Imaginen un personaje que reúna en su trayectoria ser la primera diputada por Granada, fundadora de sociedades en defensa de la mujer, diplomática, literata, dramaturga, ensayista, traductora y pedagoga. En el caso de existir, sería con toda evidencia un personaje honrado, al menos reconocido por sus coterráneos. Pues para sorpresa de todos, esta persona existe, se llama María de la O Lejárraga y ha pasado, como es costumbre, de puntillas por la historia española.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
‘¡Ya está despuntando er día!
¡Cantad, campanas, cantad!
¡que vuerve la gloria mía!’
Si bien en la enumeración de virtudes que hemos citado de dicho personaje no se ha mencionado la de intérprete, compositora o musicóloga, su relación con la música fue estrecha, puesto que su producción literaria estuvo en buena parte vinculada a la creación de libretos.
Natural de San Millán de la Cogolla, vivió su infancia entre el municipio riojano, Buitrago y Madrid. Su familia, de mentalidad progresista, fue la responsable de crear en ella la inquietud por el arte, la cultura y los idiomas, así como por las libertades.
María estudió magisterio y tuvo la oportunidad de estudiar becada en París y Bruselas, donde entraría por primera vez en contacto con el socialismo. Publicaría en 1909 la primera obra firmada con su nombre, Cuentos breves, que no recibiría una gran acogida por parte de su familia, más bien la más cruda indiferencia, por lo que la literata juraría no volver a publicar nada con su firma y, de esta manera, tampoco perjudicar su trabajo como maestra nacional, puesto que el hecho de que una mujer escribiera no estaba bien visto en la época. De esta manera, a partir de este momento, todo lo que María escribiera sería firmado por su marido, Gregorio Martínez Serra, un joven aficionado al teatro y a la poesía con quien se había casado en el año 1900. Así, Gregorio se llevaría durante toda su vida todo el mérito y reconocimiento por un trabajo que no era suyo, y María no vería jamás su nombre escrito en ninguna de las portadas de ninguno de sus trabajos. Él era la cabeza visible y ella, la ‘negra’ en la sombra. Tal es el punto hasta el que se le otorgó a él la autoría que llegó a pronunciar algunos de los discursos feministas escritos por su mujer.
Entre los textos que otorgó la autoría a su marido se encuentran los libretos de El amor brujo, El corregidor y la molinera o El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla, con quien la riojana mantenía una gran amistad. Pero la actividad literaria de esta mujer sería mucho más amplia, y escribiría textos que se llevarían al cine, como Tú eres la paz (1909) o Canción de cuna (1911). Además, fundaría junto con su marido las revistas Renacimiento y Helios, en las que apoyaban el modernismo español y donde escribieron autores de la talla de Miguel de Unamuno, Rubén Darío, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, con quien además mantenían una amistad que ellos mismos calificaban de ‘pluscuamperfecta’. También mantuvo una gran relación con Turina y otros músicos y artistas fascinados con esta carismática y polifacética mujer.
Una gran decepción llegaría a la vida de María cuando Gregorio la abandonó por una actriz, Catalina Bárcena, con la que tendría una hija. No obstante, a pesar de la ruptura del matrimonio, la autora seguiría publicando bajo el pseudónimo de su marido, y aunque las voces más ‘románticas’ se empeñan en justificar que es porque seguía enamorada de él, lo más probable es que fuera porque el de Gregorio era un nombre que ya gozaba de reconocimiento y era la manera más sencilla de seguir publicando.
Con la muerte de Gregorio, surgiría otro conflicto importante y es que su hija exigiría los derechos de autor de su padre de una producción literaria que, evidentemente, no era fruto de su propiedad intelectual. A raíz de esto, María comenzó a publicar con su nombre, aunque manteniendo los apellidos de su marido, y sacó a la luz una biografía llamada Gregorio y yo en la que desvelaba toda la verdad, pero pasaría sin pena ni gloria. Habría que esperar que su biógrafa Antonia Rodrigo desempolvara la historia de esta mujer para tomarla en serio y reivindicar su nombre.
Sin embargo, el tema de los derechos de autor es una disputa que se arrastra hasta el día de hoy, afectando esto a los textos escritos para Manuel de Falla, pues una vez expirado el tiempo correspondiente que atribuía los beneficios a los descendientes de Martínez Serra, es ahora la familia de Lejárraga quien los reclama, en un litigio que aún no ha visto el fin.
Ojalá el paso del tiempo siga sacando de las sombras de la historia a más Marías de la O Lejárraga, que sin duda las hay, obligadas a eliminar su nombre por el hecho de ser mujeres y condenadas a caer en el olvido. Tarde o temprano, todas renaceréis.
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