Por Andrés Ruiz Tarazona
Aquí descansa quien puso música
a las palabras del rey David
y quien hizo resonar a Sion
para que fuese escuchado en Holanda
y fuera de ella.
Tiene el viajero un recuerdo agradecido por el editor Estienne Roger, que publicó a Albinoni, Veracini, Marcello, Vivaldi, Bonporti, A. Scarlatti; y tras de Roger, Le Cène, editor de Telemann, Tartini, Geminiani y Locatelli, de quien figura una placa en la casa donde falleció, asomada a un bello canal, el Prinsengracht.
Amsterdam fue un centro importante de la música en todo el siglo XVIII, pero lo siguió siendo en el XIX, sobre todo a partir de 1882, cuando empieza a funcionar el Concertegebouw, el famoso edificio de conciertos (eso significa) y su no menos célebre y excelente orquesta. Los nombres de Mengelberg, precursor del mahlerismo en Europa, o los de Van Beinum y Haitink, están indisolublemente ligados al Concertgebouw.
En fin, uno de estos aficionados españoles decide asistir a varios conciertos en el Concertgebouw de Amsterdam. Antes de comenzar y durante el entreacto, se entretiene, desde las localidades que le corresponden, en anotar los nombre de los compositores que adornan las dos salas. En la Kleine Zaal o sala pequeña son doce en total: Beethoven, Mozart, Haydn, Schubert, Bach, Schumann, Mendelssohn, Rubinstein, Saint-Saëns, Hiller, Grieg y Brahms. La selección no deja de ser un tanto arbitraria, sobre todo por la inclusión del alemán Ferdinand Hiller (suponemos que es él y no Johann Adam Hiller) y la del ruso Anton Rubinstein, ambos lejos de codearse en la actualidad con los demás. Puede decirse que el arte de Saint-Saëns y el de Grieg también están por debajo. Y, como vemos, no aparece nombre de compositor holandés alguno en la Kleine Zaal.
Otra cosa es la Grote Zaal (Sala grande), donde figuran los nombres de cuarenta y seis compositores. Diecisiete de ellos se leen en el antepecho del primer piso, el único que admite público. Esta barandilla bordea la Sala sobre columnas que sostienen y enmarcan una galería de arcos. Los nombres son: Stravinsky, Pijper, Ravel, Reger, Wagenaar, Tchaikovsky, Zeers, Bruckner, Mahler, Franck, Diepenbrock, Debussy, Dopper, R. Strauss, Röntgen, Bartok y Dvorak.
Ya en la parte superior, bien visibles para los espectadores de arriba, pero no tanto para los del patio de butacas, se pueden leer los veintinueve nombres restantes, a saber: Haendel, Lully, Scarlatti, Mozart, Cherubini, Weber, Berlioz, Chopin, Liszt, Wagner, Gounod, Reincken, Schujt, Obrecht, Sweelinck, Lassus, Clemens non Papa, Wanning, Brahms, Rubinstein, Niels Gade, Verhulst, Schumann, Mendelssohn, Schubert, Spohr, Beethoven, Haydn y Bach. El español se queda agradablemente sorprendido por la deferencia hacia los músicos «antiguos», y luego triste. Nuestros compatriotas están ausentes.
¿Qué hacía la legación española en Amsterdam cuando se estampaban esos nombres? Y no vale decir que nuestra música no contaba en Europa cuando se inauguró Het Concertgebouw en 1888. En reformas posteriores se han incluido compositores fallecidos bien entrado el siglo XX, como Igor Stravinsky y Bela Bartok. ¿No podía haberse puesto el nombre de Manuel de Falla? ¿O el de Albéniz, o los de Cabezón, Morales y Victoria? Dejémoslo, aunque aun cabe remediarlo. Más motivos de queja tendrían los italianos, despojados de sus Giovanni Gabrieli, Gesualdo, ¡Monteverdi! (vergüenza y ludibrio), Corelli, Vivaldi, Boccherini, Rossini, Verdi… la visión holandesa de la música es claramente germánica.
Los músicos holandeses o relacionados con la cultura flamenca, son trece entre las dos salas: Pijper, Wagenaar, Zeers, Diepenbrock, Dopper, Röntgen, Schujt, Obrecht, Sweelinck, Lassus, Clemens non Papa, Wanning y Verhulst.
Salvo Lassus, Obrecht, Clemens non Papa y Sweelinck, ninguno de los otros hubiese merecido adornar con su nombre la sala de otro país. Entre los demás, ¿hasta qué punto merecen estar entre los más grandes, el danés Niels Gade y los alemanes Reincken y Spohr? En cuanto a Scarlatti, ¿a cuál de ellos se refiere, al padre o al hijo? La ausencia de cualquiera de los dos es muy lamentable, como también los es que no figuren genios como Machaut, Dufay, Ockeghem, Josquin, Byrd o Purcell.
Sea como sea, la presencia de los nombrados en las dos salas del Concertgebouw ayuda al público no versado a familiarizarse con ellos. Es también una forma de honrar la memoria de quienes han hecho posible la existencia misma del edificio.
¿No convendría hacer algo semejante en nuestras salas de concierto? Del mismo modo que el Teatro Español en Madrid honra en su exterior la memoria de Lope de Rueda, Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Zorrilla, Arniches, Valle-Inclán, y García Lorca. ¿No podría el Teatro Real situar los nombres de nuestros autores líricos más destacados en un panel a la entrada? ¿No debería hacerlo el intocable Auditorio Nacional?
En cuanto a la posibilidad de que un nombre español figure en el Concertgebouw, hacemos un llamamiento al Ministerio de Asuntos Exteriores y a nuestra Embajada en los Países Bajos para que al menos Tomás Luis de Victoria, uno de los mayores músicos de todos los tiempos, sea recordado allí.