Nacido en Bregenz, el bajo-barítono Martin Winkler es miembro del cuerpo estable de la Volksoper de Viena. Entre el 13 y el 30 de marzo de este año encarnará al personaje de Kovalev en La nariz, de Shostakóvich, ópera basada en el cuento homónimo de Nikolái Gógol que se estrenará en el Teatro Real bajo la dirección artística de Barry Kosky y musical de Mark Wigglesworth.
Por Alicia Población
¿Cómo fueron sus primeros pasos en el mundo de la música?
El canto siempre ha estado en mi vida de alguna manera. Formaba parte de un coro de niños en mi pueblo natal, y ya allí di algunas lecciones de canto. Nací a 700 kilómetros de Viena, en un lugar donde no había nada, era todo campo. Yo, por supuesto, quería salir de ese ambiente, un ambiente ultracatólico y muy conservador, así que decidí dejar a mis padres e irme a estudiar a Viena. Tenía 17 años y la ciudad me fascinó.
¿Siempre fue la voz? ¿No tocaba ningún instrumento?
En realidad, tocaba la guitarra, pero no profesionalmente y, aunque siempre me gustó cantar, nunca pensé que pudiera ser mi profesión. En realidad, fue una coincidencia, y me gustó. Me gustaba la sensación de estar en el escenario. Cuando fui consciente de eso fue cuando empecé a estudiar en el conservatorio. A Viena llegué con muchos complejos, como te decía, venía de un lugar muy cerrado. Cantar se convirtió en la posibilidad de deshacerme de mí en cierto modo, de olvidarme de mí mismo y de todas mis restricciones. Me dio la oportunidad de ver mis limitaciones. Y en realidad no fue una decisión muy pensada. Me interesaba el arte, por supuesto, igual que me interesaban muchas cosas, de hecho, todavía estoy interesado en un montón de cosas, y cantar me daba la posibilidad de sentirme bien, sentirme aliviado, y olvidarme de mi vida diaria, de mis emociones, de mis problemas… Me obligaba a estar muy concentrado en el trabajo y además podía copiar muchas cosas que veía en la gente de la calle. Siempre me ha fascinado la habilidad de la empatía, eso es lo que somos. Y ver cómo reacciona la gente, qué ansiosa o qué indiferente puede ser, es inspirador.
¿Escuchaba ópera en su infancia?
En realidad, no estaba interesado en la ópera. No soy un fanático de las óperas, de hecho, no acostumbraba a ir. Me gusta cantar, por supuesto, escucho muchos discos y voy a la ópera, pero si me das a elegir entre ir a la ópera y ver la nueva película de James Bond, me decantaría por James Bond antes que por la ópera. Me gusta cantar, actuar, pero no tanto escuchar ópera, no es muy interesante. Me gusta hacerlo por mí mismo, estar dentro. Digamos que está bien, pero no es lo que da sentido a mi vida.
Inicialmente se especializó en papeles de bufón y cantó como Don Magnífico (La Cenerentola), Bartolo (El barbero de Sevilla) o Kecal (La novia vendida), hasta que en 2011 realizó su debut cantando al mago Klingsor en la ópera Parsifal de Wagner. ¿Cómo recuerda esta experiencia, este cambio?
No fue un cambio. Para mí es lo mismo, soy el mismo en el escenario. Fue muy fácil, actuar siempre ha sido muy fácil para mí. Quizá no fue un gran salto porque de alguna manera es algo muy natural. Tienes ambos lados en ti mismo. Se trata de encontrar lo trágico de la comedia y lo cómico de la tragedia.
Pero, si un estudiante tuviera problemas con respecto a encontrar esa comicidad en la tragedia y viceversa, ¿qué le diría?
Que, si está hecho para hacerlo, lo logrará. De alguna manera te llega, te elige. Por supuesto, en la universidad tienes muchos cursos en los que puedes aprender algunos trucos, pero creo que al final es carisma. No puedes aprender. Creo que Anthony Hopkins, o cualquiera de los grandes actores, no aprendieron, simplemente lo tienen, ese don. O lo tienes o no lo tienes. Y tienes que ser libre, tienes que ser un exhibicionista en cierto modo. Durante el proceso de ensayo tienes que dejar atrás todo lo que tienes en mente, expectativas, etc. Un buen director te ayuda a dejar todo eso atrás porque te da esa confianza que necesitas para hacerlo.
¿Nunca ha sentido miedo escénico?
No, nunca. Siempre hay algo de nerviosismo. No se trata solo de actuar, tienes que cantar y esto conlleva una técnica que tienes que aprender. Con la voz nada es seguro, en cada ocasión te puedes quebrar o te puede pasar algo, es un misterio. Yo intento tratarla bien, pero tienes que estar relajado y eso es un proceso. Creo que aún sigo lidiando con ello, es algo que nunca termina. Nunca estarás seguro, en ningún momento, y cada día será diferente. Y esto también es bueno porque es lo que te mantiene vivo.
