Parece evidente que para enseñar solo son necesarias dos cosas: saber qué enseñar y saber cómo enseñar.
Es decir, conocer la materia de que se trate en profundidad y con una experiencia práctica en primera persona, y al mismo tiempo dominar las herramientas didácticas necesarias para transmitir ese conocimiento a otros. Pero afirmación tan obvia como esta suele dar lugar a no pocas polémicas, porque muchas personas tienden a fijarse exclusivamente en una de las partes del enunciado: quienes se quedan con la primera dan por hecho que estamos justificando el virtuosismo, la ciencia infusa y el aprendizaje por imitación, mientras que los otros interpretan que defendemos un pedagogismo vacío basado en la teoría y más centrado en las formas que en el contenido. Nada más lejos de la realidad: las dos ideas son fundamentales, imprescindibles, estrechamente relacionadas entre sí y completamente inútiles la una sin la otra.
Por Juan Mari Ruiz
La mayoría de los estudiantes que al terminar su periplo por los conservatorios encuentran una salida profesional lo consigue en el campo de la enseñanza, pese a que la mayoría de ellos ha cursado la especialidad de Interpretación. Pero si bien saber tocar el instrumento con brillantez y de una forma más o menos intuitiva puede ser suficiente para alguien que se va a dedicar a dar conciertos, no lo es si de lo que se trata es de ayudar a otros a aprender. En nuestra profesión resulta indispensable tener un profundo conocimiento de cada mecanismo y de cada gesto implicado en la interpretación a fin de poder explicar cuál es la manera es la forma más eficiente de controlarlo, y también saber adaptar las explicaciones técnicas y artísticas al nivel, edad, expectativas y capacidades de cada alumno.
Por otro lado, resulta obvio que para poder enseñar algo no basta con saber la teoría, es necesario analizarlo y comprenderlo hasta en sus detalles en apariencia más insignificantes y, además, tratándose de algo tan práctico como tocar un instrumento, con un sólido conocimiento de primera mano. Saliéndonos de nuestro ámbito musical, no es lo mismo saber cómo se debe preparar una carrera de maratón que haberla corrido realmente y experimentado todas las sensaciones que provoca, las dificultades que pueden aparecer a mitad de carrera y haber sabido poner en práctica las soluciones que se han entrenado. Pero igual de importante que vivir esa experiencia es saber describirla de forma veraz y, volviendo a la enseñanza de un instrumento, además debemos saber estructurar los conocimientos que queremos transmitir y explicarlos con un lenguaje compresible y adaptado a los alumnos de cualquier edad y nivel.
La mayoría de los profesores con bastantes años en ejercicio suelen reconocer que en sus inicios carecían de una buena formación pedagógica, algo lógico si tenemos en cuenta que casi todos estudiaron para ser intérpretes, pero por lo general consideran que en la actualidad están bien preparados. Está claro que esa formación en el campo de la enseñanza les ha llegado con la práctica, pero aunque es cierto que la experiencia con los alumnos permite evolucionar y proporciona una mayor seguridad, una buena formación previa orientada hacia la práctica pedagógica real conseguiría que el proceso de iniciación en la docencia resultase menos arduo, con la ventaja añadida de no depender exclusivamente de la experimentación o de una visión limitada a la mera repetición de lo ya establecido.
Una formación orientada hacia las exigencias reales con las que se van a encontrar quienes se dediquen a la enseñanza permite al nuevo profesor sacar desde el principio un mejor partido a todas sus capacidades, y también le ayuda a disfrutar de su oficio desde el primer día proporcionándole una buena base que facilite su evolución posterior. Pero la solución no pasa por sobrecargar el plan de estudios de Interpretación con asignaturas teóricas que resten tiempo a la práctica instrumental o que puedan desviar de los objetivos de esta especialidad, sino por ofrecer esa formación a quienes ya tienen un buen nivel como intérpretes y deciden especializarse en la docencia. Es decir, un plan de estudios específico que encamine hacia a la pedagogía a quien ya es un instrumentista completo.
Llenar esta laguna es el objetivo del Máster en Pedagogía de los Instrumentos que desde 2022 ofrecerá la Universidad Alfonso X con un inmejorable elenco de profesores, en el que esto escribe tendrá el placer de impartir una asignatura en la de compartir sus ideas y experiencias. En este artículo sobrevolaremos algunas de ellas.
Conoce tu forma de tocar
Conseguir la naturalidad y compenetración con el instrumento que muestran los grandes virtuosos es la aspiración de muchos, pero puede ocurrir que esos solistas que a todos nos sirven de referencia y que están plenamente dedicados a una carrera de concertista tengan serios problemas para poder explicar cómo lo consiguen realmente, por mucha buena voluntad que muestren, o que ni siquiera se lo hayan llegado a plantear porque nunca lo han necesitado realmente en su práctica artística. Ese tipo de instrumentista con un extraordinario talento natural quizá sea el ideal para alumnos de alto nivel que deseen estudiar el gran repertorio aprovechando toda su experiencia, pero seguramente no lo será para trabajar con alumnos en formación o con problemas técnicos aún por resolver.
