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El Teatro Apolo, la catedral del Género Chico
Por Enrique Suárez
Situado donde en la actualidad está el Banco del Comercio, del grupo BBV, en la calle de Alcalá, entre la Gran Vía y la calle Barquillo, a su espalda la Plaza del Rey, junto a la Iglesia de San José, construido en un solar que perteneció al Convento del Carmen.
El 18 de septiembre de 1868, en Cádiz, se subleva el Almirante Topete contra el gobierno de Isabel II, dando paso, con esta actitud, a un levantamiento revolucionario en toda España que llevaba largo tiempo preparándose (La Gloriosa).
La política de la Reina había ido creando un clima de intranquilidad y malestar, por lo que las distintas fuerzas políticas se reunieron (progresistas, unionistas, demócratas, liberales) para acabar con las arbitrariedades de Isabel II.
Tras la muerte del General O’Donnell (5-12-1867), el General Prim, enemigo de las ideas demócratas y de la revolución social, organizó este levantamiento militar con los obligados pronunciamientos de generales; de esta forma evitó la intervención del poder civil y político.
Tanto el General Prim como el General Serrano, junto a otros altos cargos militares, firman en Canarias un manifiesto contra Isabel II acusándola de intransigente y exigiendo el restablecimiento de las libertades y el sufragio universal.
Mientras la Reina veraneaba en San Sebastián y González Bravo abandonaba el Gobierno, la rebelión se extiende a toda España.
El 28 de septiembre, en Alcolea (Córdoba), junto al puente en el río Guadalquivir, son derrotadas las escasas fuerzas isabelinas e inmediatamente se forman las Juntas Revolucionarias. La Reina, el día 30, pasa a Francia para disfrutar de su dorado exilio.
La Gloriosa o Revolución de Septiembre había vencido. Lo que aún no estaba claro era el nuevo modelo político, pero lo que sí era seguro, una vez más, es que los Generales volvían a mandar en España.
Se forma un Gobierno Provisional, cuyo Gerente fue el General Serrano, D. Francisco Serrano, Duque de la Torre (1810-1885). Había sido Ministro de la Guerra (1843) y Senador (1845). Sucedió al General O’Donnell en la Jefatura del Partido Liberal. La Reina Isabel II le llamaba «el General Bonito»; fue uno de sus «predilectos».
Al General Prim se le nombra Presidente del Consejo de Ministros. Este Gobierno ofrece la Corona de España a don Amadeo de Saboya, hijo del Rey de Italia, Victor Manuel II, ejerciendo esta responsabilidad tan solo tres escasos años con el nombre de Amadeo I de Saboya. Desembarca en Cartagena el 30 de septiembre de 1869. A los pocos días, en la calle del Turco esquina con Alcalá, es asesinado de dos trabucazos su principal mentor, el General Prim.
D. Juan Prim y Prats (1814-1870) fue un heroico militar en la Guerra de Marruecos de 1860, donde se le premió con el título de Marqués de los Castillejos; ya ostentaba el de Conde de Reus. También mandó una expedición a Méjico para vengar agravios, pero se negó a apoyar al entonces Emperador de los mejicanos, Maximiliano I. De vuelta a España organiza una serie de conspiraciones contra Isabel II, que terminó ganando con la Gloriosa.
Don Amadeo I de Saboya sólo aceptó la Corona de España cuando tuvo conocimiento del beneplácito de las grandes potencias y la votación favorable de las Cortes Españolas. A pesar de su inmejorable voluntad para hacerlo bien, la indiferencia popular, el desconocimiento de la lengua y sociedad españolas, la muerte de su principal aval, fueron graves obstáculos para su gobierno. Pronto los alfonsinos y el clero empezaron las luchas políticas, más tarde el fraccionamiento de los partidos que lo entronizaron y su férrea voluntad de no entrar en el juego partidista de algunos políticos desembocó en su renuncia al Trono (11-11-1873).