El trabajo de cantante de ópera me parece muy complicado. No solo tiene que dar todo en la voz y hacerlo sin microfonía, con mucha potencia, sino que además debe moverse y actuar para que el público se crea el personaje. Hay que estar muy en forma.
¿Cómo se prepara los personajes?
Tienes que construir el texto de manera que lo que haces tenga un sentido. Cuando lo actores son aburridos en el escenario, la ópera se vuelve odiosa. La mayoría de las veces es así. Pueden cantar de una forma increíble, pero no estar diciendo nada.
Ha interpretado papeles en óperas más modernas como Gogol, de la compositora Lea Auerbach, en 2011, estreno mundial, Le grand macabre, de Ligeti, Wozzeck, de Berg y La nariz, de Shostakóvich, pero también ha interpretado papeles en óperas de Beethoven, Verdi, Strauss, etc. ¿Cuál diría que es el repertorio que mejor se adapta a su voz?
En la música moderna eres más libre porque no ha habido tanta recepción, no se ha escuchado tanto. Tienes más libertad. Por supuesto puedes darle más expresión, pero la expresión a veces es contraproducente, mata tu voz. La voz hay que cuidarla y si te pasas de expresión, la matarás en diez años. Y, por supuesto, también es aburrido hacer solo una cosa. Lo divertido es la variedad.
Algunos músicos me han comentado que a veces la manera clásica les encorseta…
Los compositores modernos siempre tratan de buscar la vanguardia. Hay muchas posibilidades en la voz humana: puedes hacer todo llorando, gritando… El canto clásico normal es muy objetivo. No puedes llorar. Bueno, quizá puedes, pero probablemente te manden a tu casa (risas).
He conocido mucha gente obsesionada con estudiar, literalmente no salir de la cabina de estudio, cuando en realidad para decir algo, ya sea con la voz o con el instrumento, hay que vivir, hay que salir al mundo exterior. ¿Qué opina de esto?
Supongo que yo también estoy obsesionado de alguna manera, claro, pero por supuesto no a ese nivel. Voy a museos, salgo… Mi trabajo es perfecto para viajar, conocer gente, culturas, idiomas, etc. Para mí es un regalo, estoy muy agradecido, y no puedo desperdiciarlo.
Ya ha intervenido en La nariz de Shostakóvich al menos en dos ocasiones. En el estreno, con dirección escénica de Barrie Kosky, en 2016 en Londres y en 2018 en Sidney. Ahora la representa en Madrid. ¿Cómo se siente respecto a esta ópera con el paso del tiempo?
Por lo menos recuerdo la música (risas), aunque tengo que reestudiarla, claro. Hacerla en ruso fue para mí un auténtico reto porque no entendía absolutamente nada de ruso. Como te decía antes, me gusta darle un sentido a lo que canto. En alemán no tengo problemas, porque sé lo que estoy diciendo. Con Arabella, por ejemplo, fue fácil porque muestra la sociedad austriaca, sus comportamientos y las relaciones de nobleza. Pero con el texto en ruso es otra cosa. En su momento me aprendí el texto en inglés, y de hecho bastante bien porque Barry Kosky era muy estricto, así que fue un momento difícil, sí.
Kosky dice que, ante la ópera de Shostakóvich: ‘Debemos olvidar por un momento nuestros gustos operísticos conservadores e intelectuales y abrazar lo ridículo’. ¿Qué cree que le aporta usted al personaje de Kovalev?
En la puesta en escena de Kosky no tienes mucho tiempo para pensar. Todo es muy físico, muy exigente, es todo un espectáculo de tempi. Yo particularmente no me siento ridículo. Tal vez esté bien si es así, no me afecta, no pienso mucho en eso.
¿Cree que la ópera, el canto, el arte, pueden cambiar el mundo?
No. Es imposible cambiar el mundo.
¿Y a las personas?
Bueno, si quieres cambiar, puedes. Los griegos inventaron la democracia con el teatro. Colocaron a dos personas en el escenario, polos opuestos, cada uno con su punto de vista, negativo o positivo, y los pusieron a debatir, a argumentar. Con ellos aprendimos a hablar, a pensar, a discurrir con ideas. El arte crea posibilidades, mundos posibles, el teatro crea posibilidades. Todas las posibles constelaciones que son las relaciones humanas se pueden ejemplificar en el teatro. No podemos dar soluciones con el arte, pero podemos dar posibilidades, dar esperanza, conectar con la empatía y lanzar la mente y el pensamiento hacia otros puntos de vista.
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