En la vida y obra de Antonio Lauro (1917-1986) se entretejieron elementos extraordinarios de diversos orígenes musicales para brindarnos una de las obras eximias de Venezuela y del continente americano. Sin embargo, este músico no ha obtenido, a mi entender, un suficiente reconocimiento ni dentro de las instituciones culturales ni fuera del país. En este artículo fijaremos algunos aspectos resaltantes de su obra, donde se encuentra compendiada buena parte de la sensibilidad venezolana.
Por Gabriel Jiménez Emán
Antonio Lauro nació en Ciudad Bolívar en 1917. Sus padres, Antonio y Armida, originarios de Calabria (Italia), se desplazaron, con mucho esfuerzo, desde Ciudad Bolívar a Caracas, en busca de otro ambiente para la educación de sus hijos. Al joven Antonio le habían advertido cualidades innatas para la música. Al llegar a la ciudad capital, el adolescente Antonio ya comenzaba a rasguear la guitarra con suprema sensibilidad y a componer pequeñas piezas, como una dedicada a su madre, Armida, mientras que su padre tocaba la guitarra y el bombardino en una banda. Don Antonio falleció cuando su hijo era un niño.
Con 5 años, nuestro protagonista ya había recibido instrucción básica en el Colegio Corazón de Jesús y en el Liceo Guayana. En Caracas vive un tiempo en casa de sus abuelos maternos. En aquella época se dice que el adolescente Antonio mostró interés en tocar algún instrumento, a la vez que rechazaba la enseñanza formal básica. Antes de cumplir los 10 años, ingresó a la Academia de Música y Declamación, que después se convertiría en la Escuela de Música ‘José Ángel Lamas’. Ahí se produciría el encuentro con músicos como Juan Bautista Plaza, Vicente Emilio Sojo, Salvador Llamozas y Raúl Borges. Con Sojo recibió clases de composición; de guitarra, de parte de Raúl Borges —quien fundó la primera cátedra venezolana de este instrumento—; mientras que de Llamozas obtuvo clases de piano; y de Juan Bautista Plaza, de historia de la música. Asimiló todos estos conocimientos con la mayor fluidez.
Sus inicios
Las clases eran costosas, por lo que el joven Lauro no vaciló en trabajar como guitarrista en la radio Broadcasting Caracas, como acompañante de cantantes aficionados. Así se fue poniendo en contacto con gente hasta formar parte del conocido Orfeón Lamas. En esos años, Antonio conoce a varios músicos, con quienes forma un grupo que sería relevante en sus inicios, Los Cantores del Trópico, junto a José Antonio Pérez Díaz, Eduardo Serrano y Marco Tulio Maristany. Lauro toca la guitarra y realiza los arreglos musicales.
El grupo se propone llevar a cabo una vindicación de la música popular venezolana, produciendo grabaciones que llenaron toda una época de la música del país, con piezas como el pregón Naranjas de Valencia, con letra del poeta Julio Morales Lara; Serenata de Pérez Díaz; Tu mirar, vals interpretado por el tenor Marco Tulio Maristany; y otros temas como Deseo (canción); La vaca lechera (copla llanera); Negra, la quiero (merengue); o Barlovento, célebre merengue de Eduardo Serrano. Los arreglos de Lauro definirían algunos de los rasgos dominantes de su estilo, mediante la asimilación de elementos nacionales, armonías del impresionismo musical y recursos politonales modulantes sobre escrituras tonales de una personalidad musical inédita hasta ese momento. También se aprecia en su trabajo la asimilación del estilo romántico de los valses que frecuentaba con sus maestros Llamozas y Borges, y de otros representantes del repertorio valsístico nacional, rasgos que no le abandonarían en adelante.
Comencé a oír estos valses siendo muy joven, interpretados en la guitarra por un gran amigo de mi familia, músico que dio renombre mundial a la guitarra: Alirio Díaz. Este haría una carrera brillante en Europa (un ensayo que permite tener una idea aproximada del trabajo musical de Díaz puede consultarse en mi libro La palabra conjugada. Ensayos sobre literatura, música y cine. ‘Alirio Díaz y su guitarra viajera’, págs. 381-399. Monte Ávila Editores, Caracas, Colección Estudios, 2023), donde llevó siempre en sus repertorios las composiciones de Lauro, emulando a su maestro mediante su espíritu de superación: ambos fueron capaces de poner en alto el nombre de Venezuela en auditorios mundiales. Díaz, además de insigne ejecutante y arreglista, nos legó un conjunto de Ensayos sobre música venezolana (Díaz, Alirio. Ensayos sobre música venezolana. Música en la vida y lucha del pueblo venezolano (reedición), Monte Ávila Editores Latinoamericana. Presentación de María Isabel Díaz. Exordio de Miguel Acosta Saignes, Caracas, 2023) que lo acreditan como un significativo intelectual e investigador, además de ser autor de numerosas crónicas y fundador de cátedras guitarrísticas en Europa y América Latina, donde fue constante su talante humanístico.
