
El tenor cordobés Pablo García-López está en el mejor momento de su carrera. Tras casi dos décadas sobre los escenarios, pronto celebrará veinte años de trayectoria junto a la Orquesta de Córdoba. El próximo 27 de noviembre inaugurará el ciclo ‘km0’ de Ibermúsica, con un recital junto al pianista Duncan Gifford. Entre la ópera, el Barroco y la canción española, García-López consolida un perfil propio que lo sitúa como una de las voces más singulares y comprometidas del panorama lírico actual.
Por Susana Castro
¿Cómo describirías el momento profesional que estás viviendo?
Creo que, en algunos aspectos, estoy abriendo un espacio nuevo. A veces es difícil, porque puede ser ingrato, pero estoy muy satisfecho. Me mueven los impulsos y me da igual lo demás: ganar más o menos dinero. Si no estoy contento con lo que hago, entro en depresión. Primero me he ido encontrando a mí mismo y, después, he visto ese reflejo en la gente de mi entorno, que también percibe este perfil en mí. Siempre me ha gustado hacerme preguntas con las cosas que hago, que me remuevan interiormente; de ahí nace mi inspiración para el canto. Sin inspiración, los proyectos no me sirven. Intento construir la carrera que deseo, con personajes mozartianos, del Clacisismo u otros más secundarios pero que, para mí, aportan mucho a la trama. Y también ampliando mi perfil de cámara —lied, música española— y adentrándome en el Barroco. También ha llegado a mí algo que no buscaba: la música contemporánea. Aunque parezca que soy un cantante muy versátil, la raíz de todo es la misma: obras que me conmueven intelectualmente y me remueven por dentro.
Tu trayectoria parece girar en torno a la honestidad.
Sí. Todo esto ha surgido de crisis personales, profesionales e incluso de salud. En esos momentos entendí que, aunque siempre he estado guiado por la pasión, al principio de mi carrera todo funcionaba por inercia. Entré muy joven en este mundo y me he formado sobre los escenarios. Con el tiempo, mi mente se ha abierto, he comprendido muchas cosas de la vida y me he comprendido a mí mismo. Mi parte personal ha estado siempre muy ligada a la profesional. Cuando logré entenderme, el cantante también alcanzó otro lugar, el que ocupo ahora.
Pronto cumples veinte años de carrera y lo celebrarás junto a la Orquesta de Córdoba, la orquesta de tu ciudad. ¿Qué significa para ti este hito?
Son veinte años cantando con la Orquesta de Córdoba, desde que en 2006 me otorgaron el Premio Mozart. Gracias a su director de entonces, Manuel Hernández-Silva —uno de mis padres artísticos—, obtuve mi primer contrato profesional y comenzó una relación que se ha mantenido todos estos años. Valoro mucho hacer música clásica desde una ciudad como Córdoba. Ellos son la única formación profesional dedicada a la interpretación. Siempre he sentido una afinidad enorme con la orquesta; a veces hemos compartido la incomprensión de ser una rara avis. Con ellos he interpretado de todo: Britten, Falla, música barroca y contemporánea.
Va a ser una celebración preciosa, en el teatro de mi ciudad, con ellos y con Aarón Zapico, alguien que considero mi alma gemela, una de las personas más creativas que conozco.
El programa se titula ‘Negroni Sbagliato’, ¿Qué repertorio incluirá?
Es un programa que fusiona música de Vivaldi, que me interesa mucho, con Monteverdi, uno de mis compositores favoritos. Siempre que trabajo con Aarón hacemos programas especiales. No será un concierto al uso, sino una mezcla de sensaciones y experiencias para el público. Estoy muy feliz de hacerlo en Córdoba.
En estos veinte años, ¿has notado una evolución en la ciudad respecto a este tipo de programación?
Sí, aunque todavía queda mucho por hacer. Córdoba ha vivido más de su patrimonio que de su parte musical o escénica. Creo que hemos hecho una labor importante. He demostrado que un músico profesional puede vivir de su trabajo, algo que incluso sorprendió a mi familia, y he intentado mostrar a los jóvenes que los teatros y orquestas no son mundos inalcanzables.
Eres todo un referente para las nuevas generaciones.
Bueno, eso no me corresponde decirlo. No tenía a nadie en mi entorno relacionado con la música, aunque sí personas que me apoyaron. Fui un niño que persiguió su sueño de ser músico profesional. Siento que mi ciudad valora mi carrera con orgullo y seriedad.
Me interesa mucho la formación. Acabo de impartir unas masterclasses en el Conservatorio Superior de Música ‘Rafael Orozco’ y quiero suplir aquello que yo no tuve mientras crecía.
También he abierto repertorios inéditos para la ciudad —Les Nuits d’été, música barroca— y he traído a grupos como Forma Antiqva, Josetxu Obregón o Ignacio Prego. He ofrecido recitales de lied y canción con 800 personas en una iglesia donde cabía la mitad. El público cordobés quizá sienta este repertorio como lejano, pero, gracias al cariño que me tienen, entran encantados. Intento darles algo fresco, y sé que lo valoran.
Al principio no todos me apoyaron, pero he pasado página. Vivo fuera de Córdoba y eso me da una distancia sana. Me gustaría, eso sí, que me propusieran proyectos diferentes. Quieren que vuelva a hacer ópera, y me encantaría, pero debe ser en las condiciones adecuadas.
