Entrevista a Alessandro Tampieri con motivo de la publicación de su disco con la Accademia Bizantina
Háblenos de su nuevo disco con la Accademia Bizantina: Concerti per violino VII – Per il castello (volumen 62 de la colección The Vivaldi Edition, Naïve Classique). ¿Qué particularidades tienen estos conciertos tardíos de Vivaldi, desde el punto de vista estilístico y armónico? ¿Es un lenguaje cercano al estilo galante?
Las primeras palabras que me vinieron a la mente después de la primera lectura de los conciertos para violín Per il castello fueron: ‘Vivaldi: el primer romántico’. Obviamente, es una afirmación excesiva y carente de base histórica, pero de una gran importancia para mí como inspiración en mi lectura personal de estas obras.
Aquí, Vivaldi no solo demuestra ser padrón y artífice del nuevo estilo galante, sino que empuja la elocuencia musical a imaginar situaciones armónicas o melódicas que llevan a la memoria pasajes mendelssohnianos como el segundo movimiento del concierto RV 390 o incluso verdianos como, por ejemplo, la pseudomarcha introductoria del segundo movimiento del Concierto RV 367.
¿El lenguaje de estos últimos conciertos para violín refleja la situación de Vivaldi en ese momento, es decir, la de un hombre abandonado por todos?
Sí y no. Es cierto que los afectos melancólicos, expresivos y sentimentales son de gran énfasis y nada nos prohíbe pensar que, en estos artificios retóricos, Vivaldi hiciera entrever, incluso inconscientemente, su situación personal, es decir, la de un hombre al final de su existencia que, obligado por las deudas y la búsqueda de nuevas contrataciones deja su Venecia natal, para recalar en tierras extranjeras y desconocidas.
Aun así, creo que sería un error considerar estos últimos conciertos como una especie de ‘diario íntimo’ o de un ‘testamento musical’ en el sentido romántico que, hoy en día, damos a estas palabras. Vivaldi pertenece a un periodo histórico en el que el músico era, sobre todo, un artesano y, principalmente, trabajaba para satisfacer las necesidades del cliente, y de un gusto musical que estaba cambiando.
¿Desde cuándo forma parte de la Accademia Bizantina? ¿Qué destacaría del trabajo con su director Ottavio Dantone? ¿Qué ha aprendido de él después de tantos años de trabajo conjunto?
Digamos que prácticamente he crecido con Accademia Bizantina. Comencé con 15 años en 1985, tocando como el último de los violines segundos y, tres años después, pasé a la viola, instrumento que toqué hasta el 2005. Luego, tras pasar algunos años tocando con otros grupos, pero sobre todo desarrollando y profundizando mi propio discurso musical al violín, Ottavio y otros músicos de la orquesta me llamaron en 2011 para que cubriera el rol de Concertmaster.
La relación con Ottavio se ha caracterizado siempre por un profundo rigor interpretativo y una gran libertad de expresión. Ottavio es un músico de altísimo nivel, y por lo tanto, muy exigente consigo mismo y con sus músicos. Yo lo soy un poco menos, y precisamente por esta razón, he intentado mejorar siguiendo su inspiración y sus consejos. De todos ellos, el más importante es, sin duda, la importancia de tener una visión musical clara y de ser lo más objetivos posible, incluso en el abandono a los affetti sugeridos por el compositor.
Colaborar con Ottavio me ha enseñado a ser más eficaz en la expresión y a explorar con más profundidad en los affetti musicales.
Cuando aborda una nueva partitura, ¿estudia también las fuentes originales? ¿Cuál es su máxima como músico especializado en la interpretación con criterios historicistas?
¡Por supuesto! Partir de las fuentes originales y formarse una idea de la composición sin la ayuda de otros intérpretes es el primer paso que se tiene que hacer. Raramente escucho otras grabaciones y, cuando las escucho, lo hago siempre después de haberme hecho una idea clara y consciente de lo que voy a tocar.