Las versiones realizadas por Díaz del maestro bolivarense enriquecen sus melodías, no solo por su virtuosismo y brillante ejecución, sino también por la emoción que les imprime, donde se advierten los rasgos mejores de la compleja identidad criolla-mestiza. Pudiera decirse que los floreos, rasgueos y bordoneos de Lauro conforman un conjunto de arpegios virtuosos en servicio de los arreglos del maestro, vistos como ejercicios de composición, y este dinámico proceso artístico convierte a Lauro en un compositor único en su clase, de muy complejo nivel de ejecución, detalle que ha convertido el conjunto de sus valses en paradigmas internacionales de la literatura guitarrística, llegando sus piezas a formar parte de los repertorios más exigentes de este instrumento, y convirtiéndose en estímulo para numerosas generaciones.
Década de 1940
Lauro desarrolla en esta década una actividad didáctica notable. Se dirige a la ciudad de Maracaibo, donde se desempeña como director de la Emisora Ondas del Lago y trabaja como guitarrista, pianista, cantante y arreglista. En esta ciudad compone su célebre vals El Marabino. Al culminar sus estudios de composición en 1947, regresa a Caracas como profesor en varios liceos y estimula la formación de orfeones en los colegios Luis Razetti, Fermín Toro, Aplicación, Santiago de León de Caracas. Compone himnos para algunos de ellos a la vez que publica artículos de prensa sobre temas musicales. Lauro es considerado un verdadero pionero en este campo; actividad que luego daría sus frutos en todo el territorio nacional, consiguiendo para ello el apoyo de numerosos músicos.
Justamente, en estos años de actividad en el Orfeón Lamas y en la Escuela Superior de Música, es cuando la versatilidad de Lauro se muestra en toda su posibilidad como ejecutante de piano, cuatro y guitarra, arreglista y cantante. Es durante esta década cuando nuestro músico tiene contacto con grandes figuras mundiales de la guitarra como Nitsuga Mangoré, Andrés Segovia, Regino Sainz de la Maza o María Luisa Anido, quienes alternaban en sus repertorios compositores clásicos europeos con latinoamericanos. Lauro llegaría a ser el primer guitarrista venezolano en interpretar en su instrumento a autores universales como Bach, Haendel, Mozart o Albéniz. Alirio Díaz anota en una de sus crónicas que, cuando Lauro tocaba, se advertía ‘una tersura tal que las cuerdas del instrumento parecían volverse inmateriales’, mientras el virtuoso John Williams bautizó al maestro Lauro como ‘el Strauss de la guitarra’.
Lauro acudía a recitales públicos en la radio, y hasta finales de esta década fue ejecutante de piano, instrumento que había estudiado con Salvador Llamozas. En la conocida Suite venezolana, por ejemplo, se nota su dominio del piano, donde sobresale su virtud en los joropos (como en uno titulado ‘El cucarachero’).
En la segunda mitad de esta década —y dentro de lo que algunos musicólogos han llamado el Gran Movimiento Musical Venezolano— Lauro se estrena como compositor orquestal; por ejemplo, con su obra Cantaclaro, basada en la célebre novela de Rómulo Gallegos, que conquistó el gran Premio Vicente Emilio Sojo en 1948. En ese año la situación política era grave. Gallegos había sido designado presidente de la República, pero fue derrocado por una Junta de Gobierno encabezada por Delgado Chalbaud, al servicio de una dictadura. Lauro, por defender abiertamente a Gallegos, fue enviado a prisión durante un año y la obra no pudo ser estrenada. En 1948 Lauro escribe una de sus obras maestras, Pavana al estilo de los vihuelistas, donde parodiaba el estilo musical español del siglo XVI, e hizo acopio de una serie de armonías impresionistas, usando contrapuntos, ornamentos y cadencias de aquellos tiempos, y donde por momentos evocaba a músicos como Ravel o Debussy.