En reunión extraordinaria, la Asamblea Nacional (Congreso y Senado) proclaman, por 258 votos a favor y 32 en contra, la I República. Su primer presidente fue don Estanislao Figueras.
Con este clima político de 1873, un 23 de marzo, abrió por primera vez sus puertas el Teatro Apolo.
Los primeros años
La primera función fue solo para invitados y prensa.
Programa Inaugural:
Obertura. Compuesta ex-profeso por Núñez Robles.
Poema de Gaspar Núñez de Arce. Leído por el Director y Empresario del Teatro, Sr. Catalina.
Comedia. «Casa con dos puertas mala es de guardar» de Calderón de la Barca.
«Ella es él». Juguete cómico de Bretón de los Herreros.
En un principio, la programación del Teatro sólo sería de comedia hablada, lo que en la época se conocía como «teatro en verso», por ello el primer nombre que tuvo fue Teatro Moratín, pero no se sabe por qué al poco tiempo lo cambiaron por Teatro Apolo (dios protector de las Artes y conductor de las Musas).
El plano general fue diseñado y realizado por el arquitecto español Sr. Sureda, la cúpula del patio de butacas por el pintor Francisco Sanz, el techo pintado por Vallejo, la decoración del escenario por Busatto y Feri, la maquinaria de tramoya por el ingeniero Piccolo y el telón de boca pintado por Cecilio Pla. Todos estos elementos lo convirtieron en una magnífica realidad para los madrileños.
Tanto la decoración interna como la externa tenía un claro estilo barroco; sus escaleras eran de mármol, los lugares de encuentro amplios y lujosamente decorados. La capacidad se calculó para 2.500 personas. Un escenario amplísimo, con un profundo foso. El edificio completo constaba de dos partes: teatro y viviendas en alquiler o compra, su propietario fue el hombre de negocios Sr. Gargallo.
En su primera temporada, la chispa madrileña le bautizó con el nombre de «el pozo de las nieves». Había dos puertas laterales que encajaban mal, por las que entraba nieve, granizo, lluvia y viento. Pronto se subsanó este defecto.
Su primer empresario, Sr. Catalina, formó una espléndida compañía: Matilde Díez, Gertrudis Castro, Sofía Álvarez, Matilde Baga, Carolina Fernández, Antonio Vico, Florencio Romea, Mariano Fernández, Miguel Cepillo, Julio Parreño y el propio empresario.
Lo más famoso y concurrido de este bello teatro fue su espacioso pórtico, por donde entraban y salían con holgura los carruajes.
Cuando el automóvil dominó la calle, en este pórtico se instaló lo que, en la actualidad, llamaríamos galería comercial; allí se vendieron los primeros helados para llevar, las primeras tiendas con fonógrafos y abrieron sus puertas las tiendas con las modas de París.
El Apolo ganó al Real en dos de sus instalaciones; el «paraíso» mucho más amplio y el hall de entrada, donde se daba cita una variada sociedad, ilustres políticos y una alegre y desenfadada clientela que, con el tiempo, pariría a esa maravillosa bohemia que alimentó a la famosísima Cuarta de Apolo. Función, esta Cuarta, que poco a poco fue retrasando su hora hasta situarse su comienzo al filo de la 1:00 hora, terminando sobre las dos de la madrugada, en plena juventud de la noche galante de aquel castizo y añorado Madrid.
Años más tarde, en 1905, y por disposición gubernativa, hija del afán moralizante del gobierno, el Ministro de la Gobernación don Juan de la Cierva, promulgó una orden prohibiendo que las representaciones teatrales terminaran más allá de las 00:30 horas. De un plumazo se intentó terminar con la costumbre de los felices nómadas de la noche. Las protestas fueron tales que poco duró la disposición gubernativa, y la Cuarta de Apolo recobró su reinado, punto de encuentro de cómicos y artistas que habían terminado su normal función y se reunían en Apolo para intercambiar noticias y hacer tertulias; el trasnochador capaz de saciarse con la noche madrileña; el joven aristócrata con la «tiple» de moda; el ricachón que se citaba con la «artista» y, ¿por qué no?… algunas personalidades que acababan de salir del Teatro Real.
