Por Ángel Tomás Lázaro
Beethoven hubiera sido un digno merecedor del Premio Nobel de la Paz por su notable contribución a la humanidad; su Novena sinfonía resuena por todo el planeta como un himno a la hermandad global. Pero Bruckner también, sus creaciones son ‘para el mayor servicio a la humanidad’, consigna con la que se crearon los Premios Nobel, aunque en una categoría nueva de orden trascendental. De hecho, obtuvo una gran condecoración: el emperador Francisco José I le otorgó la Cruz de Caballero de la Orden de Francisco José.
Sus composiciones son de una originalidad incuestionable. Acerca de una improvisación que ofreció el músico austriaco en la Catedral de Notre Dame de París Saint-Saënt declaró: ‘lo escuchamos los músicos más capacitados y fuimos sus admiradores. Nunca se había escuchado algo así’.
¿Se puede hablar de la más alta realización de una persona cuando se habla de escuchar música? A través de principios matemáticos, estructuras armónicas, diferentes simbolismos filosóficos y religiosos y estallidos de inspiración, compositores como Bruckner han creado obras que reflejan la profunda conexión entre la música y nuestra comprensión del universo.
Pero estas obras no solo deleitan y emocionan, sino que también invitan a la reflexión sobre nuestro lugar en el cosmos. Bruckner habla de un ‘algo más’ en su música: ‘Aquel que quiera escuchar hermosa música, encontrará en Brahms todo lo que busque. El que quiera más que música tendrá que venir a mí’.
Aunque Brahms ofrece más que hermosura musical nos preguntamos: ¿de qué se trata este algo más que música? No se dirige a la persona que busca placeres auditivos, sino a la que busca la verdad inefable. Es siempre una disyuntiva presente en los compositores: ¿hago concesiones para ganar público o me dedico a cuestiones fundamentales, a trabajar en la trascendencia a riesgo de no ser comprendido?
Bruckner lo tenía claro, es evidente su determinación. En vida hubo de pagar un precio por su osadía. El crítico musical más famoso de entonces, Hanslik, arremetió contra él; amigos que no comprendían su profundidad intentaron corregir su obra, su tiempo no había llegado y hubo de sufrir. Sin embargo, el aclamado genio del siglo XIX, Wagner, se convirtió en un gran entusiasta y defensor suyo, valoró la excepcionalidad de sus ideas sinfónicas, ‘este es mi hombre’ llegó a decir. Reconoció, como otros cercanos a él, que estaba abriendo una ruta nueva en el cosmos musical y humano.
Bruckner es un genio en ese algo más que impulsa al ser humano hacia su más alta realización. Mahler tachó en el Te Deum de Bruckner ‘Para coro, solistas y orquesta, órgano ad libitum‘ y en su lugar puso ‘¡Por las lenguas de los ángeles, los corazones castigados y bendecidos por el cielo y las almas purificadas en el fuego!’.
Como Bach, su música está dedicada a la gloria de Dios, pero en verdad lo está a la gloria del ser humano. Si logramos conectar con ese algo más seremos conducidos a vivir una aventura musical excepcional. En 1887, nueve años antes de la muerte del compositor, nacía otro austriaco revolucionario, un científico que defendía el papel de la metafísica como un sustrato fundamental de la humanidad, Erwin Schroedinger, y este sí, galardonado con un Nobel, consideraba que, si la metafísica fuera eliminada por completo vaciaría de contenido al arte y también a la ciencia, estos se quedarían sin alma y sin posibilidad de desarrollo. Su música, plena de trascendencia, es una cumbre en la evolución del pensamiento musical. Ese es su algo más, un contenido metafísico que aborda cuestiones fundamentales.
Como dice Kandinski, el artista contribuye a construir una pirámide espiritual que un día llegará hasta el cielo. No solo es un músico representante del Romanticismo del siglo XIX, es un compositor que ha logrado desarrollar una tecnología musical puntera que nos conduce a una revolución interior de escala monumental, contiene las claves para que podamos construirnos al más alto nivel. Sus estructuras, la incorporación de un tercer tema, los desarrollos y trasformaciones que pone en marcha, tienen una dirección clara, no es solo un logro artístico, es un logro espiritual, evidencia la capacidad que tenemos para transfigurarnos.