Otras obras de estos tiempos son Sonata y Misterio de Navidad, esta última un auto sacramental para solistas, coro, narrador y orquesta, cuyo texto fue escrito por el historiador venezolano Manuel Alfredo Rodríguez.
Década de 1960
Durante la década de 1960 Lauro continuó con su labor de fundar organizaciones corales como Los Madrigalistas de Venezuela, para quienes compuso varios arreglos polifónicos, al tiempo que se responsabilizó en conformar otras organizaciones musicales como la Orquesta Sinfónica de Venezuela (en cuyo seno también ejecutó saxofón y percusión). Dirigió la Escuela de Música Juan Manuel Olivares y fundó el Trío de Guitarras Raúl Borges. Participó en política como candidato a diputado por el partido Acción Democrática y por el Partido Revolucionario Nacionalista, pero no resultó electo.
Los detalles de la vida personal de Lauro nos dicen que se casó con María Luisa Contreras en Caracas en 1946. Tuvo con ella tres hijos: Leonardo (1947), Natalia (1950) y Luis Augusto.
Lauro tuvo activa participación contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y, años más tarde, fue detenido por la Seguridad Nacional durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Fue enviado primero a la Cárcel Modelo y después a la Cárcel de San Juan de los Morros. Compuso allí el Himno Miliciano, con letra de poeta Manuel Vicente Magallanes. En la cárcel le permiten ocasionalmente tocar la guitarra. Tras las rejas, compone importantes obras.
Algunos de los galardones que recibió en vida fueron el Premio Vicente Emilio Sojo en 1957, el Premio Nacional de Música en 1965 y el Premio Casa de las Américas en 1978. Fue declarado Hijo Ilustre de Ciudad Bolívar.
Catálogo de obras
De las obras para orquesta, además de las antes mencionadas, tenemos Giros negroides, una suite sinfónica en cuatro movimientos que Alirio Díaz ha definido como ‘un vigoroso lienzo musical de nuestras culturas afroamericanas’, y el célebre Concierto para guitarra y orquesta, diálogo de la guitarra con los matices de toda la orquesta, una obra ambiciosa. Dentro de la forma de suite encontramos la obra Quinteto para instrumentos de viento, donde hallamos una mixtura de elementos venezolanos con armonías del impresionismo y recursos politonales, todo en busca de una personalidad musical propia.
La pasión de Lauro por el vals venezolano lo conduce a un deseo de asimilar el estilo romántico de los antiguos valses que nuestro músico había escuchado con sus maestros Raúl Borges y Salvador Llamozas. En este sentido, es elocuente su vals Natalia (dedicado a su hija), quizá su vals más conocido e interpretado mundialmente.
También son muy populares las armonizaciones de Lauro de temas como El totumo de Guarenas (de Benito Canónico), Brisas del Torbes (de Luis Felipe Ramón y Rivera), Adiós a Ocumare (de Landaeta), El papelón (baile tradicional guayanés), El seis por derecho al estilo del Alma Llanera (pieza de complejísima ejecución). En otras, muestra la versatilidad de búsquedas, como Pavana y Fantasía (1976), y prosigue con su indagación en nuevos medios artísticos, que le permitirán mostrar y proyectar una imagen rica de nuestra música desde el punto de vista de una cultura profunda. Otras obras interesantes son Cinco madrigales (1948-1955) para coro a capela; Marisela (1949) para arpa; y Suite venezolana (1948) para piano, antes citada.
De las obras de música de cámara menciono las composiciones Morenita (1939), un joropo para voces y guitarra; Cuarteto para cuerdas (1946); Quinteto para instrumentos de viento (1955); Pavana y fantasía para guitarra y clavecín (1976); y otras canciones para órgano y barítono escritas entre 1960 y 1961.
Algunas de sus composiciones para guitarra son Quince valses venezolanos (1936-1970), Merengue (1940), Canciones infantiles y fuga a dos voces (1944), la ya citada Pavana al estilo de los vihuelistas (1948), Suite Venezuela (1952), Sonata (1952), Concierto para guitarra y orquesta (1956); Variación sobre una canción infantil (1967) y Seis por derecho al estilo del arpa venezolana (1967). La mayor parte de esta obra guitarrística ha sido publicada por firmas especializadas como Brockmann Van Poppel y Unión Musical Española.
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