Un espectáculo más era la entrada en Apolo de los «operísticos» con sus galas y etiquetas. Desde el «paraíso» el gorrilla cotilleaba los escotes de las grandes damas y los relojes con sus grandes y gordas cadenas de oro.
El Madrid de fin de siglo tenía unos 350.000 habitantes, de los que unos 10.000 formaban la «élite» de la sociedad: duques, cantantes, actores, marqueses, cronistas de sociedad, compositores, poetas, baronesas, millonarios, canónigos, secretarios de personalidades, abogados, médicos, militares de alta graduación y aventureras con corpiños de encaje. De estos, unos 500 eran la «flor y nata», los de coche propio, Real, Café Fornos y Apolo.
Los encuentros servían para saludarles, cambiar información, recomendarse o simplemente contarse el último «chisme». Se nombraban gobernadores, cabeceras de cartel, estrenos de obras y, no digamos, las oportunidades que se le brindaban a los cronistas de sociedad. El médico ganaba nueva clientela, el abogado futuras y sustanciosas minutas, el actor se contrataba y la «artista» cambiaba de pareja y de «cartera».
En ese Madrid de fin de siglo, donde el arte, la política, intriga, amores, cultura y negocios estaban mezclados, era indispensable acudir a la Cuarta de Apolo.
Algunos espectadores ocupaban unos palcos completamente ocultos, situados en el último piso, llamados «bañeras» y cuyo destino era más que sospechoso.
Las primeras temporadas, económicamente, fueron mal. Las localidades eran muy caras: desde 0’75 cts. a 2’75 ptas. y estaba muy retirado. Todo lo que estaba más allá de la calle Sevilla era lejísimos.
A pesar de la penuria económica la Empresa insiste en el verso, aunque en esta primera época alguna obra lírica se estrenó, la ópera «Guzmán el Bueno», con música de Tomás Bretón y libro de Antonio Arnao, en 1876, a beneficio del tenor Tirso Obregón e interpretada por él. El maestro Bretón contaba sólo 26 años.
En esta época uno de los autores que estrenó fue Don José Echegaray, que más tarde, en 1904, fue Premio Nobel de Literatura: «Morir para no despertar», «El puño de la espada» y otras. Su discípulo Eugenio Selles obtiene en Apolo su mayor éxito: «El nudo gordiano».
Un año después de su inauguración se forma la Sociedad de los Ocho (13 de octubre de 1874), compuesta por tres libretistas y cinco compositores, entre los que estaban Arrieta, Llanos, Fernández Caballero, Chapí, Marqués y los libretistas Extremera, R. Carrión y Zapata. Esta sociedad orienta al Teatro a la programación lírica, dirigida por el «bello Obregón» (así era conocido por el público) y el maestro Oudrid.
La primera obra de esta nueva programación es «El molinero de Subiza», del maestro Oudrid, que había sido estrenada en el Teatro de La Zarzuela (31 de diciembre de 1870). Le siguen más representaciones líricas con carácter de estreno: «San Franco de Siena» (Arrieta); «El reloj de Lucerna» y «La Cruz de Fuego», de Miguel Marqués; «El milagro de la Virgen» y «La flor de Lys», ambas, de Chapí; «El guerrillero», colaboración de Arrieta, Fernández Caballero y Chapí.
