La formación musical es también una forma de transformación social. En la Escuela Superior de Música Reina Sofía, el proceso educativo del intérprete conecta la excelencia artística con la responsabilidad ética, formando músicos capaces de contribuir a una sociedad más inclusiva.
Por Juan A. Mendoza, Amaia Pérez y María Flores, Departamento Artístico de la Escuela Superior de Música Reina Sofía
La formación de un músico profesional se basa en el dominio de su instrumento, pero su actividad tiene un impacto más amplio: contribuye al acceso universal a las artes y al proceso de inclusión social.
Desde el primer momento, aprender un instrumento requiere muchas horas de trabajo individual para alcanzar una ejecución técnica que permita una interpretación libre y expresiva. Este recorrido exige constancia, disciplina y dedicación. Pero ¿qué ocurre después? ¿Cómo se integra el músico en la sociedad y qué aporta su arte al bien común?
Ser músico es también emprender un camino hacia el conocimiento de uno mismo, en el que la identidad se reformula de acuerdo con la percepción de quiénes somos, cómo nos relacionamos con el entorno y cuál es nuestro rol en él. Se trata, así, de un recorrido cíclico que, lejos de agotarse, se renueva con cada vivencia, cada obra y cada encuentro artístico.
Desde la psicología de la música, Even Ruud ha señalado que la música constituye un espacio privilegiado para la exploración de la identidad. En sus palabras, ‘la música ofrece un marco experiencial donde las personas pueden experimentar y desarrollar su sentido del yo y su pertenencia al mundo’ (‘Music and the Quality of Life’. Nordic Journal of Music Therapy, julio de 1997, pp. 86-97). En este contexto, el aprendizaje musical trabaja la técnica y el repertorio como vehículo de la expresión. A lo largo de su carrera artística, las diferentes experiencias vitales dotan al músico de diversas herramientas para reinterpretar las obras, descubriendo nuevas capas de sentido.
Este proceso de transformación se despliega en distintas escalas. En lo individual, el trabajo solista permite conectar con la voz genuina de cada uno. En lo colectivo, la música de cámara y la orquesta ofrecen experiencias donde el yo se pone en relación con entornos íntimos y plurales: en música de cámara, cada intérprete asume una responsabilidad singular dentro de una conversación equilibrada, donde liderazgo y escucha se alternan; en la orquesta, el músico se inserta en una estructura más amplia y compleja, que articula jerarquía y horizontalidad bajo la guía del director, concertando una multiplicidad de voces que respiran juntas.
Del aula al escenario: la Escuela como espacio de encuentro
Estos elementos están presentes desde las etapas iniciales, pero se profundizan en la formación superior, donde el proceso de autoconocimiento del intérprete se proyecta hacia su función social. El arte deja de ser solo un espacio de exploración personal y se convierte en canal de retorno: lo vivido y aprendido se entrega a la comunidad.
El escenario, en este sentido, se transforma en un espacio de visibilización del recorrido vital y artístico del músico, una prolongación del aula. Allí se manifiesta la personalidad del solista, el diálogo entre iguales en la agrupación camerística y el complejo equilibrio colaborativo de la orquesta.
En la Escuela Superior de Música Reina Sofía, este enfoque académico integral impregna también la programación: los conciertos de carácter académico desempeñan una labor de exposición de la singularidad de cada estudiante; y los ciclos de cámara y las actuaciones orquestales se desenvuelven como la constatación del ejercicio musical plural. Se trata, por tanto, de un recorrido que abarca estilos diversos, desde el Barroco hasta la creación contemporánea, permitiendo que cada intérprete encuentre su lugar en un repertorio diverso.
‘Trabajar desde el arte’
En las últimas décadas, el poder del arte como vehículo de transformación está siendo motivo de investigación académica y artística. Las instituciones de enseñanza musical están llamadas a cultivar no solo la excelencia técnica, sino también la conciencia social y la capacidad comunicativa de sus estudiantes. Como señala el filósofo David J. Elliott, ‘hacer música es una forma de acción significativa que conecta a las personas con su mundo y con su sentido de sí mismas’ (Music Matters: A New Philosophy of Music Education, Oxford University Press, 1995).
Este enfoque integral está en el corazón del modelo educativo de la Escuela Reina Sofía, que, desde su fundación, ha apostado por situar el talento en el centro: independientemente de su procedencia y contexto, jóvenes músicos de todo el mundo pueden acceder a una formación de excelencia gratuita, gracias a un sólido sistema de mecenazgo. Este modelo, único en Europa y pilar distintivo de la Escuela, se traduce en un acompañamiento y apoyo al estudiante durante todo su desarrollo académico, de manera que ningún talento quede excluido. Con un claustro de referencia internacional y una enseñanza personalizada, la Escuela prepara a sus estudiantes para afrontar los retos de la vida profesional con solidez técnica, madurez artística y profundidad humana.
A este respecto, la Escuela colabora con proyectos músico-sociales dirigidos a colectivos en situación de vulnerabilidad, personas con diversidad funcional o en riesgo de exclusión. Estas experiencias permiten a los estudiantes ampliar su perspectiva sobre el rol del arte en la sociedad y desarrollar una conciencia más profunda de su responsabilidad como intérpretes. En este retorno, la Escuela reafirma su compromiso con el ecosistema cultural y social del que forma parte.
Es precisamente aquí donde la reflexión sobre la labor de cada uno en su entorno confluye con la cuestión inicial, en la que quiénes somos nos descubre vías alternativas para ejercer nuestra actividad. Una fase en la que, como defendía el violinista Yehudi Menuhin, ‘solamente con una formación creativa que no suprima ningún don del niño, sino que los potencie, podremos engendrar todos juntos una sociedad más justa’.
En su recorrido formativo, el intérprete transita de la técnica al sentimiento, del aula al escenario y del yo al nosotros. En este viaje, la Escuela Reina Sofía ofrece no solo las herramientas necesarias para alcanzar la excelencia, sino también el entorno donde la vocación artística se convierte en responsabilidad ética.
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