Cuando accedemos a los arcanos de su música, percibimos la muerte de un nuevo modo, pero también la vida, nos ayuda a encararla con un nuevo enfoque, con mayor autenticidad y libertad, sorteamos los misterios de la vida y de la muerte con una lucidez especial. ¿Son nuestras vidas un ensayo de eternidad? ¿Estaremos en condiciones de reconocer nuestra alma inmortal gracias a su música como dice Hubert Pausinger, director de oyentes?
Ante su música parece que estamos en un acantilado frente a una tormenta, escuchamos el sonido de los truenos y vemos el mundo bajo la luz de los rayos, estamos presenciando fuerzas primigenias, fuerzas fundamentales que operan en el cosmos y en nosotros. Lu-Bu-We (291 a. C.) decía que solo se puede hablar de música con un hombre que haya captado el significado del universo y esta afirmación encierra un enigma. Contemplamos las estrellas sobre el firmamento y las llenamos de héroes, leyendas y mitos, volcamos sobre ellas sabidurías ancestrales. Hacemos del cosmos el depositario de un saber legendario que ha de guiarnos en nuestro viaje por la tierra. Del mismo modo su música está poblada de un heroísmo titánico que nos interpela. Su obra es un monumento colosal a la dimensión cósmica del ser humano. Si Giordano Bruno deshizo la ilusión de las esferas de las estrellas que envolvían nuestro mundo, en nuestra comprensión del universo, Bruckner, capa a capa, deshace las ilusiones que nos separan de nuestra verdadera naturaleza.
En la actualidad, se sigue escuchando el sonido del origen del universo, astrónomos del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian lo anunciaron hace unos años, en palabras de John Kovac, principal autor del descubrimiento del Really Big Zasca: ‘¡¡Tomaaaaa ya, nano!! Eso no solo lo han oído en la otra punta de la galaxia, sino que ha provocado el nacimiento de toda la materia y ha dado origen al tiempo mismo’. Aún es posible captar los ecos de las primeras ondas sonoras que se extendieron por el universo temprano. Las ondas sonoras primordiales han dejado huella en la configuración de la materia en el universo. La ciencia ante la pregunta de por qué el universo ha tomado la forma exacta para que podamos existir algunos cosmólogos como Barrow defienden el principio de un universo antrópico. Lo que significa que es como es para acoger vida inteligente. En última consecuencia tú y yo existimos por su deseo. ¿No queda algún eco en nosotros de esa fuerza sonora primordial? Para el mitólogo, escritor y profesor Joseph Campbell, es evidente: ‘Basta pensarlo. Hemos surgido de esta tierra nuestra. Y la Tierra misma surgió de una galaxia, que a su vez fue una condensación de átomos del espacio. La Tierra puede ser considerada una precipitación del espacio. ¿Debería sorprendernos entonces que las leyes de ese espacio estén arraigadas en nuestra mente? (…) Somos los sentidos del universo. Lo tenemos todo dentro de nosotros’. Esto es referido a nivel general, pero se puede hacer extensible a la música.
Pitágoras encontró en el número y la música la conexión. La física moderna ha encontrado que las estructuras del universo, desde las estrellas hasta los átomos, pueden estudiarse a través de sus patrones de vibración. Esto es paralelo a cómo se produce la música, ya que las notas musicales se generan a través de vibraciones y las personas estamos capacitadas para descifrarlas. Que exista la música y que el ser humano pueda ser conmovido por ella es realmente misterioso ¿No evidencia esto algo sobre nuestra realidad más profunda?
El misterio de la música desafía por completo y especialmente a nuestra alma, así lo entendía Hermann Hesse: ‘Este es precisamente el misterio de la música, que solo desafía a nuestra alma, pero por entero; no representa un desafío para la inteligencia y la educación, siempre representa el alma humana, más allá de todas las ciencias e idiomas, con formas polivalentes, pero siempre comprensibles‘.
En la oscuridad el ojo humano puede distinguir una vela encendida a dos kilómetros. El espíritu humano también puede distinguir esa sustancia para la que está preparado para percibir. Es el alma del universo y el de la música lo que resuena en la nuestra. Si se quiere tener la imagen de un alma encumbrada, su música nos la dibuja con nitidez. Todo lo que parece secreto sale a la luz y lloramos. Se puede llorar por dolor o alegría, pero también existe el llanto por el descubrimiento de la verdad. Bruckner evidencia la incuestionable victoria de nuestro ser cuando hace de lo absoluto su centro de batalla. Hesse solo encontró respuesta a la gran pregunta en la música: ‘Busqué tan ávidamente y por tantos caminos diferentes la salvación, el olvido y la liberación, tenía tanta sed de Dios, de conocimientos y de paz, todo esto lo encontré solamente en la música’.