La suerte del Teatro cambia cuando se consolida la programación sólo lírica. Las finanzas empiezan a dar buenos dividendos. Pero el género que le da esplendor y esa magia especial que tuvo hasta su cierre es el Género Chico; de ahí su segundo título. La trayectoria profesional del Teatro y Género Chico son paralelas como paralelas son la vida social de él y del Café Fornos, situado en la calle Alcalá, esquina con Peligros. El nombre le viene de su propietario don José Fornos, hombre sencillo y trabajador. Su inauguración fue todo un acontecimiento. Decorado con pinturas, tapices y magníficas alfombras; llamaban la atención su cómodos y espaciosos divanes de color rojo, que pronto fue el símbolo del Café. Sus reservados, situados en el entresuelo, fueron testigos de muchos encuentros galantes y también de algún que otro pistoletazo de marido ultrajado. Famosa fue su cocina, con su exquisito cordero y lenguado al horno, sus variados y golosos postres postres.
Al conjuro del dinero, aristocracia, política y autores afamados acudían a Fornos. Muchas mujeres bellas: la Nunciata, que se teñía el pelo de rubio ¡¡en aquella época!!; la Chorrito, pequeña y vivaz; la Juaneca, que ya consumía morfina; la Chana, novia de un popular picador, el Chano. Dos de estas pintorescas «señoras», por un pleito amoroso se batieron a florete al pie de la estatua del Ángel Caído, en el Retiro (única estatua dedicada, en toda Europa, al Demonio). Este suceso sirvió para que el compositor Apolinar Brull y el libretista Federico Jacques estrenaran en el Teatro de La Zarzuela, en 1897, su humorada lírica «El Ángel Caído».
De todos estos personajes, quizá el más pintoresco fue el perro Paco, un chucho negro y callejero que por no tener, no tenía ni pulgas en su famélico y pelado cuerpo. Una tarde nuestro personaje acierta a introducirse en el Café y se acerca al Marqués de Bogaraya, que presidía su tertulia política. Al aristócrata le hizo gracia la actitud despierta y desenfadada del perro y lo adoptó, de tal forma que a partir de esa venturosa tarde a Paco no le faltó un buen trozo de carne. Cuenta el escritor Natalio Rivas, quien conoció a este perro, que era agradecido y educado, pues siempre acompañaba a su casa al parroquiano que le había ofrecido alguna golosina para después correr a unas cocheras donde el mozo de cuadra le abría la puerta y a dormir que mañana sería otro día. Era aficionado a los toros, no se perdía ni una corrida. Tenía por costumbre, entre toro y toro, pasearse por la arena, donde el público al conocerlo le jaleaba con auténtica simpatía. Una tarde rompe su costumbre y salta en plena faena; el torero que no podía con la res y estaba perdiendo el sitio, en un ataque de nervios o de rabia, lo que no podía hacer con el toro lo hizo con el pobre Paco. El matador tuvo que ser protegido por la autoridad. Todo Madrid sintió esta muerte, se vendieron corbatas, sombreros y bastones «Perro Paco». Apareció un librito: Memorias autobiográficas de Don Paco; al parecer el autor es el propio D. Alfonso XII.
Los parroquianos de nuestro Café Fornos abandonaban los divanes rojos y los reservados dirigiéndose a la célebre Cuarta de Apolo. Después de ésta, ya nacida la madrugada, vuelta al café para degustar la cena de 2 ptas. y distribuirse por las muchas tertulias políticas, teatrales, literarias, mundanas y galantes, que de todo había en aquel nocturno y divertido Madrid.
En la temporada de 1888-89 los artistas más importantes y verdaderos artífices del Género Chico estaban en Apolo: Leocadia e Irene Alba (hermanas), María Montes, Isabel Llorens, María Novales, Luisa Campos, Elena Salvador, Pilar Vidal, Julio Ruiz, José Riquelme, José y Emilio Mesejo (padre e hijo), Pascual Alba, Pepe Sigler, Delfín Pérez… Fue en esta temporada cuando en Apolo se instaló la luz eléctrica.
En 1894 explota, públicamente, la encarnizada lucha que durante varios años mantuvieron el compositor Chapí con el Editor Fiscovich. Los empresarios del Apolo, Sres. Arregui y Arrue, hacen causa común con el galerista y le retiran la confianza al músico; éste fue uno de los motivos, si no el principal, por el que Chapí no compone «La Verbena de la Paloma», obra que estaba programada para su estreno en Apolo.
