Por María Saiz San Emeterio
Este artículo fue publicado originalmente en el número 239 de la revista Melómano
Tengo la suerte de poder tocar con un violín italiano, concretamente un G. B. Rinaldi de 1880. Creo que hoy en día se fabrican instrumentos estupendos que cuentan con todas las características necesarias para considerarlos de primera categoría, pero desde mi punto de vista los instrumentos antiguos cuentan con otros puntos a su favor que los hacen realmente extraordinarios, ya sea el timbre, el color o la calidez del sonido. En mi opinión, los instrumentos italianos son los mejores representantes de la lutería. De hecho, he tenido la oportunidad de tocar con varios, por ejemplo, con los Stradivarius del Palacio Real, y ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida.
El violín actual no aparece hasta el siglo XVII. Proviene de otros instrumentos de diferentes orígenes. Cremona, en Italia, se puede considerar, de alguna manera, como la cuna del violín tal y como lo conocemos en la actualidad, destacando por la gran cantidad de lutieres dedicados a la mejora de la construcción de dichos instrumentos. Existe un debate sobre las razones por las cuales dichos violines destacan sobre el resto, si bien puede ser por cuestiones tan elementales como las maderas y los barnices empleados.
Para mí, el violín es un instrumento perfecto. Dentro de los instrumentos de cuerda frotada es el más pequeño y agudo. Su versatilidad es realmente amplia; es brillante como solista y, a la vez, se puede sumergir y mezclarse con el resto de los instrumentos de la orquesta sin ninguna complicación.
Lo cierto es que pertenezco a una familia con cierta tradición musical. Mi madre contaba con varios músicos en su familia, y a ella siempre le fascinó este mundo, transmitiéndonos a mis hermanos y a mí dicha pasión por la música y concretamente por el violín, pues a pesar de la enorme dificultad para su aprendizaje, se trata de un instrumento realmente completo y bonito.
Soy natural de Santander que, si bien es una ciudad relativamente pequeña, ha ido abriéndose paso en el mundo de la música, hasta destacar en estos momentos por la organización de diferentes eventos de renombre mundial. Sin embargo, las oportunidades de estudiar hacia una carrera profesional eran limitadas. Por ello, fue necesario acudir a estudiar en otras ciudades. Soy la menor de tres hermanos y todos estudiamos violín y tuve la suerte de contar con la ayuda de ellos. Creo que estudiar música es un verdadero esfuerzo por muchas partes, pero al final es toda una recompensa ver cómo poco a poco consigues obtener resultados. El estudio nunca acaba, pero en cada concierto, cada clase y cada pieza interpretada la sensación de superación no tiene comparación.
Desde mi punto de vista, por lo menos al principio, no es necesaria una formación diferente para un violinista de orquesta y para un solista de violín que quiera hacer una carrera en solitario. Sí que es verdad, que cada profesional quizá necesite desarrollar más unas características sobre otras. Por ejemplo, en un músico de orquesta creo que debe prevalecer la preocupación por formar parte de una agrupación, sin sobresalir en exceso y aportar lo más positivamente al conjunto todo lo que pueda, en la calidad y calidez del sonido, en el ritmo, en no desvirtuar el trabajo de los compañeros, etc.
Quizá el violinista que hace carrera en solitario no necesita buscar tanto es ‘empaste’ con los demás, y es precisamente por eso por lo que se potencia otros elementos. Ambos profesionales creo que deben de auto exigirse lo mejor de sí mismos para así poder ofrecerlo tanto a los compañeros como al público y es muy difícil a veces lograr esa flexibilidad en un músico.
Hay muchos solos maravillosos en el repertorio orquestal. Quizá Una vida de héroe, de Richard Strauss, es uno de mis preferidos. En cuanto a los conciertos para violín, mi preferencia siempre han sido los conciertos románticos, aunque la verdad es que pocas obras podría descartar. Por unas razones o por otras todo el repertorio para violín me resulta tremendamente atractivo.
Ciertamente el violín tiene la suficiente versatilidad como para destacar igualmente en todos los ámbitos musicales. Claros ejemplos de esto los encontramos en la música de raíces celta o zíngara. En el jazz también hay ejemplos destacables, si bien no es un instrumento que se haya prodigado tanto en dicho estilo musical.
El día que pasé a formar parte de la Orquesta Sinfónica RTVE fue realmente feliz en mi vida. Para mí suponía toda una satisfacción poder decir que formaba parte de una orquesta de gran prestigio, y con ello tener la oportunidad de interpretar música maravillosa, bajo la batuta de grandes directores y acompañar a solistas de talla internacional, junto a unos compañeros admirables.
Una de las mayores recompensas en la vida creo que es poder decir que te dedicas a lo que más te gusta, algo para lo que te has estado preparando durante mucho tiempo, y lo sigues haciendo cada día: la música, un lenguaje completamente vivo y universal. Especialmente cuando, además, formas parte de una gran familia como es la Orquesta Sinfónica RTVE, en la que con el paso de los años terminas descubriendo grandes profesionales y amigos. Tengo la suerte de compartir atril con un gran violinista, David Mata, junto con el que desempeño mi labor como solista de segundos violines; y con unos compañeros maravillosos tanto en la sección como en el resto de la orquesta.
En la Orquesta hemos tenido la suerte de poder tocar junto a solistas de gran talla internacional, y ha sido un verdadero honor y privilegio poder acompañarlos. Por supuesto que me hubiese encantado poder acompañar a violinistas tan geniales como Jascha Heifetz, Ginette Neveu o David Óistraj, simplemente por mencionar a alguno de mis favoritos.
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