Entre todas esas músicas, destaca tu idilio con el Barroco y tus proyectos con Forma Antiqva.
Mozart y el Barroco han sido mi pasión desde que empecé a cantar. Para relajarme, siempre escucho música barroca. Por circunstancias de la vida, hice mucha música clasicista y tardé en entrar en este repertorio. Todo cambió cuando colaboré con Aarón Zapico en la Pasión según San Juan de Bach en Bilbao y luego en un programa para los Premios Princesa de Asturias. El Barroco me ha salvado: fue una luz al final del túnel en un momento difícil.
Es un repertorio para el que estaba preparado; soy violinista y lo conozco bien. Cuando Aarón me propuso ‘De sópitu’, sentí que me ofrecía justo lo que siempre busqué: poner la voz al servicio de la música y explorar nuevos colores y espacios. Además, en la ópera echaba de menos la camaradería que sí encuentro en la música barroca. De sópitu está siendo un gran éxito. Estoy muy agradecido a los hermanos Zapico; nos hemos hecho una familia.
También Daniel Broncano confió en mí y me propuso ‘Trompicávalas amor’ junto a Josetxu Obregón e Ignacio Prego. He grabado un disco con Vespres d’Arnadí, dirigido por Dani Espasa, y ha sido una experiencia maravillosa. Con La Ritirata hemos montado Scipione nelle Spagne de Scarlatti. Tengo pendientes nuevos proyectos barrocos muy interesantes. Creo que aporto frescura, energía y disfrute.
¿Y el público? ¿Nunca te ha dado miedo?
A veces sí. En ‘De sópitu’ lo sentí al principio, al igual que en otros proyectos arriesgados. Siempre le digo a Aarón que me lleve al precipicio, que voy, pero que me empuje. Estoy muy agradecido a todos los músicos del Barroco: me han devuelto la ilusión. En algunos momentos llegué a sentir desencanto; ahora me han reenganchado a la música.
La música española es otra de tus grandes apuestas. El próximo 27 de noviembre inauguras el ciclo ‘km0’ de Ibermúsica junto a Duncan Gifford. ¿Qué podremos escuchar en este recital?
El recital gira en torno a Eternidades, un ciclo que Jesús Torres compuso para mí por encargo de la Fundación Ibermúsica. Jesús y yo nos conocimos después de interpretar una obra suya y posteriormente escribió para mí el rol de Pedro en Tránsito, que me ha dado muchas alegrías. Se nota que la música está pensada para mí y comprendo muy bien a Jesús, uno de los grandes músicos de nuestros días. Uno de mis compromisos personales es poder darle voz a los compositores actuales.
También habrá música de Helena Cánovas Parès, con una adaptación de una de las arias de Don Juan no existe, ‘No me apartes la mirada’. Para mí Helena es el futuro: tiene una visión de la vida increíble, que me enseña. Después encontramos The Plough Boy de Britten, que hace de puente entre ellos.
Para finalizar, mi compromiso total con la canción española: las Canciones españolas y Maig de Eduard Toldrà. La canción española enlaza todas las lenguas de nuestro país y me encanta. Siempre procuro incluirla en mis recitales, tanto con pianistas españoles como extranjeros, para mí es una gran obligación, es uno de los pilares de nuestra música. En España se adolece de un ciclo dedicado especialmente a este repertorio, nos lo estamos perdiendo.
Mirando a 2026, en enero vuelves al Teatro de la Zarzuela como Maese Pedro, en un programa doble, ‘La edad de plata’, que incluye Goyescas de Granados y El retablo de Maese Pedro de Falla. ¿Cómo te enfrentas a este regreso?
Estoy muy feliz de volver a la Zarzuela, donde debuté en 2019 con El caserío de Guridi bajo la dirección musical de Juanjo Mena. El retablo de Maese Pedro la he cantado muchísimo. Es una obra que tiene mucho de la escritura de Stravinski. Es un Falla menos afectado que en sus Canciones castellanas, que pretende que te involucres menos y seas más un instrumento, un contador de una historia. Para mí es una combinación perfecta: ser parte de una orquesta, ir aportando colores, al mismo tiempo que estás dentro de una trama. A mí me encanta estar en el escenario…
Estás en un momento de plenitud. ¿Hacia dónde quieres dirigir tus próximos pasos?
Estoy muy feliz porque he tomado el timón de mi vida y la he dirigido hasta aquí, y es muy placentero. Hay muchos proyectos que quiero hacer: más óperas de Monteverdi —L’Orfeo, Il ritorno d’Ulisse in Patria o L’incoronazione di Poppea—; más obras de Scarlatti, mi voz se encuentra muy cómoda en ese registro; y, sobre todo, más música escénica.
Van a surgir muchos proyectos con estos nuevos músicos barrocos con los que me estoy encontrando para hacer cosas que van a llenarme muchísimo. Me encantan las óperas oscuras, como Janáček, y creo que van a llegarme cosas en ese sentido, porque yo ya me estoy dirigiendo hacia ahí, aunque siga haciendo Mozart y demás.
Sigo trabajando, perfeccionando idiomas, para cuando lleguen cosas nuevas. Quiero que los directores artísticos no tengan miedo de ofrecerme retos. Soy una persona que se crece cuando me ofrecen cosas complicadas. Me apetece que me abran nuevas puertas y sorprender, sobre todo a mí mismo.




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