Una vez superado el incidente de «La Verbena» y abiertas de nuevo las puertas al maestro Chapí con el estreno de «Los Golfos», el 24 de septiembre de 1896, este Teatro se convierte en el reducto de los «autores libres» frente al monopolio de Fiscowich.
En esta temporada el elenco del Apolo, como siempre el mejor: Manuel Rodríguez (actor y director de la compañía), Elena Rodríguez (hermana del anterior), Joaquina Pino, Andrés Ruesta, Emilio Carrera, José Ontiveros, Isidro Soler y continuaban Consuelo Salvador, Pilar Vidal, José Riquelme y los Mesejo… apareciendo Isabelita Bru y el castizo exclamó «¡To’s boca abajo!».
Curiosamente la primera representación lírica que dio paso al reinado del Género Chico «La canción de la Lola» de los maestros Chueca y Valverde, no se estrena en Apolo sino en el Teatro Alhambra, el 25 de mayo de 1880. Pero sí la primera obra lírica que inaugura la famosa Cuarta de Apolo es un estreno: «Las doce y media y sereno» de Ruperto Chapí y el libretista Fernando Manzano en el año 1890.
Con el tiempo, esta Cuarta adquiere tanto prestigio que los mejores libretistas y los más afamados compositores querían estrenar en ella.
En el año 1897 se organiza una función a beneficio (un a propósito) para librar de quintas al hijo de un actor. Otra, para la Organización de Actores de Nuestra Señora de la Novena; y la Asociación de la Prensa organiza su primera Fiesta del Sainete: Los Valientes, comedia, de Jerónimo de Burgos, «La canción de la Lola» (Chueca y Valverde), «Las bravías» (Chapí) y «La Verbena de la Paloma» (Bretón).
Entre 1884 y 1887 se estrenan en Apolo las tres obras que forman la Primera Trilogía del Sainete Lírico: Verbena, Revoltosa y Azucarillos.
En 1982 se construye la primera fase de la Ciudad Lineal de Madrid. Este ambicioso proyecto de Arturo Soria consistía en rodear la Capital con una gran avenida, recorrida por un tranvía, y en ambos lados construir casas familiares con jardín.
El 23 de febrero de 1895, en la población de Baire, estalla la lucha por la Independencia cubana.
El 8 de agosto de 1897, en Santa Águeda (Guipuzcoa), es asesinado a los 70 años de edad, por un anarquista italiano, don Antonio Cánovas del Castillo, artífice de la Restauración.
En 1898 nuestra flota es derrotada en Santiago de Cuba y Cavite (Filipinas), produciéndose un verdadero desastre para España, con la pérdida de nuestras Colonias.
En este mismo año, el maestro Chapí vuelve a estrenar: «La chavala» y «Pepe Gallardo», ambas de un acto, y de los libretistas Carlos Fernández Shaw y José López Silva.
Siglo XX
¡¡¡Un loco en automóvil!!! corona la Cuesta de las Perdices a 35 km/h. Un automóvil costaba 6.000 pesetas.
Se inicia este siglo con una adición al artículo 248 del Código Penal con rango de Ley y remitida por el Consejo de Ministros a las Cortes, que la aprueban: «con las mismas penas serán castigados los ataques a la integridad de la Nación Española o a una sola Ley Fundamental y una sola representación de su personalidad como tal Nación (1 de enero de 1900)».
El Ministro de la Gobernación, don Eduardo Dato, crea una unidad especial de la Guardia Civil para perseguir a los grupos de bandoleros que actúan en las provincias de Jaén, Granada y Córdoba.
