La soprano Pilar Alva-Martín combina una sólida formación como violinista con una voz que brilla en repertorios que van del Barroco al siglo XX. Con naturalidad y pasión, reivindica la figura de su tío, el compositor Juan Alfonso García, y defiende una visión abierta y escénica de la música clásica, donde tradición y experimentación dialogan.
Por Susana Castro
En tu biografía se aprecia un doble inicio: primero como violinista y después como cantante. ¿Qué te hizo dar el salto definitivo a la voz?
Empecé a tocar el violín con seis años, era una amante absoluta del instrumento. Mi madre es directora de coro, así que, antes de comenzar con el violín, a los tres años, ya cantaba en el coro de niños. Para mí, cantar era algo totalmente natural, un juego. Hice la carrera de violín en Granada, pero mantuve mi actividad coral de forma paralela y llegué a formar parte del Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. En los últimos cursos de Grado Superior de violín decidí acercarme al estudio del canto lírico y empecé la doble especialidad. Me di cuenta de que lo que me hacía más feliz era cantar. En cuanto comencé a estudiar el repertorio y los idiomas, me pareció fascinante. Con veinte años iba a estudiar un máster de violín a Basilea, pero cambié de rumbo. Fue un momento decisivo para mí: el canto me estaba llamando muy fuerte, pero tenía que dejar mi plan principal aparcado. Decidí empezar a tomar clases magistrales y conocí al contratenor Carlos Mena, quien me recomendó estudiar en Lausanne con el que después sería mi maestro, Stephan MacLeod.
¿Cómo te han marcado las enseñanzas de estos dos maestros?
Tengo un acercamiento al canto muy instrumental. Cuando estoy cantando con una orquesta o con una agrupación camerística, tengo activados los reflejos de violinista. Doy gracias a la vida por tener esa formación, ya que me ha marcado profundamente y entiendo la música de manera diferente a como la entendería si únicamente fuese soprano. Carlos me abrió la mente y me recomendó estudiar con Stephan porque tiene una manera muy similar a la mía de concebir el canto y la música. Con él he estudiado en Lausanne durante cinco años, pero he mantenido mis clases en paralelo con Carlos. Ambos son directores, además de grandes cantantes. Cuando eres instrumentista de base, la relación con un profesor de canto que no lo sea puede quedarse corta. Carlos y Stephan me han acompañado durante todo este proceso, así como otros profesionales, y han sido una guía fundamental en el desarrollo de mi voz. Siempre han respetado mi instrumento y lo han ido formando poco a poco.

En tu carrera conviven óperas barrocas, música española del siglo XX y proyectos interdisciplinares. ¿Qué te atrae de esa diversidad?
La voz no tiene límites dentro de la naturaleza de cada instrumento. En un primer momento pensé en estudiar canto especializado en la escuela de Basilea, pero me di cuenta de que prefería embarcarme en el canto lírico, ya que después me ha permitido estudiar Barroco —mi pasión— y también llegar hasta el repertorio contemporáneo, pasando por el belcanto y el Romanticismo. Si uno tiene ganas, y su instrumento se lo permite, abordar diferentes épocas supone un gran crecimiento. Cuando canto repertorios más tardíos, siento que mi voz crece, se abre y se desarrolla. Necesito interpretar diferentes estilos: soy una gran amante de Strauss, Mahler y Mozart; para mí es fundamental interpretar Barroco, pero cantando canción española del siglo XX soy inmensamente feliz.
Hablando de música española: tu vínculo con tu tío abuelo, el compositor Juan Alfonso García, ha dado pie a proyectos muy personales. ¿Cómo te relacionas con su legado?