¿Cuándo apareció el homo musicalis? El universo existe desde hace unos 13.800 millones de años, (aunque hay teorías que duplican esa edad). Se estima que la tierra tiene unos 4500 millones de años, el homo sapiens surgió hace 200.000 años y la música hace unos 35.000 años. La pieza musical más antigua anotada es de hace unos 3200 años, es el Himno hurriano dedicado a un astro, la luna. En los cientos de incontables millones de seres humanos que han existido, existen y existirán ha habido, hay y habrá una pregunta fundamental: ¿QUIÉN SOY? La música nos ayuda a buscar la solución de una forma excepcional. Thomas Carlyle lo expresa de forma muy evidente ‘La música es una especie de discurso inarticulado, insondable, que nos lleva hasta el borde del infinito y nos impulsa a contemplarlo por un instante’. Es el instante decisivo en que de verdad nos descubrimos. Bruckner con su música nos conduce hasta ahí, hasta la respuesta clave de nuestra existencia.
Para Schopenhauer la música tenía la capacidad de revelar la naturaleza más profunda de la realidad, proporcionando una conexión directa con el universo. Somos seres fronterizos entre la vastedad del cosmos y la vastedad de nosotros mismos, insondables dentro y fuera. Voltaire nos veía como átomos que han medido los cielos: ‘Átomos atormentados sobre este montón de barro que la muerte devora y con el que juega la suerte; pero átomos pensantes, átomos cuyos ojos, guiados por el pensamiento, han medido los cielos’. La música de Bruckner no los mide, nos conduce a ellos.
Cada ser humano es una huella única en la existencia del mundo camino de la respuesta fundamental. Joseph Campbell retoma una respuesta básica que aparece en el siglo VIII a. C. en Chandogya Upanisad: TÚ ERES ESO. Se nos dice ‘polvo eres y en polvo te convertirás’. Pero no seremos ya más polvo si encontramos la respuesta, la única nuestra de nuestro ser único. ¡Seremos chispa divina! Bruckner lo comprendió, buscó fundamentos primordiales, se entregó apasionadamente, infatigablemente, heroicamente, santamente en ofrecer una respuesta. ¿Es excesivamente larga su música? ¿Son demasiadas las versiones de sus sinfonías? ¿Es colosal su música? ¿A quién dedicó su última sinfonía? Necesitaba fuerzas creativas nuevas y nuevas dimensiones, hay quien le considera el mayor sinfonista de todos los tiempos. ¿Nos legó una cima inalcanzable? ¿Un sueño lejano de luz? ¡NO! Su música es realizable aquí y ahora. ¿Qué nos dice? No se puede expresar con palabras, hay que escucharla con el mismo espíritu con el que él las compuso, como un loco enamorado en pos de una certeza absoluta que solo se intuye, pero que es innegable y nos llama desde el principio de los tiempos. Sigue la misma idea que Einstein: ‘Solo quiero conocer a Dios; lo demás son detalles’. Su música es una ruta infalible.
La música nos llega por el oído, pero adquiere sentido cuando es interpretada por el cerebro y para nosotros es algo tan capital el descifrar el significado de los sonidos que nos rodean, que a los cuatros meses ya distinguimos entre sonidos consonantes y disonantes. El oído es el primer sentido que se desarrolla, ya antes de nacer y el último que se pierde en el borde de la muerte. Nuestro cerebro se activa a gran escala cuando escuchamos música. Los compositores son los magos del tiempo, lo articulan poblándolo con vibraciones sonoras. La música es arquitectura de instantes y cada instante se trasforma en vibración, en un dardo disparado al centro de nuestro ser que se expande en nosotros como ondas en el agua. De esa manera el tiempo, con cualidad sacra, se nos clava en el alma.