Sigue la fama de los más importantes y mejores dotados de los restaurantes de Madrid, entre ellos el aristocrático Lhardy, del que habían sido clientes personalidades como Prim, Castelar, O’Donnell, Sagasta, González Bravo, Serrano, Amadeo I de Saboya, el Duque de Sesto y hasta el propio Alfonso XII. Su cercanía con el Congreso, en la Carrera de San Jerónimo, animaba a la clase política a tomar el aperitivo o cenar en él, degustando sus famosos pasteles de perdiz y liebre; de este último fue gran consumidor el maestro Fernández Caballero.
El 15 de mayo de 1902 es declarado mayor de edad el Rey don Alfonso XIII. Jura la Constitución de 1876 y termina así la regencia de su madre, la Reina María Cristina. El joven Rey confirma a don Práxedes Mateo Sagasta como Presidente del Gobierno y éste decreta un amplio indulto general.
El Apolo está en plena actividad, sólo en 1905 se estrenan 17 títulos de músicos ya consagrados: Amadeo Vives, José Serrano, Joaquín Valverde, Quinito Valverde, Ruperto Chapí, Gerónimo Giménez y Rafael Calleja.
En la primera década del siglo mueren los compositores Chueca (1908), Chapí (1909), Joaquín Valverde (1910) y el gran libretista Ricardo de la Vega (1910).
De todos los teatros líricos de Madrid el único que no suspende su función el 20 de junio de 1908, día en que muere Chueca, es el Apolo. Cuando el maestro estaba componiendo la que luego sería su obra póstuma, «Las mocitas del barrio», tenía la ilusión de estrenarla en Apolo. Terceras personas tuvieron contacto a tal fin con la Empresa. Se contestó que su música era tan vieja como él y que sólo estaba ya para «sopitas y buen vino». Otra generación ostentaba el cargo y su crueldad con los mayores no tenía límites. Gracias a Dios se le ocultó todo esto al maestro y murió con la ilusión de su estreno en Apolo.
Al año siguiente de la muerte del músico que más melodía dedicó a Madrid, estalla en Barcelona la «Semana Trágica». Siete días repletos de atentados, agitaciones y protestas populares ante la llamada del gobierno de los reservistas entre 1903 y 1905 para acudir a Marruecos, donde se luchaba contra el moro, después de que estos vencieran en el Barranco del Lobo (Monte Gurugú, cerca de Melilla).
Corría un rumor por todo Madrid: «el Apolo se vende». Y algo tenía de verdad. Una empresa francesa estaba interesada en el terreno, llegando a ofrecer 400.000 ptas. La empresa del teatro pedía 500.000. No se llegó a acuerdo alguno y de momento pasó el susto de quedarnos sin Apolo.
La temporada no va bien hasta que se estrena «Las Bribonas», la mejor composición de Rafael Calleja Gómez, con letra de Antonio Martínez Viergol, donde la gran triunfadora de la noche fue Rosario Soler con los «tientos» que se hicieron muy populares:
Mira si a ti te querré
que vieron si me ablandaba
con un relojito de esos de pulsera
y se lo tiré a la cara.
Un tipo muy popular de la época fue Madame Pimentó, que paseaba por las calles cantando y vivía de la voluntad. Varios periodistas y escritores organizados por José López Silva, el autor de «La Revoltosa», le dieron un banquete en el merendero «Los Cipreses».
El 13 de abril de 1913 se celebra la Jura de Bandera en la Castellana; ya funcionaba la nueva Ley de Reclutamiento. Preside don Alfonso XIII. Un hombre joven de 25 años, Sancho Alegre, dispara contra el Rey; éste con su propio caballo le derriba; a los tres meses es condenado a muerte. El Rey le indulta.
El 28 de septiembre de 1922 muere Vicente Lleó, compositor de la famosa opereta «La Corte de Faraón».
Al año siguiente mueren los compositores Tomás Bretón («La Verbena de La Paloma») y Gerónimo Giménez (el músico del garbo).
El 25 de septiembre de 1928 se incendia el Teatro Novedades, tragedia que costó la vida a un centenar de personas.
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