Título: The Ghost and the Darkness
Director: Stephen Hopkins
Música: Jerry Goldsmith
La imagen que siempre he tenido del compositor Jerry Goldsmith es como la de Ortro —el perro de dos cabezas hijo de Equidna y Tifón, y hermano de Cerbero—, un monstruo de la música cinematográfica que en el interior de sus cabezas alojaba imaginación y originalidad a partes iguales —las dos y puede que alguna más—, facultad y cualidad que diferencian al genio del músico. Hace ya dieciocho años que la música cinematográfica quedó huérfana cuando Goldsmith abandonó esta tierra para partir en la barca hacia el inframundo, lugar en el que yacen sus añorados colegas. Jerry fue un artesano del sentimiento, de la emoción y de la melodía, un prestidigitador de lo racional y, por qué no decirlo, también de lo irracional que iluminó el firmamento de la música cinematográfica durante décadas. Radiografiando su extensa carrera se puede vislumbrar la continua evolución de su estilo que, ya desde los años 50 y 60 marcados por el jazz, o los 70 y primeros 80, cuando la experimentación fue el denominador común de su incomprendida producción —sobre todo con los sintetizadores, Logan’s Run (1976)— o, también, la conformista, pero no por ello menos interesante, década de los 90, donde su elegante y rico sinfonismo parió algunos de los leitmotiv más espléndidos de su carrera, muestran la gran versatilidad de este genio del siglo XX, y es que ningún género le fue extraño. Es en esta última década donde encontramos su partitura para The Ghost and the Darkness —el dos una vez más, ¿habrá que consultar la cábala?—, película dirigida por el jamaicano Stephen Hopkins. La partitura recoge toda la música que Goldsmith escribió para esta historia ambientada en la región de Tsavo en 1898, cuando dos leones llamados El fantasma y la oscuridad mataron y devoraron a decenas de trabajadores durante la construcción del ferrocarril que intentaba unir Kenia con Uganda.
La imaginación y la originalidad de Goldsmith se erigen en protagonistas de esta historia que el músico articula con habilidad alrededor de tres ideas que describen la aventura, el amor y la tensión que Stephen Hopkins narra con más intención que talento. Como era la costumbre en la década de los 90 —Rudy, Air Force One, Congo, The Mummy o The 13thWarrior—, Goldsmith propone como pórtico a su obra un alegre, poderoso y retentivo maintitle (Theme from the Ghost and the Darkness), que utiliza los vientos, juguetones en su inicio y poderosos en su conclusión, para describir la grandeza de Tsavo, una tierra bañada por el sol de Kenia que el músico contextualiza añadiendo cantos y percusiones tribales. En esto no tenía rival. Esta idea evoluciona hacia el segundo leitmotiv de la obra, que conduce a los lugareños hacia la victoria (The Bridge). La finalización del puente y la eliminación de los leones son las dos empresas que están implícitas en esta fanfarria triunfal que muestra la enorme capacidad narrativa de Goldsmith (The Claws/First Time). Imposible salir de la sala sin tararear la melodía. Tal era su magia. La tercera y última melodía de la partitura —quizá, la menos inspirada de todas— vincula emocionalmente al protagonista con el recuerdo de su amada —la única imagen civilizada de la historia—, un motivo sencillo y que se queda a medio camino, dando la sensación de que podía haber sido mucho más delicado (John’s Nightmare/Welcome to Tsavo). La obra se completa con contundentes y rítmicos temas de acción (Lions Attack/Preparations) que refuerzan, lanzas y voces tribales en ristre, la intensidad y la angustia de la encarnizada lucha por la supervivencia. Lo más destacado de estas ideas, además del ritmo frenético y la utilización de los cantos de las tribus autóctonas, es la habilidad del músico para insertar los leitmotiv dentro de los temas de acción, una muestra más de su gran capacidad narrativa.
Es probable que The Ghost and the Darkness no sea la partitura más original de Jerry Goldsmith; es más, pienso que no lo es, pero, como la mayoría de los trabajos realizados durante la década de los 90, El fantasmayla oscuridad nos regaló dos o tres ideas que ya forman parte de nuestra selectiva memoria musical.
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