Sin un profundo autoanálisis y una consciencia empírica y no meramente intuitiva acerca de la propia forma de tocar es probable que no se disponga de la capacidad de describirla de forma objetiva y para proponer soluciones a los problemas que se vayan presentando. Este análisis personal no es solamente necesario en los niveles más altos, sino también para toda persona que se dedique a dar clase a alumnos de cualquier edad, porque no es lo mismo pedir un determinado sonido o fraseo, incluso tocando de forma excelente los oportunos ejemplos, que explicar detalladamente de qué manera se debe hacer.
La finalidad del estudio es dominar nuestro instrumento de forma que nos podamos concentrar sin esfuerzo en la interpretación y solo nos tengamos que preocupar de hacia dónde queremos llevar la música. Este es un ideal que se puede expresar de otra manera: disponer de la técnica suficiente para poder olvidar las dificultades puramente mecánicas y pensar solamente en la música. Pero saber cómo hemos llegado a lograr ese nivel de automatización y reconocer cómo tocamos en realidad es imprescindible para poder progresar y para corregir cualquier inconveniente que pueda surgir —y surgirán tarde o temprano, es inevitable—. Esto, que es importante para cualquier instrumentista, resulta serlo aún más para quienes nos dedicamos a la enseñanza, porque debemos saber resolver no solamente nuestros propios problemas, sino también ayudar a otros a superar los suyos aunque sus necesidades sean radicalmente a diferentes a las nuestras.
Las imágenes mentales y la realidad
A menudo se recurre al recuerdo de sensaciones o a imágenes mentales para provocar de forma inconsciente determinado gesto técnico y así controlar el sonido, lo que resulta muy útil sobre todo en el momento del concierto, donde necesitamos una respuesta inmediata y una forma rápida de acceder a todos nuestros recursos.
Por poner solamente un par de ejemplos: para asegurar la afinación podemos pensar en dirigir el flujo de aire hacia un determinado punto de la pared de enfrente, más alto cuanto más aguda sea la nota. Esto nos ayuda a mantener la estabilidad del sonido en cada uno de los registros pero, como es obvio, el aire no llega realmente a la pared, sino que sigue su recorrido natural a través del instrumento. Aunque esta sea una imagen muy eficaz y que ofrece buenos resultados, resulta indispensable saber qué es lo que ocurre realmente y qué movimiento realizamos de forma inconsciente para conseguir ese control sobre el sonido, y así poder realizar los ajustes más delicados. Lo que provocamos con esta imagen es una ligera variación de la posición de la embocadura y de la lengua como si sopláramos hacia esos puntos de la pared, lo que cambia la velocidad del aire y nos asegura la correcta emisión de la nota. Es este hecho físico el que repercute en nuestro sonido, como es obvio, no la imagen mental que evocamos.
Algo parecido sucede con el vibrato: a menudo se escucha decir que el vibrato debe ‘sentirse’, sobre todo en los instrumentos de viento —en los que, al contrario de los de cuerda, el movimiento implicado se realiza dentro del instrumentista y queda fuera de la vista—, y que de esa manera se llegará a dominar. Es cierto que un día, a partir de cierto nivel, puede empezar a salir de forma natural, pero también podemos encontrarnos con alumnos que no lo consigan de esta manera, o que su vibrato resulte descontrolado y precisen de una explicación acerca de lo que está sucediendo en realidad y de ejercicios que les ayuden a mejorarlo. Si damos un paso atrás y lo analizamos con detalle, es fácil comprobar que el vibrato se produce mediante suaves oscilaciones en la intensidad o en la altura del sonido producidas por el diafragma o por la lengua, según de qué instrumento se trate y de la técnica empleada. Sabiendo su funcionamiento es fácil proponer algunos ejercicios específicos para trabajarlo y así variar su velocidad o intensidad, sin necesidad de confiar únicamente en que un día llegará a controlarse de forma intuitiva y sin saber muy bien cómo.
Estos dos ejemplos están referidos a instrumentos de viento, pero en los de tecla o cuerda también podemos encontrar ideas similares, que resultan muy útiles una vez se dispone de una técnica consolidada, pero que mejoran sensiblemente sus resultados si se sabe cuál es exactamente el hecho físico implicado y así poder tomarlo como punto de partida para trabajar de una forma más eficiente.