Como te decía antes, vengo de una familia de músicos. Mi madre es directora de coro, pero el primer músico fue mi tío Juan Alfonso, un genio. Antes de él en la familia no había músicos, y decidió serlo en plena posguerra. Creo que tenía un don. Hasta mis dieciocho años viví muy cerca de él. Siempre hablábamos sobre música, aunque todavía era mi época de violinista. Le pedía consejo y siempre me cantaba. Recuerdo cuando descubrí su ciclo de ocho lied: empecé a leer ‘Cuando murió su amada’, con texto de Antonio Machado, y le dije que quería interpretarlo, pero me dijo que debería empezar por ‘Paisajes’ con texto de Federico García Lorca, ya que decía que se adaptaba más a mi voz. Él no llegó a escucharme cantar, pero, con el tiempo, cuando interpreto estas piezas, me doy cuenta de por qué me daba ese consejo: se trata de un lied muy fresco, menos denso que el resto del ciclo, él ya intuía el brillo de mi voz.
Uno de mis recitales finales de carrera fue un homenaje a Juan Alfonso. Interpreté cincuenta y cinco minutos de su música y el jurado terminó llorando. El proyecto incluía un narrador que iba contando la historia en francés para que el jurado y el público pudiesen seguir el hilo conductor; fue muy impactante. Su producción tuvo una acogida en el extranjero y, siempre que tengo oportunidad, trato de programarla en España. Es mi tío, sí, pero su obra es de una calidad y una profundidad admirables. Siempre intentaré darle voz a esta música: debe despertar y ocupar el lugar que merece. El público, cuando la escucha, se emociona profundamente. Me gusta combinar su repertorio con el de Manuel de Falla y Valentín Ruiz-Aznar, ya que seguimos la línea pedagógica: Falla fue maestro de Ruiz-Aznar y este lo fue de mi tío. Esa trilogía de compositores es muy interesante, y además ayuda, tanto en el extranjero como en España, tener a Falla en el repertorio, ya que al público también hay que darle repertorio más conocido y accesible.
Recuperar la figura de Juan Alfonso García es mi proyecto más personal. En 2026 verá la luz una propuesta interdisciplinar en la que incluiremos su música. Siempre estoy inventando ideas para seguir esta línea.
La crítica ha destacado no solo tu voz, sino tu capacidad actoral y escénica. ¿Cómo trabajas estas cuestiones?
En ese sentido, tuve mucha suerte en mi etapa de formación en Lausanne. Cuando llegué no hablaba francés y teníamos la mitad del año con formación de teatro y la otra mitad, ópera. Memorizaba los textos de tal manera que, si se me olvidaba algo, no sabía responder de otra forma. Para un cantante, el teatro es muy interesante: te saca de la ‘comodidad’ de un aria en la que repites muchas veces lo mismo; es otra relación con el texto, me enseñó muchísimo. El teatro es una de las bases de la ópera. Toda esa experiencia me ayudó a perder la vergüenza. También tuve un gran maestro en las clases de representación escénica. Si estamos conectados a la esencia del personaje y de la música, la realidad de la escena brota. Si nosotros mismos nos emocionamos y estamos dentro del personaje, llegamos mejor al público. Para cada proyecto tengo una base de estudio, pero gran parte del trabajo escénico surge en el directo. Hay muchos elementos pensados, pero otros son fruto de las reacciones del público, que influyen muchísimo. Me encanta hacer escena, lo disfruto muchísimo, y creo que a los recitales hay que darles una vuelta: incluir elementos escénicos, un hilo conductor entre las obras, etc. Son historias, y hay que contarlas como cuando vamos a la ópera.
Has debutado en escenarios importantes, como el Teatro de la Zarzuela en Cómicas, y en la Ópera de Tenerife con Il Giocatore de Jommelli. ¿Cómo vives estos pasos hacia teatros de mayor visibilidad?
Con muchísima ilusión. Al llegar al Teatro de la Zarzuela sentí mucha emoción. Cuando ves un aforo tan grande puede darte miedo, pero yo vivo de la energía del público. Al afrontar una responsabilidad como esta, la clave está en la preparación: si llegas bien preparado, puedes disfrutar y hacer disfrutar. Cuando tengo un proyecto de estas características, con tanto trabajo de memoria y a nivel escénico, trato de llegar a los ensayos con la máxima preparación para, a partir de ahí, perfilar cosas y poder disfrutar. Esos días de ensayo ya no son días de estudio, aunque el maestro te dará ideas que pueden hacerte cambiar determinadas cuestiones.
