
Hoy se recuerda a Cristóbal Oudrid (1825-1877), autor y coautor de cerca de noventa zarzuelas, como el compositor de El sitio de Zaragoza, música incidental sobre temas militares para El sitio de Zaragoza de 1808, drama de Juan Lombía. La pieza de Oudrid concluía con una ‘jota aragonesa’ que enseguida se hizo famosa. Incorporada al repertorio de banda, esta jota es, sin duda, la obra del autor más interpretada en la actualidad.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
Oudrid o la fuerza de la voluntad
‘Si viene usted a mi casa verá muchas partituras —decía Oudrid al crítico y compositor Antonio Peña y Goñi—. No verá un solo tratado de armonía o de composición. Así he compuesto mis zarzuelas y así me las han aplaudido’.
Consagrado ya como compositor en Madrid, Oudrid seguía jactándose de sus nulos conocimientos teóricos sobre el oficio; cuanto había logrado, añadía, era obra de su propio ingenio. Al igual que Verdi, Oudrid reclamaba para sí —aunque sin duda lo ignoraba: al busetino, genio y reserva extrema, orgullo desaforado, jamás se le ocurrió hacer ostentación de sus limitaciones teóricas en los comienzos—, reclamaba la condición de músico y compositor hecho a sí mismo, autodidacta.
Nieto de un emigrado de origen flamenco que combatió en bando equivocado en Waterloo, Oudrid vio la luz del mundo en Badajoz. Adquirió las primeras nociones musicales de su padre, quien le enseña a tocar diversos instrumentos de viento, que enseguida deja de lado para aprender piano. Dominados los rudimentos, comenzará a hacer arreglos para piano y vientos de tonadas y melodías de moda.
En 1842, a los 17 años, se traslada a Madrid con el propósito de ganarse la vida como concertista de piano. Baltasar Saldoni, compositor de éxito en el Teatro Real con óperas en estilo italiano, y el escritor Ramón de Mesonero Romanos, le brindan protección. Saldoni le recomienda para tocar en un café. El joven Oudrid disfruta de la bohemia madrileña. Al tiempo, comienza a estudiar piano con Pedro de Albéniz (hijo del también pianista Mateo Albéniz) y a colaborar en el Semanario Pintoresco Español, publicación fundada y dirigida por Mesonero Romanos. En el Semanario, como es lógico, también se hablará de Oudrid; así, el 20 de julio de 1845 (página 321) se notician dos proyectos que le tienen como protagonista: primero, se anuncia la ultimación del libreto de la ópera española La peña de los enamorados, a la ‘que pone música el aplaudido compositor D. Cristóbal Oudrid, y que probablemente oiremos la próxima temporada’ (entre las obras del compositor no figura ninguna con dicho título); a continuación, se reseña uno de sus conciertos: Oudrid interpreta al piano ‘la fantasía sobre temas favoritos de Maria de Rohan‘, ópera trágica de Gaetano Donizetti. Leemos:
‘Temían mucho que el señor Oudrid luchase con otros pianistas estranjeros [sic.], recientemente escuchados, pero esta misma circunstancia favoreció al artista español, si es que este necesita circunstancias para hacerse aplaudir de un público sensato e inteligente. Las dos veces que la función se ha hecho, ha sido llamado a escena y aplaudido este joven compositor, como merece su talento musical. Lo único que falta al español Oudrid, es protección y recorrer algunos países donde perfeccione su gusto, formándose esa originalidad que debe ser inherente a cada individuo’.
El reseñador incide, con amabilidad, en aquello de que adolece Oudrid, achacable a su deficiente aprendizaje: al pianista le falta estilo; es brillante, pero carente por completo de gusto; y eso solo se remedia escuchando a los mejores en el oficio allá dondequiera que toquen; viajando, en definitiva. Claro que ahora, entre tanto éxito, nada de eso preocupa en absoluto a Oudrid, reconocido ya como orgulloso, desafiante y ambicioso. Pronto llegará a sus manos un libreto del actor teatral Mariano Fernández, La venta del puerto o Juanillo el contrabandista, cuya partitura compondrá al alimón con Mariano Soriano Fuertes. Estrenada en el madrileño Teatro del Príncipe el 16 de enero de 1847, la zarzuela cosecha un éxito extraordinario. La carrera de Cristóbal Oudrid en la música escénica española había comenzado.