Adáptate a los demás
Saber cómo funciona el instrumento es solamente el primer paso. El siguiente será reflexionar sobre cuál es la mejor manera de transmitir esos conocimientos a nuestros alumnos, sabiendo adaptar las explicaciones a su nivel y necesidades. Aunque todas las materias son importantes en la formación integral del alumno, el trabajo del profesor de instrumento tiene algunas peculiaridades que le diferencian del resto de los profesores de música: es el profesor de la asignatura principal de sus alumnos, a la que dedican la mayor parte de su tiempo y en la que la mayoría se quieren especializar. Es cierto que cuenta con la ventaja de que, al ser una asignatura que se imparte de forma individual, se puede permitir una atención personalizada y una adaptabilidad que no es posible en otras pero, por otra parte, esto conlleva una responsabilidad diferente: una vez que sale del aula el alumno se queda solo el resto de la semana estudiando según las explicaciones que ha recibido de su profesor. Si estas no han sido claras o los comentarios no han sido afortunados el estudio podría ser más contraproducente que efectivo. Estudiando toda la semana de una forma inadecuada, bien porque no ha comprendido las explicaciones o el modo de hacer los ejercicios, o bien porque no eran precisamente los que necesitaba, el alumno estará perdiendo el tiempo en el mejor de los casos, y en el peor, agravando los problemas que pudiera tener.
La enseñanza no consiste únicamente en mostrar a otros aquello que uno es capaz de hacer, o de repetir lo que un día nos dijeron y dicta la tradición. Si se limitara a esto no sería más que un pobre proceso cerrado en sí mismo, en el que cualquier avance se vería frustrado por el simple hecho de que cualquier reproducción conlleva en mayor o menor medida una pérdida de información, que hace que toda copia sea más pobre que el original. Por eso es tan importante un alto grado de imaginación y de creatividad a la hora de enseñar que anime a experimentar diferentes soluciones frente a un mismo problema, o que permita idear varias explicaciones distintas sobre un mismo tema con ejercicios diferentes basados en la propia experiencia combinada con la tradición, que nadie duda de que sigue siendo muy valiosa. Esta es la forma más eficaz de transmitir el conocimiento a los alumnos, al mismo tiempo que se estimula la autonomía de estos para encontrar sus propias soluciones en el futuro. Quizá alguno de esos experimentos no de el resultado esperado pero nunca será tiempo perdido: puede que sirva para otra persona o, si no, al menos habremos aprendido cómo y por qué no funciona.
Metodologías
En todo nivel y en cualquier etapa del curso es indispensable un esfuerzo por parte del profesor para adaptar su sistema de enseñanza a cada uno de sus alumnos, porque probablemente tendrán experiencias y necesidades distintas entre sí, que además serán diferentes de las de él mismo. Esto no significa que se deba relajar el nivel de exigencia, sino que se hace necesario buscar caminos diferentes que lleven hacia un mismo objetivo.
Puede resultar tentador seguir sistemáticamente una metodología estandarizada, porque evita el esfuerzo de reflexionar sobre la utilidad de cada elemento incluido en ella y además se cuenta con el respaldo de lo que siempre se ha hecho, pero no se le sacará todo el partido si no se comprenden plenamente sus objetivos y se le saben aplicar las adaptaciones que cada caso requiera. Es necesario un cierto grado de autonomía y de seguridad en uno mismo para experimentar y atreverse a tomar decisiones, porque una metodología basada únicamente en la tradición y en lo que necesita una mayoría del alumnado puede no ser la más adecuada en cada caso concreto. Por definición no lo será en ninguno, porque cada persona mostrará necesariamente una cierta desviación con respecto a la media, y siempre se necesitarán modificaciones de mayor o menor calado.
Por supuesto, no resulta fácil para un profesor novel adoptar esa actitud innovadora —y mucho menos mostrarla en el contexto de una oposición—, porque suele pesar demasiado el argumento de autoridad de otros intérpretes o de profesores más conocidos o con más experiencia que él. Poco importa que sean instrumentistas famosos o simplemente otros compañeros con más años en ejercicio, la sensación de vértigo al alejarse de lo establecido siempre estará presente. Resulta obvio que tampoco se trata de improvisar de forma irreflexiva para simplemente ver qué sucede, sino de plantearse una metodología personal partiendo de lo que ya ha probado su valía y añadiendo las adaptaciones que sugieran la propia experiencia como instrumentista y como profesor.
Así, partiendo de la metodología tradicional y añadiendo su experiencia personal, el profesor, tanto cuando estudia para sí mismo como cuando trabaja con sus alumnos, puede diseñar su propia metodología, que será su forma particular de enseñar. Pero esta metodología del profesor también corre el riesgo de convertirse a la larga en algo tan convencional como las metodologías más generalistas si se cae en la repetición y no se sabe adaptar a las necesidades a cada alumno y en cada momento. Con esta última adaptación se llega a la metodología para el alumno, la forma más eficaz de que este aprenda.
Por todo lo anterior, para poder adaptar a cada caso las grandes ideas y los principales temas de la enseñanza de un instrumento es necesario disponer de un amplio repertorio de explicaciones, ejemplos y ejercicios que cubran la mayoría de las posibilidades, pero siempre quedará un margen para seguir ampliándolas. La ventaja de este proceso es que se va retroalimentando y cada alumno supone una nueva experiencia para el profesor, con sus virtudes, sus problemas y las soluciones con las que se los ha superado. De esta manera su método se irá enriqueciendo a lo largo de toda su carrera.
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