Has trabajado con directores de prestigio como Pablo González, Manuel Hernández-Silva o Philippe Herreweghe. ¿Qué aprendizajes se te han quedado más grabados?
Trabajar con grandes maestros es muy valioso. Tienes que observar cómo han llegado a tener ese nombre. Precisamente, la primera vez que trabajé con Philippe Herreweghe me sorprendió mucho su poder de atención: te dice cosas muy precisas que hacen que el nivel del espectáculo suba. Trabajar con ellos es muy inspirador. Vamos a los detalles: no pueden explicarte la base del trabajo, pero esos detalles hacen que en un entorno profesional todo sea perfecto. Volvemos a lo mismo: cuanto mejor es la preparación, mejor instrumento tendrá el director y más valioso será el resultado final. He aprendido mucho sobre cómo trabajar el sonido, la importancia de la rítmica en función de los distintos repertorios y su estilo.
En diciembre volverás a cantar El Mesías de Haendel en el Auditorio Manuel de Falla de Granada. Esta vez será como solista, pero veintidós años antes lo interpretaste por primera vez desde el coro participativo de la Fundación La Caixa. ¿Qué sientes al cumplir ese sueño circular?
Mi madre me preparó con ocho años para participar en el coro de adultos en ese proyecto, que dirigía Alfred Cañamero. Como era en inglés, cantaba desde la transcripción fonética. ¡A día de hoy me sé todas las partes de memoria! Aquella experiencia cambió mi vida. Hay gente que dice que le parece repetitivo El Mesías, pero es la obra de mi vida; le tengo un cariño muy especial, ya que pude cantar con orquesta por primera vez. Recuerdo estar sentada en el público —era donde colocaban al coro participativo— y ver a la soprano levantarse para su parte solista y pensar: ‘algún día quiero hacer esto’. Siempre he tenido la ilusión de cantar esta obra en Granada, y por fin voy a poder hacerlo. Me siento muy feliz de completar el círculo: la semilla de la música barroca me la plantó El Mesías.
Otro de tus próximos proyectos te llevará a Malta junto a Forma Antiqva.
Sí, nunca he cantado allí. Nos presentaremos en el Teatro Manoel, en el marco del Valletta Baroque Festival, el 9 de enero, con el programa ‘Wonder Women. The Rise of Spanish Tonadilleras‘. Me hace muchísima ilusión hacer en el extranjero tonadilla española.
¿Qué te atrae de la colaboración con bailarines y actores en proyectos como el que presentarás más adelante en Onex (Suiza)? ¿Qué añade al canto esa mezcla de disciplinas?
Creo que el canto ayuda a la expresión del texto, aunque exista música instrumental y gestualidad a través del baile. En este caso, jugaremos mucho con la improvisación, que servirá de hilo conductor entre todas las partes. Me gusta abordar proyectos tradicionales, pero las propuestas interdisciplinares permiten aprender a todos los artistas: todos salimos ganando. Creo que es importante mezclar la música clásica con otras disciplinas para que salga de la burbuja en la que a veces se encuentra.
A lo largo de la entrevista me has hablado de algunos sueños cumplidos, ¿qué otros tienes en perspectiva?
Tengo muchísimas ganas de seguir haciendo conciertos, pero me encanta interpretar ópera y cada vez me siento más cercana al género. Sueño con cantar el rol de Cleopatra en Giulio Cesare de Haendel: me parece alucinante, tiene mucha fuerza y es un reto vocal que me haría crecer. Quiero abordar roles mozartianos, con componentes cómicos; los personajes de ‘lianta’ me gustan mucho, aunque evidentemente disfruto con personajes de gran profundidad dramática. Asimismo, me apetecería embarcarme en las óperas The Rake’s Progress de Stravinski o Diálogo de Carmelitas de Poulenc.
Por otra parte, me encantaría abordar repertorio camerístico, cuartetos con soprano de Schoenberg o Berg. Ya he hecho algo mientras estaba en Suiza y ha sido una experiencia genial. He tocado mucho en cuarteto como violinista y me siento muy conectada.





Deja una respuesta