La afirmación de Gustav Mahler, ‘El arte es la expresión de lo divino dentro de nosotros’, reconoce la capacidad de elevación que el arte nos brinda, pues es un medio para acceder a una dimensión más profunda de nuestra existencia, ese algo más. Robert Schumann entendía que la música es el modo de comunicarse con el más allá. En el caso de Bruckner este enunciado adquiere un valor tangible, es un ascensor espiritual de última generación. Pero extraer la sabiduría que ofrece una composición es tarea nuestra, de nuestra voluntad y consciencia. Hay que implicarse en una escucha muy activa para lograrlo.
Al escuchar su música el espíritu se inquieta, los músculos del cuerpo se tensan, las manos se aprietan y comprimen los dedos, y en un instante, sin saber cómo, la música fluye más por la sangre y por la conciencia que por el aire, se vive en primera persona. Entonces se presencia y experimenta el combate de los sonidos, el pecho se hincha como si fuera a estallar, simultáneamente lleno de temor y esperanza, todo es agitación y concentración, se está ante algo sagrado, el alma sale de su escondite y resuena con los arcanos del cosmos, hay lágrimas que se escapan. Con tenacidad y resolución se emprende un camino en el que no hay marcha atrás, no se puede ceder, hay una inquebrantable voluntad de avance, la tensión llega a un punto álgido y se necesita imperiosamente una solución.
La música habla de una naturaleza esencial que buscamos descubrir, de una realización que esperamos. Nuestra alma parece experimentar una dimensión sagrada y somos conscientes de ello. Hemos transitado el fuego esencial. Nos entrega las llaves maestras que nos abren y transforman en lo que secretamente anhelamos, pero es necesario nuestro coraje y determinación.
Hermann Hesse ha creado un personaje musical emblemático en su novela El juego de los abalorios. Se trata del magister musicae, que propone una meditación musical a su discípulo Knecht. Mediante esta meditación musical, los sonidos son percibidos con una nueva naturaleza, se revela como el medio para acceder a ese algo más. La música de Bruckner, y concretamente el Adagio de la Novena sinfonía, ha supuesto el despertar de un tipo especial de oyente, que accede a la música mediante una práctica meditativa concentrada y repetitiva. Ha sido el detonante para el surgimiento de una escuela internacional dedicada a la formación de oyentes, para hacer de la escucha un verdadero arte que nos enseña cómo sintonizar nuestro ser con los sonidos y como trasformar los sonidos en sabiduría. Se llama Musicosophia.
George Balan, su fundador, confiesa que fue ella la impulsora para crear una manera y una pedagogía de hacer accesible la música: ‘Ir a la búsqueda del significado de la música de Bruckner ha sido la aventura espiritual más difícil de mi vida, pero también la más feliz. No se ha tratado de ninguna manera de una diversión pasiva. Sus notas encendían en mí un fuego sagrado que hacía arder pensamiento, sentimiento y voluntad, y alimentaba al mismo tiempo la comprensión liberadora de cómo un mundo superior nos habla a través de la música revelándonos sus secretos’.
Entre los números eventos con los que Linz, ciudad vinculada al compositor, celebra este 200 aniversario, ha tenido lugar a finales de julio un taller ofrecido por Musicosophia Austria, centrado en desentrañar el primer movimiento de su Sexta sinfonía. Participaron en él españoles e italianos que, conducidos por Hubert Pausinger, se adentraron en esta música de unos 16 minutos durante tres días ejercitándose como Keneth, el personaje de Hesse, en meditar activamente sobre esta asombrosa construcción, a la que la crítica no parece haber valorado en su justa medida.
Quien se sumerge en el espacio musical Bruckner ha llegado a divina montaña y si lo hace con intensa concentración se encontrará ante un arbusto ardiente que le habla con voz sagrada de un perenne saber. ¿Qué es lo que dice? Solo el diálogo entre la música y el ser lo saben. Proporciona un impulso irrefrenable hacia la cima donde se realiza lo que verdaderamente somos, sublime libertad. Ha empezado la cuenta atrás en la pista de lanzamiento. Hermann Hesse reconoce que la música abre el cielo: ‘¿Cómo puede ser la vida tan confusa y tan destemplada y tan oscura, cómo pueden existir entre los hombres las mentiras, la maldad, la envidia y el odio, si cada canción, por breve que sea, y toda la música predica claramente que la pureza, la armonía y la fraternidad de los sonidos bien afinados abren el cielo?’. ¿Intentamos abrir el cielo dejando que la música de Bruckner resuene en nuestro interior, con toda su potencia, para que la escuche todo el orbe?¿Sincronizamos tiempo y eternidad?
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