La soprano Margarita Marbán defiende la necesidad de que la zarzuela recupere el lugar que merece. Con una carrera que abarca la ópera, el musical y la gestión escénica, impulsa junto a Luis Roquero proyectos como Drao Producciones, Clásicos de la Lírica y la Escuela Zarzueling, iniciativas que buscan renovar el género y acercarlo al público del siglo XXI.
Por Susana Castro
Debutaste muy joven en la lírica, ¿cuáles han sido los aprendizajes más importantes que has ido atesorando en estos años?
La principal ventaja de empezar algo pronto es que tienes tiempo para equivocarte y rectificar. Puedes observar, aprender y crecer con todo lo que te rodea. Gracias a eso, sé que un artista, cuando deja de aprender y de luchar por mejorar cada día, deja de evolucionar y muere como artista. Cuando dejas de crecer, solo te queda caer. Por eso los artistas vivimos nuestra profesión con tanta pasión y entregándonos por completo. Para mí, eso es un auténtico aprendizaje de vida, porque al final se trata de una lucha constante contra tu propio ego.
Fuiste la primera Éponine en el estreno de Los Miserables en nuestro país, un montaje histórico. ¿Qué significó para ti esa experiencia y qué crees que supuso para el desarrollo del teatro musical en España?
Esa experiencia me supuso darle una tercera dimensión a mi formación y entender realmente lo que quería hacer con mi vida. Descubrí que, además de la música y el canto, necesitaba la interpretación no solo para desarrollarme como artista, sino también para ser feliz.
Me dio además un conocimiento mucho más profundo de mi instrumento, la voz, ayudándome a resolver problemas con el canto lírico y a comprender que otros estilos populares —como las rancheras, la canción melódica o incluso la copla—, aunque se interpreten de manera diferente, tienen puntos técnicos en común.
A nivel profesional, me hizo crecer tanto que todavía hoy hay gente que recuerda mi Éponine. Hicimos historia, porque fue la primera vez que un espectáculo en Madrid consiguió mantenerse dos temporadas completas, que podrían haber sido más. Ahora, por supuesto, muchos espectáculos lo han superado con creces, pero en aquel momento ayudamos a crear en el público la costumbre de ir al teatro, y eso es fantástico.
Has alternado con naturalidad entre la ópera, la zarzuela y el musical. ¿Qué retos y aprendizajes te ha ofrecido esa diversidad de géneros?
Me encantan los retos. Ahí está el verdadero aprendizaje. Como comentaba antes, al descubrir los puntos en común entre estilos tan distintos, el gran desafío de Los Miserables me ayudó a ver todo con mayor cercanía y a buscar esa naturalidad y verdad que el teatro necesita para funcionar.
Hay que recordar que, en aquel momento, no existían las escuelas ni el interés y conocimiento que hay ahora sobre los musicales. Algo similar ocurre hoy con la zarzuela: hay que conseguir despertar el interés del público. Quien se acerca a conocerla, se queda. ¿Qué tendrá?
Las obras líricas —óperas y zarzuelas— son diferentes al teatro musical porque se interpretan sin amplificación, pero poco más. Ese pequeño detalle tiene un mérito enorme, ya que la técnica vocal que requiere es fruto de muchos años de trabajo para que, con orquestas de 20, 30, 50 o más músicos, las voces puedan escucharse claramente. ¿No es asombroso? Claro que eso influye a la hora de interpretar y contar la historia, pero precisamente en esa variedad está el gusto. Yo así lo siento.
¿Qué cualidades consideras esenciales en un cantante lírico del siglo XXI?
Un buen instrumento, por supuesto; aunque a veces lo tenemos y no lo sabemos. Hay cosas técnicas que hacemos bien sin ser conscientes, y otras que no. Nadie parte del mismo punto en su primera clase: todos somos diferentes, y con trabajo es increíble lo que se puede lograr con la voz.
También son fundamentales la constancia y la perseverancia. Nunca hay que rendirse, aunque a veces resulte complicado, porque aquí no hay ‘tema 1’ ni ‘tema 2’. Eso puede ser duro psicológicamente.
