Además de otros significados, el verbo “tocar” tiene que ver con la música, como es notorio. Y esta relación se evidencia en algunos refranes. “Tocar de oído” o “de patilla”, es hacer sonar un instrumento musical sin tener conocimiento de la teoría, básicamente del solfeo.
“En esta vida tan loca, uno es el que baila y otro es el que toca”, pone de manifiesto que el perjudicado es el que toca, pues al que baila se le supone beneficiado por estar cerca, incluso abrazado, a persona del otro sexo (generalmente). Como la panda (murga) del siete: «seis pidiendo y uno tocando», es aplicable a varias actividades incluyendo las de tipo laboral o político.
En el terreno de las recomendaciones, nuestro refranero es claro: “Tocar la tecla”, equivale a activar cuidadosamente algún asunto olvidado o enlentecido por la burocracia. Parecido significado tienen “Tocar muchos (o todos) registros (o palillos)”, que equivale a emplear todos los medios posibles para lograr un fin. Sin embargo, “Tocarle la cuerda sensible” significa aprovecharse de la debilidad de alguien. Más grave es “Tocarle la solfa a uno (o a alguien)”, que significa agredirle.
En el ámbito matrimonial también encontramos refranes que usan el verbo tocar; refranes que recorren todas las situaciones posibles de estos enlaces: “A casar (o casarse) tocan”, quiere decir que ha llegado el momento, la ocasión. El sentido de la oportunidad lo dicta esta otra sentencia: “Si a descasarse tocaran, ¡cuántos se descasarían!” Y, para finalizar, un refrán tan simpático como veraz: “Abrazos y besos no hacen chiquillos, pero tocan a vísperas”.
En nuestro número de febrero del ya lejano 2003 abríamos esta sección. Desde entonces ya hemos superado el millar de entradas: anécdotas, historietas, chascarrillos, cotilleos, curiosidades, errores y aciertos… siempre relacionados con la música.
Para celebrarlo, habíamos pensado en algo importante, pero como la cosa financiera está como está (y lo que te rondaré…) nos conformaremos con reproducir una de aquellas primeras anécdotas. Esta, por ejemplo:
Igualdad de oportunidades.
“El Brigadier Rotalde que fue empresario del Teatro Real formó una compañía en la que figuraban la Alboni, que cobra 10.000 reales por función; la Frezzolini, con 369.000 por toda la temporada (seis meses); Gardoni, 13.740 reales por dos meses; el barítono Barroilhet, 226.647 por el mismo tiempo; la Cerrito, insigne bailarina, 189.705 reales, también por dos meses; la Fuoco, 22.764 reales al mes… y lo que quiera darle el General Narváez, que no será mucho, porque peca de roñoso.
La orquesta, dirigida por don Ramón Carnicer, cuesta 2.000 reales diarios y la forman 90 profesores. Los coros están integrados por 25 señoras “en buen uso” (algunos cronistas pidieron que se excluyese a las momias) y 35 caballeros “de buen ver”. No sabemos qué condiciones canoras se pedían ni que utilidad imaginaban para las señoras y caballeros coristas.
La trompeta salvadora
Un antiguo príncipe de Butera (ciudad italiana de la región de Sicilia), haciendo un viaje acompañado de Marcos Garcés, fue advertido de que en el camino había unos malhechores que robaban a todos los viajeros. Cuando la comitiva llegó a la zona peligrosa, el príncipe dio orden a Vicente Domingo, su trompetista, que empezara a tocar. Los facinerosos, al escuchar el sonido y advertir el polvo levantado por los caballos, creyeron que se acercaban una compañía de guardias y huyeron a la carrera.
Nombre equivocado
En La del Dos de Mayo, sainete en un acto de los hermanos Álvarez Quintero, con música de Tomás Barrera, estrenada en el Apolo el 5 de noviembre de 1920, uno de los protagonistas es Santitos, hijo del dueño del colmado “La del Dos de Mayo”, que se llama Coronilla. Apolinar, un abaniquero, amigo de Coronilla, es quien ha puesto nombre al establecimiento y al personaje. El muchacho, ya casadero, se llama, realmente, “Luis Pedro Jacinto Javier, por Daoíz y Velarde, el teniente Ruiz y el general Castaños”.
Los cuatro son héroes de la Guerra de la Independencia, pero el carácter del muchacho no cuadra con estos nombre. Santitos es dócil, manejable, blando, lo que se dice un buenazo: “como mazapán de Toledo”.
¿Cosas o caprichos de Oudrid?
Leemos la historia en La Iberia (Madrid, 13-5-1858): “Cosas del maestro Oudrid. Anoche, en uno de los intermedios del Sitio de Zaragoza empezó a tocar la orquesta del Circo, dirigida por el maestro Oudrid, el lindo y popular tango americano del señor Barbieri, con que termina la zarzuela El relámpago, y cuando más entusiasmado estaba el público, sin esperar el maestro Oudrid a terminarle, tuvo la graciosa ocurrencia, Oudrid el maestro, de suspenderle merced a uno de esos golpes de batuta que el maestro Oudrid sabe dar con tanta coquetería.
Los espectadores se disgustaron al ver este desaire que el maestro Oudrid, llevado de su fosfórica imaginación, les hacía y empezaron a pedir que continuase el tango, pero el maestro Oudrid, faltando a su deber y al respeto que debe al público toda persona que, como él, está pagada para entretenerle durante los intermedios, no quiso acceder a tan justa petición, y entre el alboroto general, dispuso que la orquesta tocara otra cosa para hacer patente su desaire”.
¿Cosas o caprichos? ¿O es que algo incomodó al señor director de la orquesta? Lo que no sabemos es la reacción de Barbieri; conociendo al “maestro bandurria”… cualquiera sabe.
Escaso rendimiento laboral
Sir Neville Marriner entrevistado por Rafael Banús, declara que en un encuentro que tuvo en Canadá con el pianista Glenn Gould, este le confesó que “solo podría grabar dos minutos de música en una hora”.
Con estas cifras las “Variaciones Goldberg” le durarían… tomen nota. En YouTube hay una grabación de las Goldberg que dura 47 minutos; o sea, que para grabarla tardaría 24 horas. En esa grabación un señor ha escrito este comentario: “Time stops when he plays”. Tiene razón. ¡Y cuando grababa también!
Un Romeo travestido
En 1966 y en distintas ciudades (Ámsterdam, Milán, Roma, Filadelfia) se programaron unas funciones de Capuletos y Montescos de Bellini. Lo singular de esta representaciones era que el papel de Romeo, escrito inicialmente por Bellini para la mezzosoprano Giuditta Grissi (1805-1840), fue transformado para tenor y cantado por Jaume Aragall. El papel de Teobaldo lo hizo Luciano Pavarotti.
La crítica consideró el cambio de cuerda del famoso amante como un atentado musicológico, pero, ¡hombre! presentar a Romeo, por muy delicado que fuese, con una mezzosoprano… Ahí el señor Bellini estuvo un poco pasado.
José Prieto Marugán