La gata, triunfo y olvido
En 1870, año del estreno de El molinero de Subiza, zarzuela en tres actos con libreto versificado de Luis de Eguílaz (y única zarzuela de Oudrid que, junto con El postillón de La Rioja, se representa hoy ocasionalmente) sube también a escena en el Teatro de la Zarzuela La gata de Mari-Ramos, con libreto de Mariano Pina. Calificada por sus autores como ‘zarzuela fantástica’, la obra cuenta la historia de una gata convertida en mujer por las artes de una bruja.
Al comienzo de la acción, los aldeanos engalanan los jardines de Palacio para la gran festividad en la que el hijo del Rey Melancólico, el Príncipe Tonto, elegirá novia. Durante las labores de engalanado llega noticia de la muerte y enterramiento de Mari-Ramos, bruja gitana odiada por todo el mundo, pero de corazón tan excelente que jamás omitió socorro a los afligidos; así los hermanos Silvestre y Herminio. A ellos Mari-Ramos lega sus únicas posesiones sobre la tierra: una burra y una gata. La gata, de nombre Nina, se percata de haber recibido la ciencia del sortilegio de la bruja cuando, entre una densa humareda emergente del suelo, se transforma en mujer; en su vestido luce adornos de pieles idénticos a los de su antigua piel de gata.
Nina está encantada siendo mujer: es alta, muy bella —se verá que en extremo codiciosa—, y habla con marcado acento gallego; sin embargo, no en todo momento puede evitar comportarse como gato: cuando habla, ronronea; se mueve sinuosa y seductoramente, e instintivamente sale a la carrera detrás de ratones y demás alimañas. Herminio, su nuevo amo, bebe los vientos por ella. De Nina, al momento de conocerla, el Príncipe se prenda y, por si fuera poco, también el Rey. Un embajador que llega muy oportunamente declara a Nina heredera de un lejano e inmenso reino. Por obra de Mari-Ramos, que vela por ella desde la tumba, Nina es mujer y reina. Puesta a elegir marido, desecha a Herminio por poca cosa; y entre un joven príncipe y un rey viejo, opta por el mayor título. Lo abandonará enseguida por Herminio al percatarse de su nueva y deslumbrante tez amarilla. Atendiendo a los lamentos de Herminio, la bruja hizo objeto de deseo máximo para Nina. ¿Cómo? Transformándolo en oro de pies a cabeza. Y ahora es él quien escapa corriendo de ella:
‘Aunque me sigas | al fin del mundo, | más que tú corras | yo correré. | Y ha de aburrirse | tu amor profundo, | y ha de cansarse | tu lindo pie’. A lo que Nina responde: ‘¡Sorda esta vez a mi voz, | Mari-Ramos me abandona! | Pero aún ciño la corona | para vengarme feroz!’. Herminio, conciliador, propone: ‘Porque miro que te ciega | desatinada ambición […] Renuncia a cetro y diadema | como renuncio a ser oro, | y yo te daré un tesoro| de amor’. Pero Nina no está dispuesta: ‘¿Sí? ¡Linda pamema!’. Su codicioso propósito queda entonces desvelado: ‘¿Qué me importa el iracundo | ceño del hado enemigo, | si al desposarte conmigo | me haces reina del mundo?’. Y tragados por una maraña de humo la pareja desaparece de escena ante la corte, dejando al rey y al príncipe con la boca abierta.
No cabe duda de que La gata de Mari-Ramos, con su trama de comedia amorosa, magia y parodia continua, debió causar las delicias del público madrileño. Ignoramos si, muerto Oudrid, volvió a reponerse en algún momento. Parece que un número, el ‘Vals de pajarito’, gozó de popularidad al margen de la zarzuela. Respecto de los demás números musicales, silencio.





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