Además, hay que tener una inteligencia especial para asimilar conceptos que se basan en sensaciones, algo que no siempre es fácil de transmitir o entender.
Con la creación de Drao Producciones y Clásicos de la Lírica asumiste un rol de liderazgo. ¿Qué te impulsó a dar ese paso y cómo ha cambiado tu manera de entender la escena desde la gestión?
La verdad es que en esto el mérito no es solo mío, sino de Luis Roquero. Yo, como me implico tanto en todo lo que hago, he descubierto cosas de mí que ni imaginaba, pero el proyecto partió de él, aunque ahora es nuestro niño.
Luis es una persona con una visión increíble. Realiza unas creaciones maravillosas con los espectáculos, ya que es el director artístico y el alma de Drao Producciones y Clásicos de la Lírica. Ha conseguido, sin perder la esencia de los títulos que llevamos a escena, darles un giro de modernidad, haciendo evolucionar un poquito la zarzuela.
La compañía se ha consolidado como referente en la producción de zarzuela en España. ¿Cuál dirías que ha sido la clave para conectar con públicos de diferentes generaciones?
Tanto Luis como yo siempre hemos pensado que, para atraer a los jóvenes a ver zarzuela, no hay que cambiarla, porque entonces estaríamos trayendo a los jóvenes a ver otra cosa. Hay que creer en el producto, porque la zarzuela es maravillosa. Solo hay que hacer evolucionar el lenguaje interpretativo para que sea más asequible.
Nadie piensa que hay que reescribir El Lazarillo de Tormes, ¿no? Entonces, ¿por qué cambiar la zarzuela? Lo importante es conseguir que el público vaya al teatro a conocerla en condiciones de calidad, sin reducir medios. Esto no va de números, sino de arte. Lo demás vendrá solo.
Como comentaba antes, la clave está en ofrecer este género tal y como es: grandes orquestas, coros trabajados y empastados, ballet si la obra lo requiere, y puestas en escena cuidadas, con escenografías y vestuarios que mimen el detalle y la estética. En resumen, sin escatimar. Eso es la zarzuela.
La fundación de la Escuela Zarzueling es uno de tus proyectos más ambiciosos. ¿Qué necesidades detectaste en el panorama formativo que te llevaron a ponerla en marcha?
Era necesario, porque con toda la formación musical y vocal que se requiere, cuando el cantante debía enfrentarse a los diferentes roles interpretativos, se encontraba con un vacío. Aparte de que la formación actoral suele ser escasa en los estudios de canto, la zarzuela recibe poca atención y tiene muchas particularidades propias del género. Se desconocen tanto la forma de interpretar la música como los textos, a veces en verso, y también los distintos códigos escénicos que maneja, como los que tiene, por ejemplo, la commedia dell’arte. Lo mismo ocurre con los actores que deben aprender a cantar. Entendimos que era necesario llenar ese vacío.
¿Qué estrategias consideras imprescindibles para que la zarzuela dialogue con el público contemporáneo y tenga proyección internacional?
Simplemente hay que naturalizarla y, como he mencionado antes, darla a conocer en toda su esencia. La ópera se conoce más porque existe cierto punto de esnobismo que lleva a la gente a acercarse a ella. Si conseguimos que cada vez más público disfrute de la zarzuela, lograremos darle el lugar que se merece. De hecho, poco a poco, creemos que se está consiguiendo.
¿Qué sueños te gustaría ver cumplidos en los próximos años para ti y para la zarzuela en España?
No tengo un sueño concreto: tengo muchos, y me siento afortunada porque siento que los voy cumpliendo. El hecho de hacer algo que me encanta y poder hacerlo siguiendo mis ideales hace que cada pequeño paso que damos con este proyecto sea un sueño cumplido.
Es cierto que me encantaría que la zarzuela tuviera el sitio que se merece, porque, aunque va avanzando, aún le queda mucho camino por recorrer.





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