La máxima que siempre tengo en mente es: ¿qué quería expresar el compositor?, ¿qué pudo haber sentido el público de la época? Y, sobre todo, ¿qué puedo hacer yo para que el público contemporáneo pueda sentir las mismas cosas? Preguntas sencillas, pero esenciales y, sobre todo, ¡dificilísimas de responder!
¿Cuándo comenzó a tocar el violín? ¿Es verdad que toca también la viola y que ha sido violista de la Orchestra del Teatro alla Scala de Milán?
Sí, así es. Toqué la viola en 1993-94 en el Teatro alla Scala de Milán. En esa época tenía poco más de 20 años y quería ganar un importante concurso internacional y convertirme en primer viola de una gran orquesta… nada de esto se produjo… Intenté el concurso de La Scala pero el director principal de entonces, Riccardo Muti, consideró, con toda la razón, que todavía no estaba lo suficientemente maduro para ese rol… Y hoy se lo agradezco de todo corazón, porque aquel rechazo fue el inicio de una serie de afortunados cambios.
El violín fue mi primer instrumento de arco y empecé a tocarlo a los 10 años, pero ya tocaba la guitarra desde los 7 y también cantaba en un coro de voces blancas. De todas formas, considero que los diez años que me pasé tocando exclusivamente la viola y su repertorio fueron muy importantes en mi formación musical y en mi ideal del sonido.
Toca también la viola d’amore y ha grabado los conciertos para este instrumento de Vivaldi con la Accademia Bizantina, en la colección The Vivaldi Edition, de Naïve Classique. ¿Escribió usted las cadencias que toca en ese disco? ¿Tiene pensado hacer una gira tocando estos conciertos?
La viola d’amore es un instrumento extraño, curiosísimo, una auténtica imagen icónica del concepto de Barroco en música. Su existencia va ligada, principalmente, al hecho de que, explotando el principio físico de las cuerdas de resonancia, produce un sonido luminoso, metálico, que resulta muy exótico y evocador, pero técnicamente está lleno de dificultades.
Tiene una literatura extremadamente limitada y, seguramente, por tal motivo, una personalidad fugaz, en el sentido de que no está bien definida. Hay muchos tipos de violas d’amore: de 5, 6 o 7 cuerdas, con o sin cuerdas de resonancia, con encordadura de tripa o de hierro. Por esta razón, repito a menudo que la viola d’amore ‘no existe’. Me refiero con esto a que, evidentemente, no existe un sonido y una identidad unívoca como la del violín o el violonchelo.
La viola d’amore es un instrumento con el que me siento muy a gusto, y fue divertido improvisar las cadencias del disco. En general, las cadencias se escriben, pero para mantener intacto el sentido de improvisación, todas las cadencias de este disco han sido literalmente improvisadas. Llevamos con frecuencia los conciertos para viola d’amore a las salas de conciertos, aunque cada concierto requiere una afinación diferente, lo que implica proponer solo dos obras en la misma velada, porque el instrumento no podría aguantar más.
¿Cuáles son sus próximos proyectos? ¿Algún compositor que todavía no ha interpretado y le gustaría hacerlo en un futuro?
Estoy muy comprometido con el recorrido discográfico y musical de la Accademia Bizantina y en un 90 % mis proyectos son los proyectos de mi grupo. Comenzaremos a abordar el repertorio del Romanticismo alemán sin ser románticos, pero dejándonos contagiar por el Romanticismo.
En 2021 grabaremos la Sinfonía núm. 4 ‘Italiana’ de Felix Mendelssohn y la Sinfonía núm. 3 ‘Renana’ de Robert Schumann con instrumentos del ottocento, partiendo de los manuscritos y las primeras fuentes para intentar liberar el sentido musical de estas composiciones de la práctica tradicional y de las costumbres orquestales y ofrecer una lectura que sea coherente con nuestra visión musical.
Como apasionado runner que soy, siempre me encanta correr en sitios nuevos y descubrir, con el solo auxilio de las piernas, paisajes y geografías desconocidas para mí. Aventurarse en este nuevo repertorio será como descubrir un nuevo mundo, y me parece muy emocionante. Este es precisamente el espíritu que anima mi trabajo de músico y con esta idea intento indagar la música del pasado, lo que siempre me emociona.
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