by Manuel Ballestero Santaolalla
Obligados por las Leyes Orgánicas 6/1980, de 30 de febrero, 3/1981, de 31 de abril, 9/1984, de nosecuantos de agosto y 5/1985, de principios de juliembre, les recordamos que esta sección es rotundamente falsa.
12ª BIOGRAFIA
Don Gervasio Gutiérrez Gomelópez
(Descubridor de Los Manuscritos del Mar Menor)
Quisiéramos celebrar el emotivo hecho de haber estado ya un año con ustedes con un auténtico bombazo. La noticia aún no se ha hecho pública, pero en pocos meses será tema obligado de conversación en organismos musicales públicos y privados de todo el mundo. Nuestra recomendación es, por lo tanto, que usen el conocimiento de dicha noticia dejando impresionados a jefes, jefecillos y resto del personal.
Les contamos en rigurosa primicia que, hace apenas dos meses, se han encontrado unos documentos que tiran por tierra toda la historia musical tal como la conocemos. El lugar del hallazgo ha sido una cueva del municipio de Gorriones, muy cerca de La Manga del Mar Menor, de ahí el nombre por el que pronto serán conocidos en todo el mundo: The manuscritos of the Sea More Little.
A falta del dictamen definitivo del Houston Institute for Bigs And Importants Descubrimients, podemos adelantarles que la técnica de datación del carbono 15 (más moderna que la del carbono 14) indica una antigüedad, década más o menos, de 2.237 años. Teniendo en cuenta que hace tan solo dos siglos, para distinguir a determinadas personas de una mula, había que pedirles el carné de identidad, es una increíble revelación.
Los pergaminos forman un legajo de una centésima de resma (son cinco y un pedazo), están en buen estado para su edad (menos el pedazo), y desmontan todo lo desmontable respecto a la cultura musical.
Antes de contarles el impresionante contenido de dichos documentos vamos a repasar sucintamente cómo fue el hallazgo (es lo que se llama “mantener el suspense”). Son las propias palabras del descubridor en una entrevista realizada por el Centro Español de Simbiótica y Avances Musicológicos of the Murcia Región:
“Me llamo Gervasio Gutiérrez Gomelópez, de profesión administrativo del catastro, retirado y subcampeón de petanca de Castilla-León en 1993. Estaba yo paseando despreocupado cerca del apartamento que habíamos alquilado en Gorriones (venimos fuera de temporada porque nos sale mucho mejor y el dinero siempre me preocupa) cuando una inesperada tormenta me preocupó al sorprenderme. Me preocupó mojarme y me preocupó más que Doña Encarnación Menéndez de Gutiérrez, mi augusta señora, me pusiera o pusiese de vuelta y media cuando regresara o regresase, por lo que me preocupé de buscar refugio y cuando estaba bastante preocupado lo encontré en una pequeña cueva. Por cierto, ya que me han hecho venir hasta aquí, no me preocuparía mucho tomar un pinchito de tortilla de patata con cebolla, un bocata de algo, a ser posible de jamón serrano, y una o dos cervecillas…
Les decía que entré en la cueva, preocupado, a la espera de que escampara. Allí estaba cuando, gracias a un relámpago que me asustó y preocupó, vi que al fondo había algo parecido a un cántaro. Se parecía tanto a un cántaro que no me preocupé en pensar si era otra cosa. Dado que por allí no había ninguna fuente, deduje que no era el cántaro en el que todos pensamos (además no estaba roto) y comprobé, con preocupación, que estaba cerrado. Me preocupa que no me comprendan. Lo que quiero decir es que me preocupaba no saber lo que había en su interior. Cuando dejó de llover me fui preocupado hasta el cuartelillo de la Guardia Civil de Gorriones, donde les expliqué mi preocupación. Fuimos en coche hasta la cueva (yo preocupado, ellos no) y recogieron el cántaro. Al día siguiente me llamaron, lo cual me preocupó, y me dijeron que viniera a verles a ustedes. Y aquí estoy, con mucha hambre y preocupado.”
Los pergaminos, escritos en una mezcla de caracteres tronchiformes o similares, narran con gran lujo de detalles la gira de un grupo musical llamado Los protoíberos del ritmo por la costa mediterránea española hace más de dos milenios. Los componentes eran: una voz de solista, dos de percusiones, tres de instrumentos de soga, cuatro de caracolas, cinco de ocarinas, seis de coro y siete de julio (San Fermín).
Sus principales seguidores se encontraban en las guarniciones romanas y los músicos eran recibidos con flores, vino dulce, pan de nuez y alguna que otra pedrada. Se narra el estado de las posadas, más bien lamentable, la comida rápida (porque en los comedores, por llamarles algo, olía tan mal que todos acababan lo antes posible), los conciertos a la luz de las humeantes antorchas, las discusiones con los promotores para lograr cobrar lo prometido (casi nunca conseguido) y los deseos de representar a Iberia en el Festival de Romanovisión. Por cierto, aquel año ganó el representante albionés con el tema Monigotes en la soga.
Al margen de otros detalles, como anécdotas acerca de que no se habían inventado las tiendas de instrumentos musicales y que los lutieres con los que hablaban no querían saber nada de pagos aplazados, el asunto más revolucionario de estos pergaminos se encuentra en el cuarto de ellos. Allí, en la parte inferior según se mira (porque si no se mira no se ve), hay un pentagrama. Que sí, que es un pentagrama, que no estamos desvariando. Si tenemos en cuenta que la notación musical tal como la conocemos, y que coincide totalmente con lo allí escrito, no se popularizó hasta el siglo IX, tenemos un misterio pero que muy gordo.
Naturalmente, y dedicado especialmente a ese lector incrédulo que está ahí, añadimos que se ha comprobado científicamente que fue escrito todo a la vez, incluido el pentagrama. Ya saben, hace unos dos mil y pico de años.
Hasta el momento no se ha sabido interpretar dicha música, de manera que lo único que se sabe con certeza es que está escrito en clave de Sol en segunda. Los mejores músicos del mundo y los mayores ordenadores existentes están trabajando día y noche para poder tocar lo escrito. El día que se consiga podremos saber exactamente la música que oían nuestros antepasados hace más de veinte siglos.
Da algo así como un poco de repelús, ¿verdad?