. De la primera saldrían ramas secundarias como son la respiración y la embocadura, por ejemplo, de las que a su vez derivarían la estabilidad del sonido y la afinación, más allá los matices, después el vibrato, los cambios de color y muchos otros aspectos en forma de ramas cada vez más delicadas. Algo similar haríamos partiendo del concepto general de digitación, incluyendo cada vez detalles más concretos. Por ejemplo, podríamos dividir el trabajo en dos partes, sincronización de los dedos —de la que depende la limpieza en el cambio de notas— y velocidad, cada una de ellas con los detalles que consideremos y la forma de trabajarlos que pensemos que es la más adecuada, y a partir de ahí ir precisando los detalles.
Podríamos elaborar un esquema parecido con respecto a los aspectos artísticos, teniendo en cuenta las características generales de cada uno de los estilos musicales y de las épocas y el papel que juega nuestro instrumento dentro de cada conjunto. No es difícil explicar a los estudiantes algunos principios básicos incluso desde los niveles iniciales y poco a poco ir ganando en complejidad hasta llegar, años más tarde, a realizar una interpretación personal y a la vez coherente con el estilo de la obra.
La forma en que se toca la música de cada época sigue unas ciertas convenciones comunes a todos los instrumentos —si bien es cierto que el conocimiento acerca de estas ha podido ir cambiando con el tiempo a medida que se ha profundizado en los estudios musicológicos— y podemos recogerlas en nuestro árbol, pero es quizá en los aspectos técnicos sobre los que podemos hacer un trabajo más detallado y también más personal, partiendo de nuestra propia experiencia, hasta conseguir ese control con un estudio bien orientado y utilizando el mínimo de esfuerzo.
Como vemos, por un lado, se trata de saber cómo podemos controlar nuestro instrumento y por el otro de poder utilizar ese control con una finalidad artística y de comunicación con el que nos está escuchando. Estos son los dos principios fundamentales de la interpretación instrumental.
Podríamos seguir añadiendo capas cada vez más pormenorizadas en cada uno de esos dos elementos, quizá concretando aspectos muy específicos de nuestro instrumento o mencionando pasajes, tesituras o dinámicas que resulten más comprometidas, pero relacionando siempre cada nivel de las ramas de nuestro esquema con las anteriores, de forma que resulte más sencillo encontrar la referencia cuando sospechamos que algo no funciona como debiera o que no se está progresando como era esperable. Por otro lado, no debemos olvidar que tendremos que tener en cuenta qué grado de exigencia es razonable aplicar a todos esos temas en cada uno de los niveles. Es decir, cómo valoramos que se ha conseguido dominar aquello que queríamos trabajar en un grado aceptable para la edad y experiencia previa del alumno.
Un listado de todo aquello que queremos trabajar que incluya los problemas más frecuentes y sus posibles soluciones resulta de gran ayuda en el aula y a la hora de preparar una prueba.
Con un esquema de este tipo es fácil incluir, debidamente ordenado, todo aquello que queremos trabajar y observarlo en relación con todos los aspectos que lo rodean e influyen en ello. Resulta especialmente útil a la hora de hacer un seguimiento del alumno y observar si su evolución está siendo equilibrada en todos los aspectos o hay alguno que se debería reforzar. Además, con el tiempo y la experiencia, nos permite ir anotando cuáles son los problemas más frecuentes y sus posibles soluciones, lo que resultará de gran utilidad en situaciones como, por ejemplo, la prueba práctica de una oposición —algo que, tristemente, cada vez se ve con menor frecuencia— en la que el candidato debe dar una clase a un alumno desconocido del que no sabe qué obra va a tocar. Habiendo tenido esta previsión resulta más sencillo organizar el tiempo de la clase de manera que el jurado pueda comprobar que el opositor conoce, domina y sabe hacer trabajar todos los aspectos técnicos y artísticos que abarca en hecho de tocar su instrumento.
Una vez tengamos este esquema bien pensado es el momento de escoger el material musical más adecuado y que, en nuestra opinión, nos va a ayudar a conseguir los resultados apetecidos. Además, a cada obra o a cada pasaje que consideremos interesante le podemos añadir variantes y ejercicios complementarios que acorten el tiempo necesario para dominarlo. Por ejemplo, si hemos decidido estudiar un concierto de Vivaldi con el fin de trabajar la velocidad de los dedos en una tonalidad no muy complicada podemos aislar un pasaje de semicorcheas y trabajarlo a partir de una velocidad muy lenta e ir aumentando esta de forma progresiva, pero este trabajo será mucho más eficaz si practicamos el pasaje con varios ritmos diferentes de forma de que el apoyo del pulso vaya recayendo en notas diferentes con cada ritmo, lo que ayuda al control de la regularidad del movimiento de los dedos. Si en otra obra observamos que hay saltos muy grandes que nos va a permitir mejorar la flexibilidad del sonido y el control de la afinación podemos extraer esos intervalos y trabajarlos de forma separada, pero también podemos idear un ejercicio completo aplicando ese mismo salto a cada uno de los grados de la escala, de manera que el alumno interiorice ese gesto no solamente para el pasaje que necesita en esa obra e concreto, sino para cualquier otra en la que aparezca algo similar, lo que irá enriqueciendo su bagaje de habilidades técnicas que podrá utilizar siempre que lo necesite.
Un repertorio bien meditado y escogido, analizado en lo que puede aportar en cuanto a mejora técnica e interpretativa, que podemos complementar con aquellos ejercicios que hayamos ideado para potenciar su valor educativo será nuestra mejor herramienta para ayudar a nuestro estudiantado a progresar.
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